Amor: compromiso, afecto y honestidad

Amar a la gente no es una cuestión de ser extrovertido si eres una persona introvertida. Es llegar a ser semejante a Cristo.

24 DE JUNIO DE 2015 · 08:54

Foto: koiax (Pixabay),
Foto: koiax (Pixabay)

¿Qué es el amor? ¿Qué significa amar a alguien? ¿Significa tener una lista de las cosas que hemos hecho por los demás? ¿Es una emoción que se supone que tenemos que sentir?

Cuando el Señor dijo “un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros”, nos estaba dando un modelo y una definición de amor. Imagino la confusión de los discípulos mientras se decían a sí mismos: “esto es nuevo, ayer nos dijo que teníamos que amar a nuestro prójimo”. Pero aquí viene el elemento nuevo: “como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35). En otras palabras, el nuevo mandamiento era que el Señor se estaba dando a sí mismo como el estándar o la definición del amor.

 

JESÚS ES EL MODELO DE AMOR

Lo que Jesús está diciendo es “relacionaos con la gente como yo me he relacionado con vosotros”. Al estudiar cómo se relacionaba Jesús con sus discípulos tenemos la oportunidad de ver el amor “en movimiento” en las páginas de la Biblia. Podemos fijarnos en aquel que es el amor encarnado y observar el amor en un sentido muy real. Estudiamos el amor mediante la observación de los diferentes elementos de la relación de Jesús con sus discípulos, empezando por el compromiso, el afecto y el aliento, y la honestidad a través de la vulnerabilidad y la confrontación.

Antes de que veamos estos elementos específicos del amor, necesito hacer un comentario acerca de las personalidades. Amar a la gente no es una cuestión de ser extrovertido si eres una persona introvertida. Es llegar a ser semejante a Cristo. Para algunas personas, eso significa hablar un poco más, mientras que para otros significa hablar un poco menos. Amar a la gente no significa convertirse en otra persona, sino ser cada vez más tú mismo. A medida que aprendemos a amar como Cristo ama, empezamos a vivir como fuimos creados para vivir.

 

1) Compromiso

 

Foto: Itsabreeze (Flickr)

El primer elemento del amor de Jesús por sus discípulos es el compromiso. Lucas 19:1 cuenta el encuentro de Jesús con Zaqueo, el recaudador de impuestos. Zaqueo subió a un árbol para ver pasar a Jesús, pero Jesús se detuvo y le llamó, diciéndole que bajara y le invitara a comer a su casa. Nos puede parecer atrevido pedirle a alguien que te invite a comer a su casa, pero en esa cultura Jesús estaba mostrando la aceptación y el compromiso de Zaqueo. La comunión en la mesa al compartir una comida era una poderosa declaración de aceptación y amor que la gente entendía. Los judíos de esa época eran conocidos por no tener comunión con los que no eran parte fiel de la comunidad judía. Un romano escribió que los judíos “no partían el pan con ninguna otra raza”.[1]

Los que oyeron a Jesús interactuando con Zaqueo se sorprendieron y dijeron: “¡se ha ido como huésped de un pecador!”. Zaqueo, abrumado por esta aceptación y este compromiso, procedió a regalar la mitad de su dinero. A menudo, las personas se sienten abrumadas cuando otros se comprometen con ellos de algún modo. Jesús habló del mayor compromiso que hay cuando dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Un verdadero compromiso de amor requiere sacrificio. Jesús destacó que estaba haciendo el sacrificio definitivo al renunciar a su vida.

Los primeros cristianos eran conocidos dentro de la comunidad cristiana y fuera de ella como hermanos y hermanas. Tenían un compromiso entre ellos que sustituía incluso lazos familiares. Se comprometieron a amarse y ayudarse mutuamente a alcanzar la madurez en el Señor. ¿Qué exige este tipo de compromiso? Pablo escribe en 1 Cor. 13 que el amor verdadero “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

 

El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”

Cuando amamos a alguien, estamos comprometidos con esa persona y no la abandonamos a causa del dolor o la dificultad. Pero el compromiso va más allá de quién eres: es quién puedes llegar a ser. Si realmente amamos a alguien, vemos en esa persona no sólo quién es ahora y sus flaquezas y debilidades de carácter, sino quién puede llegar a ser. Los discípulos son un buen ejemplo: eran un grupo variopinto y desigual. Pero se convirtieron en la base del movimiento más vibrante de todos los tiempos. Fueron cautivados por el amor de un hombre.

