Exigencias a Dios

Nos molestamos con el Dios que todo nos lo debe, en nuestra versión particular del evangelio, uno muy bien acomodado a la sociedad consumista de este siglo.

23 DE OCTUBRE DE 2017 · 10:24

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Pocas cosas hay mejores que la respuesta que le dio Jesús al tipo que le increpó desde la multitud en Lucas 12:13 pidiéndole que mediara en una disputa doméstica. “¿Quién me nombró a mí juez o árbitro para vosotros?”, le replicó Jesús. Y aprovecha para avisarle a este tipo, del que no sabemos mucho, de lo triste que es poner las esperanzas en las riquezas materiales.

Pero antes de ir a la parábola, se nos ofrece información muy interesante sobre la personalidad de Jesús. Y sobre la calidad humana de quienes se acercaban a escucharle. 

En los evangelios se nos señala constantemente que la gente que rodeaba a Jesús, en su mayoría, no terminaban de entenderle. Muchos iban por puro cotilleo (no pasaban muchas cosas interesantes en la Palestina agrícola de los tiempos de Jesús, y él, al menos durante un tiempo, fue todo un espectáculo de masas), y a otros les gustaba lo que decía, pero no entendían la profundidad de su mensaje: para ellos no era más que otro rabí moralista. O pretendían que lo fuera, porque después, al escucharle, se daba cuenta de que su mensaje tampoco encajaba exactamente con lo que esperaban. En cualquier caso, debió pensar el tipo de Lucas 12:13, que Jesús era un rabí. Quizá fuera un rabí un poco excéntrico (vestía raro y se pasaba de pobre), pero desprendía igualmente ese aire de autoridad esperado. Sin duda, para pedirle que hiciera de mediador, el tipo tenía que estar convencido de la autoridad de Jesús.

No sabemos bien el contexto de la situación (cosas que ahora a nosotros nos interesarían mucho pero que Lucas pensó que eran secundarias), pero sí se nos deja claro que, de la nada, este anónimo entre la multitud le asaltó con la petición. En otros casos (sobre todo en el caso de las mujeres, a quienes los evangelios tratan con muchísimo respeto) se explica un poco cuál era la actitud del que se acercaba a Jesús. Se nos habla de la vergüenza de la mujer con el flujo de sangre que quiso tocar su manto; se nos habla de la fascinación de Zaqueo, aunque fuera desde la distancia. Pero aquí el evangelista deja claro que el tipo, básicamente, salió de la nada. Y más que una petición, se acercó a él con una exigencia.

Para empezar, no sabemos si lo que exigía este tipo era justo. Intuyo que no. A Jesús siempre parecían caerle bien los desheredados y los marginales: no parece, por la respuesta, que este tipo le cayera de ese modo. Y no tenía que ver con el dinero, sino con la actitud. Por ejemplo, Zaqueo era rico. Las prostitutas con las que solía cenar, no. Pero todos ellos compartían la conciencia de que cualquier cosa que recibieran de Jesús, fuera la que fuese, no se la merecían. No parece ser el caso con este tipo. Parece que él increpa a Jesús exigiéndole que le diga algo a su hermano para que él cambie de parecer, utilizando esa autoridad de rabí que le atribuye. Pero no sabemos si realmente el hermano de este tipo tenía la obligación de compartir la herencia. Es posible que el tipo que increpó a Jesús fuera un pesado que llevara meses intentando forzar la voluntad de su hermano, que le había rogado ya decenas de veces que se aguantara con lo que tenía y le dejara en paz. Pero ya sabéis cómo son esta clase de personas. Yo conozco a unos cuantos: les da igual. Les da igual la justicia, la paz, el bien del otro. Son incapaces de conformarse con nada; quieren lo suyo y, si pueden, arramblar con lo de otros. Hay gente que opina que los que les rodean tiene la obligación de compartir sus beneficios con ellos, que tienen la obligación de ser generosos, y cuando les toca a ellos serlo, no obstante, se desentienden.

Eso cuadra más con la respuesta que le dio Jesús. Jesús era todo compasión, todo amor, pero a este tipo le responde algo muy inesperado: “Absteneos de toda avaricia”. Sí, le está llamando avaricioso. Jesús podía hacerlo. En Juan 2 se nos cuenta que Jesús “no necesitaba que nadie le informara de nada acerca de los demás, pues conocía el interior del ser humano” (v. 25). Jesús, a pesar de ser quien era, en cuanto a la bondad humana era un escéptico, y a este tipo le caló incluso así, entre la multitud, con una increpación inesperada.

La parábola que explica Jesús es uno de los pilares de sabiduría en los que se debe basar nuestra vida del siglo XXI. Sin duda. Un poco más adelante, Jesús insiste: no debemos poner nuestra preocupación en estas cosas materiales de la vida, en la comida, en la ropa, en las cosas. ¡Dice que no nos preocupemos por la comida! ¡Cómo se atreve a decirle eso a los seres humanos del siglo XXI! A los humanos de los smoothies détox y la comida rápida. No hablamos de otra cosa más que de comida. Nos obsesiona.

Porque podemos permitírnoslo, en realidad. A los que no saben si hoy podrán cenar no les preocupa demasiado que los tomates sean ecológicos. Somos igual de avariciosos que el tipo que increpó a Jesús, e igual de avariciosos que el tipo que ensanchó su granero jactándose de sus ganancias. Somos avariciosos de cosas que van mucho más allá de las riquezas materiales (quien dice un granero lleno dice comprarse otro coche); también somos avariciosos con los recursos de los que disponemos. Y eso que no vivimos en uno de los países más ricos del mundo, porque cuanto más arriba se sube en comodidad, más despreciamos el hambre y la escasez de los demás. Más nos parece que se nos deben nuestras comodidades. Como el tipo: casi parecía que pensaba que Jesús le debía que intermediase a su favor, quizá porque él estaba acostumbrado a ir así por la vida y actuar así con todo el mundo. Sin un triste por favor. No obstante, seamos sinceros: nada de esto nos resulta ajeno.

¿No somos así cuando nos acercamos a Jesús, o al Padre, a exigirle que haga cosas por nosotros? Como si él nos lo debiera. Y cuando vienen preocupaciones, o problemas, nuestra primera reacción es cabrearnos con el Dios que todo nos lo debe, en nuestra versión particular del evangelio, uno muy bien acomodado a la sociedad consumista de este siglo.

Lo que se llevó este tipo fue algo que, seguramente, no supo apreciar: una parábola de Jesús personalizada. Seguramente se sintió decepcionado. Seguramente se marchó sin dar las gracias. Quizá no volvió a acercarse nunca más a Jesús. Quizá se lo perdió todo: el amor, la resurrección, la salvación; todo porque su avaricia iba primero y ni se molestaba en darse cuenta. Y para nosotros, Lucas, al retratarlo así, nos dejó para la posteridad al arquetipo del cretino, el que va de sobrado por la vida, del que todos tenemos un poco.

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