La semilla de la fe

En la Biblia aparece la palabra semilla en más de treinta ocasiones, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

06 DE ENERO DE 2022 · 19:20

La bellota, que no se abre en la madurez, es el medio de propagación que tienen varias especies del género Quecus, como encinas, robles, alcornoques, quejigos, coscojas, etc. Esta es la del roble del Tabor./ Antonio Cruz.,
La bellota, que no se abre en la madurez, es el medio de propagación que tienen varias especies del género Quecus, como encinas, robles, alcornoques, quejigos, coscojas, etc. Esta es la del roble del Tabor./ Antonio Cruz.

Después dijo Dios:

Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla;

árbol de fruto que dé fruto según su género,

que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. (Gn. 1:11)

 

La palabra hebrea zera, זֶרַע, que significa “semilla” tanto vegetal como animal, se tradujo al griego por sperma, σπέρμα, que significa “lo sembrado”, y al latín de la Vulgata por semen.

En la Biblia aparece este término en más de treinta ocasiones, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Los hebreos siempre fueron muy cuidadosos con las semillas ya que eran las transmisoras de la vida.

Cuando, por casualidad, entraba en contacto cualquier resto de un cadáver con alguna semilla destinada a la siembra, ésta sólo debía rechazarse si previamente había estado en contacto con agua, pero si no era así, se seguía considerando limpia (Lv. 11:37-38). La humedad era lo que iniciaba el proceso de la germinación.

También estaba prohibido para los hebreos sembrar semillas de distintas especies juntas, ayuntar ganado de diferentes especies animales o usar vestidos que contuvieran mezcla de fibras (Lv. 19:19; Dt. 22:9).

De la misma manera, el pueblo judío no podía hibridar animales, ni plantas, ni mezclarse él mismo con pueblos idólatras (Dt. 7:3). Esta idea será recogida también por el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento en relación al yugo desigual con los incrédulos (2 Co. 6:14-18).

En la época de la siembra, los labradores hebreos lanzaban el grano delante de la yunta de bueyes o mulos que tiraban del arado y éste, al pasar por encima, contribuía a enterrarlas. Se procuraba sembrar los granos en hileras distintas para cada especie (Is. 28:25).

Aparte de su significado en el mundo vegetal, el término “semilla” suele tener también otras definiciones en la Biblia.

Por ejemplo, puede aplicarse a la descendencia o simiente de una persona (Gn. 3:15; 22:18; Jer. 31:27; Hch. 3:25; etc.) e incluso, en sentido metafórico, se compara con la Buena Nueva o la Palabra de Dios, como en la parábola del sembrador (Lc. 8:5; 1 P. 1:23); con el cuerpo físico del creyente que muere a la espera de la resurrección (1 Co. 15:35-49.

Tamién con el propio Señor Jesús en su muerte y posterior resurrección (Jn. 12:24), así como siendo Cristo mismo la simiente de la mujer que habría de destruir al poder maligno de la serpiente (Gn 3:15).

El reverendo inglés del siglo XVII, John Hume, comentando el concepto de “preciosa semilla” que aparece en el último versículo del salmo 126, escribió la siguiente reflexión:

“A la fe se la denomina “preciosa semilla”: “quod tatum est charurn est”. La semilla fue considerada preciosa cuando de todas partes acudieron a Egipto a comprar trigo a José a causa de la escasez que había en la tierra; y la verdadera fe ha de ser considerada preciosa, siendo, como sabemos, que cuando Cristo venga apenas “hallará fe en la tierra”. La importancia y necesidad de la fe es de tal magnitud, que debe considerarse un bien precioso. La semilla física es el único medio instrumental para preservar la vida del hombre, pues todas las especias que había en Canaán: miel, mirra, nueces y almendras, ni siquiera el oro y la plata, sirvieron para proporcionar sustento a Jacob y sus hijos, de modo que se vieron obligados a descender a Egipto en busca de cereales para poder subsistir. Del mismo modo, sin fe, el alma muere de hambre, ya que la fe es su alimento natural: “el justo por la fe vivirá”.1

1 Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1929.

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