El ‘Tío Gilito’ y las riquezas

Para los seguidores de Tío Gilito, ser rico significa acumular riquezas. Siglos antes de Carlos Marx, el apóstol Santiago alzó su voz contra los ricos que tienen la confianza puesta en sus tesoros

23 DE JULIO DE 2013 · 22:00

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Hasta los niños saben que Gilito McPato o tío Gilito es un personaje de ficción de historietas y animaciones. Se le identifica con aquel avaro familiar del Pato Donald que acumulaba pirámides de centavos a base de no gastar nunca nada. En Hispanoamérica, al personaje creado por el artista Carl Barks para la compañía Walt Disney, Tío Gilito, le llaman Tío Rico. En la ficción, Tío Rico, que llegó a tener una revista para sí solo, fue establecido como protagonista al lado del Pato Donald. Más tarde se convirtió en figura principal de las historias mientras que Donald y sus sobrinos quedaron como ayudantes de Tío Rico. Fue el triunfo de la astucia sobre la candidez. El triunfo de la avaricia sobre la generosidad. El triunfo del dinero sobre la pobreza. “Apresuraos a ganar primeramente dinero. La virtud llega más tarde”, dicen que dijo Horacio. Tío Rico almacenaba su fortuna en grandes silos con forma de caja de caudales y con un inmenso signo del dólar cubriendo la fachada. Dentro, montañas de dinero en efectivo –billetes y monedas- sobre las que Tío Rico se arrojaba desde un trampolín, nadando literalmente en su riqueza, pasatiempo en el que encontraba su máximo placer. La imagen me lleva a pensar en Gog, el fantástico personaje creado por la imaginación del genial italiano Giovanni Papini. El nombre del hombre da título a uno de los libros más leídos de Papini. Según Mario Verdaguer, Gog simboliza al hombre primitivo y bestial, personaje temible, caricatura del Anticristo, que lleva escondida el alma del diablo. Cuenta Papini que en una de sus locuras Gog quiso experimentar el significado de la frase popular “nadar en oro”. En una piscina de ocho metros de largo mandó convertir en líquido todo el oro que pudo acumular. Probó a meterse en aquella masa amarillenta y descubrió que es absolutamente imposible nadar en oro. “Todo lo más –explica Gog- ayudándose con las manos se puede penetrar en la masa hasta la cintura, pero a costa de muchos esfuerzos, y cuando se está sumergido es muy difícil moverse: nos vemos prisioneros y sacrificados”. Si era sincero o no lo era, si creía y sentía realmente lo que escribió en su autobiografía tocante al dinero, no lo sé ni es posible averiguarlo. Me refiero al multimillonario John Davison Rockefeller (1839-1937) rey del petróleo. Dice en el capítulo 12 del libro donde habla de su vida: “Y estoy seguro que están en un error los que piensan que la posesión de dinero en abundancia trae la felicidad. La novelería de poder comprar todo lo que uno quiere se desvanece pronto ante el hecho de que aquello que más buscamos no se puede comprar con dinero”. ¿Fue también ésta la experiencia de Salomón? Se ha escrito mucho sobre las riquezas de Salomón. En una breve sentencia del Eclesiastés, afirma: “Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y provincias” (2:8). Por el primer libro de los Reyes y el segundo de las Crónicas (10:21 y 9:20) sabemos que Salomón recibía de sus súbditos unos 20.000 kilos de oro al año. Además recibía grandes tributos en oro de otros reyes y de las provincias que gobernaba. Tan grande riqueza acabó considerándola como “vanidad y aflicción de espíritu”. En 1929 estalló en Estados Unidos la peor crisis económica del siglo XX. Se la conoce como “la gran depresión” Los efectos duraron prácticamente unos cinco años, hasta que el presidente Franklin Roosevelt consiguió remontar la crisis. En Nueva York, donde estaba la Bolsa, multimillonarios americanos, arruinados de la noche a la mañana, se suicidaban en sus despachos o se arrojaban desde las habitaciones de los hoteles. La danza del dinero los volvió locos. El escritor español Emilio Carrere, muerto en 1947, fue un hombre que ganó mucho dinero y lo despilfarró todo. En un poema a la diosa fortuna, escribió: “¿La fortuna? Su canción escuché una noche de luna, y cuando abrí mi balcón ya iba lejos la fortuna”. Rock Hudson fue uno de los grandes actores de Hollywood. Con el rostro completamente desfigurado murió de sida en su casa de Los Ángeles el 2 de octubre de 1985. Poco antes de morir había dicho a los periodistas: “La felicidad que cuenta en la vida no viene, por supuesto, de los aplausos ni de las cifras con muchos ceros a la derecha de los contratos firmados”. El galán más cotizado de Hollywood daba la razón a Salomón. Después de la primera guerra mundial el marco alemán se devaluó al extremo de que un huevo llegó a costar cuatro mil millones de marcos. Stefan Zweig, uno de los más eminentes escritores europeos nacido en Viena, quedó arruinado debido al cambalache de la moneda. Entonces escribió: “no reside nuestra seguridad en lo que poseemos; estriba en lo que seamos y en lo que logremos hacer de nuestra propia vida”. Para los seguidores de Tío Gilito o Tío Rico, ser rico significa acumular una enorme cantidad de riqueza. Siglos antes de que Carlos Marx escribiera EL CAPITAL, el apóstol Santiago alzó su voz contra los ricos que tienen la confianza puesta en sus tesoros. Unos 400 años después San Juan Crisóstomo escribió esta frase que no siempre es verdadera: “todo rico es un ladrón o el heredero de un ladrón”. No creía esto Tío Rico. Sus saltos sobre papel y monedas de diferentes países hacían de él un personaje simpático y cercano. A Antonio Rubio, directivo y autor del blog Piensa en Libertad, le caía bien Tío Rico y le caía mal Robín Hood, quien robaba a los ricos para dárselo a los pobres. ¿Por qué quitar a los que más trabajan para dárselo a los que menos se esfuerzan? Esta era su filosofía. También es materia para pensar.

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