Los tatuajes y la Biblia

Hay muchas razones por las que no hacerse un tatuaje, pero un versículo descontextualizado de Levítico no es una de ellas.

31 DE JULIO DE 2017 · 09:38

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Hay muchas razones por las que no hacerse un tatuaje, pero un versículo descontextualizado de Levítico no es una de ellas

Sé que es poco popular decir esto, porque este versículo de Levítico 19:28 se ha utilizado hasta la saciedad en panfletos, videos y predicaciones para advertir a la gente de que estaremos ofendiendo a Dios si nos hacemos un tatuaje: “No os hagáis heridas en el cuerpo por causa de los muertos, ni tatuajes en la piel”. Sin embargo, a pesar de que lo aparenta, este versículo no está hablando de la costumbre moderna de hacerse dibujos subcutáneos. No se refiere a nada parecido. Pero, como ocurre tantas veces, más que interpretar nosotros este pasaje bíblico, este pasaje sirve para analizarnos a nosotros mismos y cuál es nuestro verdadero lugar frente a Cristo.

Es el típico ejemplo (junto con Malaquías 3:10 o Hebreos 10:25) de mala exégesis, o de pura eiségesis, es decir: de acudir a la Biblia con una idea preconcebida esperando que justifique lo que creemos, cuando debe ser al contrario. Cuando hacemos eso, perdemos completamente el norte de lo que se pretendía cuando se nos dio la Biblia, y la volvemos inútil o, lo que es peor, indeseable. Pero mucho más allá de eso, me vais a permitir que me meta en un pequeño berenjenal para explicar todo lo que implica, en realidad, seguir insistiendo en la mentira de que la Biblia prohíbe los tatuajes.

 

1. La dimensión histórica

Yo siempre aconsejo contestar lo mismo al querido hermanito, o hermanita, que le viene a alguien con tatuajes a decirle que está deshonrando/ofendiendo a Dios citando el texto de Levítico (con todo el amor y el respeto posibles, eh, porque lo más seguro es que vengan repitiendo cosas aprendidas que ellos mismos no han reflexionado): “Querido hermano, como no estaba sacrificando mis hijos a Moloc ni adorando a los muertos, di por hecho que este pasaje no se refería a mi situación”. Si eso no sirve para zanjar la discusión, al menos hace que nos enfoquemos en lo que deberíamos enfocarnos.

Porque abusamos de este texto a la vez que desconocemos completamente cuál es el contexto en el que se aplica. Y este contexto tiene varias capas.

Uno de nuestros “deberes” como cristianos es estudiar la Biblia para conocer a qué se está refiriendo en concreto el texto. Y estudiarla quiere decir ir más allá de aislar los versículos de su contexto, mala costumbre entre el pueblo evangélico moderno. Y, sinceramente, no es nada difícil de averiguar a qué se refiere: lo explica el propio texto. Si uno lee lo que viene antes y lo que viene después se encuentra con una sección de la ley que explica detalladamente qué cosas son culto a Dios y qué cosas no, en un contexto en el que una población de bajo perfil educativo, con constantes conexiones con los pueblos del entorno, no sabía identificar estas diferencias. Es algo absolutamente novedoso, y sería bueno que en otro momento pudiéramos hablar acerca de la maravilla que supone que Dios se presente a sí mismo en la Ley como un Dios completamente diferenciado e inesperado con respecto a los otros dioses de los pueblos colindantes, que eran todos similares entre sí, porque salían de la propia mente humana. Voy a hablar ahora de uno de esos dioses contra los que advierte este pasaje de Levítico, una bestia de la antigüedad digna de una obra de terror: Moloc.