Anne Lindbergh, una chica tímida y vergonzosa, se convirtió en una aclamada autora americana. Ella describe por qué: “el mero hecho de sentirme amada era increíble y cambió mi mundo, mis sentimientos sobre la vida y a mí misma. Me dio confianza, fuerza y casi un nuevo carácter… Como consecuencia, me di cuenta que podía hacer más de lo que pensaba”.[2] Hay gente como ella en todas partes: personas que pueden llegar a ser más de lo que creen. La llave a la puerta de su potencial es nuestro compromiso de amor.

Pero este tipo de compromiso de amor no es algo que simplemente ocurra. Eliges confiar en Dios y depender de su fuerza y compremeterte a amar a las personas. Cuando resulta difícil y doloroso, todos nos sentimos tentados de dar a esa persona por perdida y decir, "bueno, puede que tenga que relacionarme con esa persona en el cielo, pero esperaré hasta entonces". Eso es un pretexto, una concesión. No podemos amar sin un compromiso que reemplace las corrientes emocionales humanas normales. El verdadero amor es compromiso.

 

El amor es paciente”

En 1 Cor. 13, Pablo explica que “el amor es paciente”. La palabra paciente nos suele parecer muy suave y agradable. Pero de hecho, “paciente” es una palabra muy fuerte; significa sufrir y aguantar, significa un compromiso firme frente al dolor. Ser paciente significa cumplir los compromisos independientemente de la dificultad.

Imaginen a una mujer anciana, pariente suya, que ha sufrido muchas dificultades y pruebas y que quiere que ustedes lo sepan. Está amargada, enojada y llena de autocompasión. ¿Ha durado? Sí. ¿Ha sido paciente? No.

Mi madre sufrió enormes dificultades físicas. Tuvieron que hacerle una importante operación en la espalda, tuvieron que reemplazarle la rodilla y la cadera y tenía una artritis severa y la enfermedad del Parkinson. También perdió a su marido y a una hija. Y aún así, seguía amando a la gente, y no hablaba de todo lo que había sufrido. Era gozoso estar con ella. Fue paciente y sufrida en medio del dolor de la vida. El amor perdura.

 

El amor es benigno”

Pablo subraya que “el amor es paciente” sólo se puede entender completamente en relación con que “el amor es benigno”. La razón por la que el amor es paciente o sufrido es porque el amor es benigno. Es amor, porque cuando sufre también es benigno. No es apretar los dientes y aguantar con un resentimiento silencioso: es simple alegría y amabilidad.

Déjenme contarles una historia real de una madre que estaba al límite de sus fuerzas. Se le habían juntado demasiadas cosas: la lavadora se había roto, el teléfono no dejaba de sonar, le dolía la cabeza, y acaba de recibir una factura en el correo que no podía pagar.

Ella lo cuenta así: “cuando estaba a punto de estallar, subí a mi hijo de un año a su silla, incliné mi cabeza contra la bandeja y empecé a llorar. Sin decir una palabra, mi hijo se sacó el chupete de la boca y lo metió en la mía”.[3] Su hijo fue instintivamente amable.

Piensen en la vida del Señor. Muchas de las cosas que él hizo podrían calificarse de amables. Acogió a los niños pequeños. Consoló a los afligidos y sanó a los enfermos. Trajo un rayo de felicidad a un mundo a menudo triste. Eso es benignidad: ofrecer compasión humana y bondad a las personas.

Nuestras vidas funcionarían mucho mejor si fuéramos amables. El aceite de la bondad humana elimina gran parte de la fricción del conflicto relacional. La amabilidad juega un papel muy importante en las relaciones sanas. ¿Qué parte de nuestra interacción con los demás tomaría un giro espiritual, incluso eterno, si les tratáramos amablemente?

