Cuestión de dolores

Intentemos comprender el dolor de los demás en vez de buscar la báscula para pesar quién está peor y comparar.

08 DE DICIEMBRE DE 2017 · 12:12

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Si centro mi atención en la figura de Jesús no deja de maravillarme todo el bien que hacía a los que encontraba en su camino. No tengo dudas de que cuando se acercaba a algún enfermo lo hacía porque tenía un alto grado de amor y empatía, porque se figuraba el dolor que dañaba aquel cuerpo o aquella mente como si fueran los suyos. Esa capacidad de ponerse en el lugar del otro y sentir la necesidad de curarlo, ya fuera psíquica o físicamente es todo un ejemplo para los que estamos aquí con ganas de imitarle, para los que tenemos tanto que aprender a valorar lo que al otro le produce algún daño. 

Sin embargo, vemos más bien solo lo que nos preocupa y nos duele y estamos convencidos de que eso, lo nuestro, no se puede comparar con el dolor de nadie más. 

Si no nos comprenden en nuestro sufrimiento aún nos enfadamos porque no llegamos a entender cómo esa persona no se da cuenta de que lo que tenemos es peor que lo suyo, mucho peor. Somos egoístas valorando dolores y, a veces, se nos colma la paciencia si nos vemos obligados a tener que escuchar quejarse a alguien. Incluso sentimos celos si vemos que un tercer intelocutor se inclina más por la desdicha del otro que por la nuestra. En ese momento nos gustaría tener un documento oficial que pudiese demostrar que se equivoca porque tenemos más puntos y saltamos al rin y nos defendemos y buscamos ser colocados en el podio de las desgracias.

Resulta muy molesto las veces que se declaran pugnas y enfrentamientos para ver quien carga con más calamidades. A veces pensamos que el mejor consuelo que podemos dar es decirle al que padece que lo suyo es ley de vida, al fin y al cabo, algo normal, no entendemos que se sorprenda. Pero esa frase es como decirle que no le está permitido expresar su dolor, que tiene que aceptar las cosas como vienen sin derecho a padecerlas, ya que se entiende que todo lo que venga de manera natural no debe afectarle lo más mínimo. 

¿Tan duros somos, tan de piedra? Si fallece un padre de familia comentan a los dolientes que es ley de vida, que le ha llegado el momento, que se ha muerto y que qué más quieren sino enterrarlo y seguir adelante. Incluso se les da el consuelo de que ya está con el Señor. Lo que pasa es que incluso sabiendo que partió con el Padre, se tiene derecho a sentir la pérdida. Por otro lado, esa misma persona que quiere hacer desaparecer del otro la pena de un plumazo, considera su propio dolor más grande, aunque simplemente se le haya muerto la mascota que compró hace dos días en las  rebajas. ¿Por qué se mide el sufrimiento y se tiende a comparar el de uno con el del otro?

Si confiesas que te sientes mal de ánimo, más pronto te sale alguien al paso para que te quites eso de la cabeza, para que lo olvides, porque no tienes derecho, porque hay gente, te dice, que está peor que tú y te empieza a relatar con pelos y señales esas penas de los demás, que quien te lo cuenta no siente, quitándole importancia a los detalles que tú mismo le has contado. 

¿Es eso consolar al que sufre? ¿No será mejor guardar silencio para no dañar, para amar?, pues si el penitente ya no podía con su alma, ahora, dada la susceptibilidad que padece, no puede con el problema que acaban de contarte.

Hay personas que padecen sus dolores y no quieren ser molestados sino simplemente respetados. Quieren que se les deje en paz hasta que se les pase el luto, la racha, la convalecencia, lo que sea, pero que se les deje tranquilos con lo que la vida les trae y por dónde les está llevando hasta que se habitúen a su nuevo estado. Esta actitud es legítima, debemos respetarla con todos los honores como nos sea posible.

Que a cada uno le duele lo suyo es cierto, pero eso no quita que nos hagamos cargo con verdadera empatía del dolor que sienten los demás, comprendámoslos en vez de buscar la báscula para pesar quién está peor y comparar con el fin de jactarte de ello.

Termino del mismo modo que comencé. De Jesús no deja de maravillarme todo el bien que hacía a los que encontraba en su camino. Cuando se acercaba a algún enfermo lo hacía porque tenía un alto grado de amor y empatía, porque se figuraba el dolor que dañaba aquel cuerpo o aquella mente como si fueran los suyos. Esa capacidad de ponerse en el lugar del otro y sentir la necesidad de curarlo psíquica o físicamente es todo un ejemplo para nosotros.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Cuestión de dolores