El rey que buscaba una pulga

“Pulga” sólo se menciona dos veces en la Biblia, ambas en el libro de 1ª de Samuel, como símbolo de insignificancia o disparidad de fuerzas.

23 DE SEPTIEMBRE DE 2021 · 20:10

La pulga parasita al ser humano y a otros mamíferos. El singular mecanismo de engranajes que posee en sus patas posteriores le permite realizar saltos a una distancias 200 veces superior a su propio tamaño. / Antonio Cruz.,
La pulga parasita al ser humano y a otros mamíferos. El singular mecanismo de engranajes que posee en sus patas posteriores le permite realizar saltos a una distancias 200 veces superior a su propio tamaño. / Antonio Cruz.

¿Tras quién ha salido el rey de Israel?

¿A quién persigues? ¿A un perro muerto?

¿A una pulga? (1 S. 24:14)

 

La palabra “pulga” sólo se menciona dos veces en la Biblia, ambas en el libro de 1ª de Samuel (24:14 y 26:20), como símbolo de insignificancia o disparidad de fuerzas, ya que David se siente muy poca cosa como para ser perseguido por el ejército del rey Saúl.

El término hebreo para pulga es pareosh, פַּרְעשׁ, y se tradujo al griego de la versión Septuaginta como psyllos, ψύλλος y al latín de la Vulgata como pulex.

Al parecer, la expresión “salir a la caza de una pulga” era corriente también en la cultura griega, tal como se desprende de La Ilíada de Homero.

Según un dicho típico de Israel, estos insectos eran allí tan abundantes porque “el rey de las pulgas vivía en Tiberíades con toda su corte”.

Las pulgas son insectos parásitos sifonápteros (del griego síphon, σίφων o “tubo” y áptera, ἄπτερα, “sin alas”), de pequeño tamaño ya que sólo miden de uno a seis milímetros.

Su cuerpo está aplastado lateralmente y lleno de pelos o espinas orientados hacia atrás, lo que les permite desplazarse mejor entre los pelos o plumas del hospedador.

Como su nombre indica, poseen un tubo chupador con un estilete mandibular y carecen de alas. Se nutren de la sangre (hematófagos) de diversos mamíferos o aves, de ahí que pueden llegar a ser transmisores de ciertas enfermedades como el tifus, la peste bubónica o la tenia.

El cuerpo es duro y capaz de soportar fuertes presiones como las que hacen las personas al rascarse.

La característica más conocida es su capacidad para realizar saltos con sus patas traseras a gran distancia, en relación al tamaño de su pequeño cuerpo.

Tales saltos pueden ser verticales de hasta 18 cm u horizontales de hasta 33 cm, lo que supone una distancia de unas 200 veces el tamaño de su cuerpo. ¡Es como si una persona diera saltos de 340 metros!

El rey que buscaba una pulga

Las pulgas son insectos sifonápteros que se nutren de sangre de mamíferos y aves. Poseen un aparato chupador de sangre con un estilete mandibular que les permite perforar la piel y absorber el líquido vital de sus víctimas. De ahí que puedan transmitir diversas enfermedades. / Antonio Cruz.
 

Esto les permite pasar con facilidad de un animal a otro, gracias a ciertos resortes y engranajes que poseen perfectamente diseñados para ello. Tales engranajes están hechos de una proteína elástica llamada resilina, que también poseen los saltamontes.

Sin embargo, el salto de las pulgas es fisiológicamente diferente al de los demás insectos y constituye un buen ejemplo de diseño inteligente.

Actualmente se conocen unas 2400 especies de pulgas por todo el mundo, de las que unas 210 habitan en la cuenca mediterránea.

Se trata de un grupo de insectos difícil de estudiar, a pesar de lo cual, algunas de las especies mejor conocidas son la pulga común (Pulex irritans), que parasita al ser humano y a otros mamíferos; la pulga del perro (Ctenocephalides canis) o la del gato (Ctenocephalides felis).

La Gran Peste o epidemia de peste bubónica, que asoló Inglaterra durante los años 1665-1666 y mató a unas 100.000 personas, se originó por una bacteria (Yersinia pestis) que transmitían las pulgas de las ratas a las personas.

Se denominó “bubónica” porque a las personas infectadas se les inflamaban los ganglios linfáticos o bubones de ingles y axilas. En medio de dicha epidemia, algunas personas mostraron su solidaridad con los enfermos, ayudándoles y poniendo en peligro su propia vida.

Este fue el caso del reverendo William Mompesson (1638-1708), quien junto a otro clérigo, Thomas Stanley, tomaron la valiente decisión de aislar completamente su aldea durante un año para hacer frente a la plaga.

De esta manera, consiguieron salvar muchas vidas y evitar una catástrofe mayor. En relación a dicho acontecimiento, el reverendo Charles H. Spurgeon escribió las siguientes palabras:

“Y si bien Francia presume con razón de su compasivo obispo marsellés, Inglaterra puede felicitarse a sí misma de haber dado cobijo en su seno a un clérigo que también se excedió en su labor pastoral, entregándose al cuidado del rebaño que le había sido encomendado con no menos riesgo para su propia vida y no menos fervor, piedad y benevolencia. El reverendo William Mompesson, rector de Eyam en Derbyshire. Durante la peste que prácticamente acabó con la población de la aldea en 1666, y a lo largo de todo el período en el que se prolongó tal calamidad, ejerció funciones de médico, legislador, y pastor de su afligida parroquia, asistiendo a los enfermos con sus medicinas, sus consejos y sus oraciones. La tradición todavía mantiene un memorial en una cueva en las afueras de la ciudad de Eyam, donde este esforzado y meritorio clérigo solía predicar a aquellos de sus feligreses que no habían resultado contagiados por la enfermedad. A pesar de que el área urbana de Eyam quedó casi despoblada, sus actuaciones evitaron que la plaga se extendiera a otros distritos, y él mismo sobrevivió ileso.”[1]

[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1481.

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