La mayor parte de nuestras interacciones con las personas que encontramos en el mundo son impersonales, rápidas, antisépticas y seguras. Hay estudios que han demostrado que si miras a alguien a los ojos durante 7 segundos, le reconoces como un ser humano. Si lo haces con compasión, de hecho, estás mostrando benignidad.

 

2) Afecto/aliento

 

Foto: Wei Qiao

La segunda parte del amor es el afecto y el aliento. Jesús no sólo demostró afecto y apoyó a sus discípulos, sino también a los demás. Marcos 10:16 dice que Jesús “tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía”. Cuando se sentó en la última cena, explicó cuánto había ansiado comer la Pascua con sus discípulos. En la última cena Juan (“el discípulo a quien Jesús amaba”) se inclinó hacia él para hacerle una pregunta. Cuando Pedro reconoce acertadamente que él es el Cristo, Jesús lo bendice y le pone un nombre nuevo. El afecto y el aliento que Jesús refleja proporciona un ambiente de alegría y calidez.

Pedro le dice a los creyentes que se saluden con “un ósculo de amor” (1 Pedro 5:14). Así la primera responsabilidad de los creyentes es saludarse con afecto como un signo de su amor por los demás. Esta área de afirmación y apoyo es una de los más difíciles para mí. Por ejemplo: sin pedírselo, un miembro de mi grupo oró así por mí, “Señor, permite a Greg ser más alentador". Tengo tendencia a notar todo lo malo de la gente y, movido por un deseo de ayudar, siento la necesidad de hacerles saber la verdad. Así que preparo el camión de la verdad y lo descargo sin contemplaciones. No estoy dascartando la honestidad constructiva, como veremos en un momento. Tenemos que cambiar y tenemos que decirnos la verdad, pero en una escala del 10 (positivo, afectuoso, alentador) al 1 (negativo, conflictivo, difícil). ¿Qué vemos en los demás? ¿Vemos su potencial? ¿Nos relacionamos con ellos esperando que el Señor trabaje?

Hace unos años me uní a un pequeño grupo que se reunía cada miércoles por la mañana para poder aprender y crecer en el Señor. ¿Por qué? ¿Había algún gran teólogo en este grupo? No, había un hombre que tenía un problema de dislexia tan grave que apenas podía leer. Suspendió dos veces en segundo de primaria. Pero durante años yo había oído que este hombre había sido de gran aliento para mucha gente de toda Europa. Había oído de su amor al Señor y de la profunda riqueza que experimentaba en su relación con el Señor. Había oído cómo el Señor le había utilizado en la vida de muchas personas por el amor que les mostraba. Decidí que quería conocer y pasar tiempo con este hombre de 65 años. Sé mucha más teología que este hombre, pero yo sabía cuánto necesitaba aprender de un hombre piadoso que conoce y vive en el amor del Señor y ama a la gente. Descubrí que su mayor regalo era el aliento. Todos los que estábamos en el grupo sentíamos como nos levantaba el ánimo y queríamos amar más al Señor y a los demás sólo por estar con él.

El afecto y el aliento no deben ser sólo verbales: también deben ser físicos. Esto es especialmente difícil para los hombres. El psicólogo Alan McGinnis lo explica así: “a los hombres no se les permite tocarse, excepto para estrecharse la mano”.[4] Como contraste, vemos a Juan apoyarse en Jesús para hacerle una pregunta. Vemos a los ancianos de Éfeso llorando y abrazando a Pablo cuando les dice que no les verá otra vez en esta vida. Si vamos a imitar a Cristo tenemos que amar como él amó, y esto puede incluir abrazar a un amigo. Para seguir a Jesús debemos amar como Jesús y estar dispuestos a ir contracorriente.