En el pasaje de Levítico 19 habla de varios dioses cananeos a los que los pueblos que compartían territorio con Israel adoraban. Con pequeñas diferencias de nombre, todos estos dioses compartían los mismos atributos, y algunos dioses concretos se pueden interpretar no como entidades diferenciadas, sino más bien como especializaciones de otros dioses mayores del panteón. Sucede con todas las religiones politeístas del Mediterráneo, incluidos griegos y romanos. Moloc es una especia de extensión de Baal, al que se adoraba preferentemente en la zona del norte de Israel (en territorio hitita, en la Turquía actual), aunque se han encontrado perturbadores santuarios a Moloc también en territorio italiano y en el norte de África. A Moloc se le representaba como un ser con figura humana, pero cabeza de toro o de macho cabrío: una representación muy parecida a la imaginería asociada desde la Edad Media con Satanás, con todo lo perturbador que es eso. Moloc demandaba que se le sacrificaran bebés para adorarle, y no hay nada más lejos de la naturaleza del Dios que se muestra a sí mismo en la Biblia. Pero no solo eso. Lo que se critica en Levítico 19, además del culto solapado a Moloc, es otras prácticas igual de deshonrosas que tenían que ver con la muerte y la necromancia, es decir: con intentar adivinar el futuro a través de los muertos. Para ello, y para honrar a los muertos, o para intentar protegerse de ellos, según las fuentes, se hacían marcas (se arañaban con objetos afilados hasta que se les formaban cicatrices permanentes formando dibujos en la piel) y se hacían tatuajes, o como dice el texto hebreo, k’aaka’, que es un hápax legómena, una palabra de origen incierto, que según el diccionario de Koehler & Baumgartner “podría ser una simple decoración, en cuyo caso probablemente se utilizaría para resguardarse de los espíritus de los muertos”. Y tiene mucho sentido porque el original hebreo prohíbe “escribirse” estos k’aaka’ en el cuerpo. Sospechosamente se parecen a las pinturas de guerra que todos tenemos en mente cuando pensamos en pueblos primitivos.

En resumen, estas prácticas las hacían hititas, cananeos (fenicios) y sirios: sacrificar recién nacidos al altar del dios Moloc, lacerarse el cuerpo en cultos relacionados con los muertos o practicar la necromancia. Entre otras muchas prohibiciones relacionadas con lo mismo. Y, en el contexto, Dios deja bien claro que su pueblo, sus hijos, quienes le rindan culto a él, no deben bajo ningún concepto dejarse contagiar de tales prácticas pensando que le rendirán culto a él igual que si fuera otro dios más de su entorno.

 

2. La dimensión cristiana

Ya entrando en harina del Nuevo Testamento, si hay algo que nos deja claro Jesús en los Evangelios y se repite y afirma en todas sus cartas, es que somos nuevas criaturas en Cristo y ya no necesitamos cumplir con la ley para hallar gracia frente a los ojos de Dios. Y yo tengo una pregunta al respecto: ¿cómo es que hay cristianos que están seguros de que ya no es necesario, por ejemplo, circuncidarse para pertenecer al pueblo de Dios, y sin embargo asumen sin cuestionárselo que no se pueden hacer tatuajes porque la Biblia lo prohíbe? No es un problema del texto bíblico, es un problema del que lo lee. Primero, ya he demostrado que específicamente este texto tampoco se refiere a los tatuajes modernos. Pero, por lo demás, ¿pretenden incumplir una ley para cumplir otra? ¿No dice la Biblia en Santiago 2:10 que “el que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto, ya es culpable de haberla quebrantado toda”? Entonces, o estamos bajo el imperio de la ley o no lo estamos. Y ojo: que aquí cada uno es libre de hacer lo que le parezca. Que si hay alguien que libremente decide cumplir al pie de la letra toda la ley de Moisés, está en su derecho de hacerlo: pero no puede ni imponérselo a los demás ni esperar que eso supere la obra de Cristo en la cruz.

Si ya no estamos bajo el imperio de la ley, y para nosotros la ley es algo que observar, estudiar y analizar, de donde se aprende quién es Dios y sin cuya existencia no podríamos tener acceso a toda la dimensión de la realidad de Cristo, entonces este versículo de Levítico está demasiado lejos de nuestra realidad, y su aplicación literal no honra a la propia Palabra de Dios. 