Dejé un puesto de jefe de operaciones en una empresa de inversión hace unos años. Tomé decisiones que afectaron a los miembros del personal de esa empresa. Cuando me fui, me hicieron una pequeña fiesta, y todos me dijeron que me echarían de menos. (¿Qué van a decir? ¿Que no me van a echar de menos?). Cuando me haya ido de este mundo, ¿importarán las decisiones de negocios que hice en ese trabajo? No, probablemente no importarán en absoluto. Pero recibí una tarjeta en la fiesta en la que unas seis personas me dijeron el impacto que había tenido en sus vidas, incluyendo una persona que ahora es hija de Dios. Uno de ellos escribió, “Greg, no hay manera de expresar mi sentimiento de pérdida porque ya no vas a estar aquí. Dios me ha bendecido enormemente a través de ti. Estoy muy agradecido por ti. Esta empresa y su gente perderán a su guía. Espero que Dios bendiga tu nuevo ministerio”. Otro amigo escribió: “ha sido un honor y un privilegio conocerte y trabajar contigo. Gracias por todo, especialmente por tu deseo de hacer lo correcto para retarme a mí y a otros. Lucha la buena lucha con todas tus fuerzas”. No cito estas observaciones para darme palmaditas en la espalda a mí mismo. Prácticamente me hicieron llorar cuando las leí. ¿Por qué? Porque sabía que estaba invirtiendo mi vida (al menos parte del tiempo) en lo que importa: amar a la gente.

También he de decir que dejé ese trabajo con un gran sentimiento de fracaso. ¿Por qué? Tengo una personalidad muy fuerte, al contrario que dos de las personas que trabajaban para mí. Aunque no ocurría a diario, no era raro que yo fuera áspero o que perdiera la paciencia. Creo que estas dos personas en el fondo sabían que quería lo mejor para ellos, pero no siempre era paciente y bueno como enseña 1 Corintios. Y eso supone una gran diferencia. Hay una gran diferencia en que alguien sepa cuánto les quieres, sobre todo cuando no están totalmente seguros de que lo hagas.

¿Cuál es tu legado? ¿Qué se va a leer en tu obituario? Lo único que perdura es el amor. Lo único que al final importa es el amor.

 

3) La honestidad de la vulnerabilidad

 

Foto: Trev (Flickr)

El siguiente principio del amor es la honestidad: la honestidad de la vulnerabilidad y la honestidad de la confrontación. Son en realidad dos principios separados, pero ambos tienen la misma raíz: decir la verdad. La vulnerabilidad dice la verdad sobre uno mismo, y la confrontación dice la verdad sobre otra persona.

Podemos ver el principio de vulnerabilidad en el huerto de Getsemaní. Jesús exclamó, “mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad” (Marcos 14:34). Jesús era un hombre hecho y derecho, pero cuando estaba preocupado por algo estaba dispuesto a decirlo. Igualmente, Pablo fue brutalmente honesto cuando escribió “pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida” (2 Cor. 1:8). Tengo un amigo que ha ayudado a muchos hombres porque es una persona abierta. Su propia honestidad le ha brindado a otros la libertad de ser sinceros en respuesta. Hay un cierto candor en la verdadera honestidad que hace que una persona sea accesible.

Curiosamente, la honestidad es básica para conocernos a nosotros mismos. A menudo, en una sesión de consejería, el aconsejado dice al consejero, “eres la primera persona con la que he sido completamente sincero”. En cierta medida, esta declaración describe la causa por la que necesitan asesoramiento. Los problemas se desarrollan en nuestras almas cuando no somos honestos con los demás, cuando no tenemos el tipo de relación amorosa honesta que Jesús tuvo y nos enseña a tener.

Esta voluntad de ser honesto y vulnerable es un gran desafío. Expresar debilidad o necesidad es algo amenazante y, a menudo, temido. Por supuesto, no estamos hablando de esa autocompasión y lloriqueo constantes por los que algunos se sienten tentados. La honradez tampoco es que alguien te cuente todo acerca de sí mismo, tanto si quieres escuchar como si no. Pero para hablar abiertamente de lo que uno es (“mi alma está muy triste”) hace falta fuerza y gran valor. De hecho, esta falta de vulnerabilidad se corresponde con falta de coraje. Nos escondemos tímidamente detrás de la fachada que nos hemos creado. Es realmente muy simple: o somos honestos con respecto a nosotros mismos, o nos estamos ocultando o mintiendo. Parte del amorpor otra persona es estar dispuesto a ser honesto y vulnerable con ella, como Jesús.

No podemos axhortar a los demás a hacer algo que nosotros no estamos haciendo. Santiago nos exhorta: “confesaos vuestras ofensas unos a otros” (Santiago 5:16). Si no tenemos esta calidad y profundidad propia de relaciones en las que impera el amor, en las que podemos confesar nuestros pecados y pedir sabiduría, consejo y oración a un amigo, entonces es algo en lo que tenemos que trabajar. No estoy diciendo que vayamos a conseguirlo de la noche a la mañana. Es un proceso que tarda su tiempo.

Esto es parte de la calidad básica y la profundidad que deben tener nuestras relaciones si vamos a ser la clase de personas piadosas el Señor quiere que seamos. Esto es lo que significa amar a la gente: ser como Jesús. Todavía vivimos en un mundo dominado por la imagen, y sentimos una presión enorme por dar una imagen cristiana perfecta. No queremos ser sinceros y contarle a la gente madura y piadosa nuestras luchas, nuestro dolor y nuestro pecado. Pero bíblicamente no podemos amar plenamente a los demás si no construimos relaciones que tengan esta calidad y profundidad.

 

4) La honestidad de la confrontación

 

Foto: Orkidea White (Flickr)

La segunda parte de la honestidad es la confrontación. En mi tesis acerca de la comunicación de la verdad escribí un capítulo sobre el contexto, o ethos, de la enseñanza de Jesús. Dediqué una sección entera a la confrontación, porque Jesús se enfrentó a todo el mundo. Reprendió a sus discípulos (“Oh hombres de poca fe”) y a los líderes religiosos los llamó “hipócritas” y “sepulcros blanqueados” (Mateo 8:26; Mateo 23:27). Jesús tenía un ministerio de confrontación. No era reticente a confrontar a sus discípulos, puesto que eso formaba parte de su amor por ellos.

Tengo muchos amigos cercanos que tienen un ministerio de confrontación en mi vida. Hace años, un compañero de trabajo me confrontó con ciertas áreas de debilidad relacionadas con cómo lideraba y dirigía. Siguiendo el principio bíblico de ser honestos con los hermanos de confianza en el Señor, le dije a un amigo lo que había sucedido, y le expliqué por qué yo tenía razón. Estaba buscando su apoyo y su afirmación. Pero él respondió: “hermano, todos estamos plagados de defectos, pero no todos podemos verlos de golpe”. En otras palabras, me decía que mi compañero tenía razón y que necesitaba fijarme en mis evidentes debilidades. Como podrán imaginar, fue algo que no me gustó escuchar. Pero esta persona era un hermano cristiano que me amó lo suficiente como para decirme la verdad sobre mí. Si no nos decimos la verdad entre nosotros, no nos amamos unos a otros como amaba Jesús. Tenemos que decir la verdad con amor, porque amamos. La única pregunta es si estaremos dispuestos a aprender unos de otros.

Este concepción del amor reflejado en nosotros como confrontación honesta se puede comparar con un espejo. Necesitamos un espejo para poder vernos físicamente, y necesitamos los espejos de la confrontación con amor de otros para ver cómo somos en realidad. No podemos vernos espiritual, emocional y moralmente sin personas a las que queremos y que estén dispuestas a hacernos preguntas difíciles y a compartir con nosotros sus observaciones y sus preocupaciones.

He tenido la oportunidad de hacer consultoría gerencial para algunas empresas. Estas empresas contratan a un consultor porque quieren ser mejores y más efectivas. Una de las primeras herramientas de evaluación que se les da a los directivos de una empresa son los 360. ¿Qué son los 360? Son una herramienta de gestión que le pide a los compañeros de un trabajador que evalúen su rendimiento en el trabajo y su adhesión a los valores de la empresa.

Necesitamos hacer eso en la iglesia. Necesitamos conocernos entre nosotros lo suficiente y amarnos lo suficiente como para evaluarnos así. ¿En qué punto estás, espiritualmente hablando? ¿Y relacionalmente? ¿En qué áreas necesitas mejorar?