A mí la pregunta que se me queda en el aire es otra: ¿por qué, de entre todas las razones por las que no hacerse un tatuaje, hay cristianos que necesitan basarse en una presunta prohibición bíblica para no hacerlo? ¿No tienen criterio propio? ¿No tienen libertad para decidir no hacerlo? Una libertad que, recordemos, nos da el mismo Espíritu Santo (2 Co 3:17). Es triste la realidad de que nada de esto se parece al cristianismo de verdad, al que se desprende del puro evangelio. Aquí estamos hablando de obligaciones, de leyes, de normas… de legalismo, en última instancia. El verdadero evangelio (y solo hay que abrir la Biblia para comprobarlo) habla de libertad, de amor, de generosidad, de fidelidad, de poder y dominio propio.

 

3. La dimensión cultural

Creo que sé cuál es la razón real de por qué a cierta clase de cristianos no les gustan los tatuajes y por eso se escudan en versículos bíblicos cogidos con pinzas para buscar autoridad para prohibirlos. En el fondo, no tiene nada que ver con la Biblia.

Hace años, cuando nos casamos, mi marido y yo nos hicimos con un par de hámsteres como mascotas y fuimos a casa de mis abuelos a enseñárselos. A mi abuela le pareció algo horrible que alguien quisiera tener aquellas ratas como mascotas, aunque no fueran ratas, en realidad. Pero mi abuela, que había nacido y crecido en la posguerra, tenía en una parte muy ancestral de su mente la idea fijada de que las ratas y otros roedores son transmisores de enfermedades mortales. Y tenía razón: en su época, si se metía una rata o un ratón en la despensa de la casa, podía ser la ruina de la familia para toda la temporada. Ya en pleno siglo XXI el contexto era muy diferente, pero esa idea ancestral seguía en su disco duro.

Con los tatuajes pasa lo mismo: hasta los años ochenta del siglo XX, los tatuajes eran de maleantes, de los bajos fondos, de presos y gente de baja ralea, de marrulleros y pandilleros, y esa imagen perdura en el disco duro de una gran parte de la sociedad. Hoy en día no es necesariamente cierto, y en la sociedad occidental del siglo XXI el tatuaje es una simple muestra artística. Hoy en día hay un riesgo muy bajo de contagiarse una hepatitis, porque ya no se realizan los tatuajes compartiendo agujas inyectadas en tinta en una celda insalubre de una prisión: se hace bajo control sanitario en estudios y lugares especializados. Aunque siguen existiendo los tatuajes carcelarios (y los tatuajes pandilleros), no son la norma. Para los nacidos en un contexto urbano moderno, los tatuajes son algo que forma parte natural del paisaje colectivo, una simple decisión personal de imagen. 

Hay buenas razones para no hacerse un tatuaje. Más allá de los riesgos que hay que asumir acerca de las tintas y el proceso, está la posibilidad de que te arrepientas pasados unos años. Yo no aconsejaría a nadie hacerse un tatuaje porque sea la moda entre sus amigos o la gente con la que convive. Las prisas, los gustos de los demás o las modas pasajeras no son buenos consejeros. Y también hay cierta clase de símbolos o lemas que, quizá, deberíamos considerar bien. Por muy de moda que estén, puede que no sean de buen gusto, o no sean acertados, o no nos representen como cristianos.

A veces, con supuestas buenas intenciones, se favorece la idea de que los tatuajes no son bienvenidos en la iglesia; sin embargo, eso tiene unos efectos secundarios muy nefastos: tal vez signifique que, a la hora de la verdad, nunca nos vamos a atrever a llevarle el evangelio a los que sí tienen tatuajes, a los presos, a los pandilleros, a los que han llevado una vida marginal; pero tampoco llegaría el evangelio a toda esta generación actual moderna y urbana para quienes el significado de los tatuajes está completamente transformado en su cosmovisión. Detrás de esa falsa moral hay prejuicios que no casan con la esencia del evangelio, y yo personalmente prefiero no tener nada que ver con eso.

Creo que, como conclusión, la enseñanza bíblica real es esta: si tienes tatuajes, eres bien recibido en Cristo. Si no los tienes, no se te da un acceso VIP, lo siento. Si no quieres hacerte un tatuaje, libre eres en Cristo. Si quieres hacértelo y te haces responsable de tus actos, eres igual de libre.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Los tatuajes y la Biblia