Déjenme darles un ejemplo de un personaje histórico que trabajó su honestidad. Martín Lutero, el líder de la Reforma, escribió acerca de la importancia de estar dispuesto a confrontar a otros.

“Por supuesto, regañaré y reprenderé a mi hermano, pero no seré hostil con él. Si le llamo “insensato” con amor fraternal, igual que Jesús a sus discípulos (“Oh insensatos, y tardos de corazón”), o que Pablo a los gálatas (“Oh gálatas insensatos”), no es una señal de enfado: es una señal de amor de un amigo. Porque si no me preocupara de corazón por el bienestar de mi hermano, me callaría y le dejaría ir”.[5]

Sin embargo, estar dispuesto a amar a alguien lo suficiente como para confrontarle no es algo común. Es amor, pero es un amor que a menudo no es bienvenido. Cuando alguien te confronta, ¿lo valoras instintivamente? Humanamente hablando, yo no lo hago. Nuestro primer instinto es rechazar la interferencia de esa persona y decirle “¿quién te crees que eres?”.

Una vez confronté a una chica que decía ser creyente pero que estaba en una relación seria con un no creyente. Su reacción fue ofenderse y enfadarse cuando le dije que estaba desobedeciendo una enseñanza clara de la Escritura. Esa es nuestra respuesta humana y orgullosa cuando nos miramos en el espejo y vemos nuestras verrugas y nuestros granos. Lutero explica cómo solía reaccionar la gente con él: “sé bien que a la gente no le gusta que les reprendan. Sin embargo, yo diré la verdad; debo hacerlo, aunque me costara la vida”.[6]

Debemos estar comprometidos con la verdad y a amar a los demás hasta el punto de confrontarles con amor.

La Biblia nos enseña que esta confrontación se ha de realizar en diferentes etapas. Prácticamente cada vez que se utiliza el término “reprobar” en el Nuevo Testamento se utiliza también “suavemente” como modificador. No debemos enseñarnos unos a otros como jugadores de rugby cuya responsabilidad es placar a los demás. No, debemos amar y tratar los problemas con gentileza.

Igual que un experimentado doctor que observa un patrón en el estilo de vida que le causará la ruina a la salud de su paciente, debemos estar dispuestos a hacer preguntas o a decir “hermano o hermana, te aprecio, y quiero lo mejor para ti, y me preocupo por ti”. Lutero reflexionó sobre esto y dijo: “debes hacer la herida de tal modo que sepas cómo amortiguar el golpe y cómo sanar la herida; debes ser severo de tal modo que te sea imposible no ser amable”.[7]

Aprender a amar a los demás no es fácil. Hace falta compromiso, afecto y aliento, y honestidad a través de la vulnerabilidad y la confrontación. Hace falta salir de nuestra zona de confort para amar a los demás.

La semana que viene veremos más elementos del modelo bíblico del amor por los demás.

 

 

Notas

[1] Diodoro de Sicilia (Historical Library 34.1.1-4) en el libro de Louis Feldman y Meyer Reinhold Jewish Life and Thought Among Greeks and Romans: Primary Readings, (Minneapolis: Augsburg Fortress, 1996), 384.

 

[2] Charles R. Swindoll, “Amar sin red,” en Growing Strong in the Seasons of Life (Portland, Ore.: Multnomah, 1983), 66–68.

 

[3] Clara Null. En Chicken Soup for the Working Woman’s Soul: Humorous and Inspirational Stories to Celebrate the Many Roles of Working Women por Jack Canfield, Mark Victor Hansen y Mark Donnelly. (Backlist LLC, 2012),

 

[4] Alan McGinnis. The Friendship Factor: How to Get Closer to the People You Care for. (Augsburg Books, 2003), 4.

 

[5] Ewald M. Plass, comp., What Luther Says, vol. 2. (Saint Louis: Concordia, 1959), 1169.

 

[6] Plass, comp., What Luther Says, 1169.

 

[7] Plass, comp., What Luther Says, 1170. 

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