El fruto de árbol hermoso
Este fruto del limonero era usado con regularidad en el servicio de la sinagoga.
13 DE AGOSTO DE 2020 · 19:20

Y tomaréis el primer día ramas con fruto de árbol hermoso,
ramas de palmeras, ramas de árboles frondosos,
y sauces de los arroyos,
y os regocijaréis delante de Jehová vuestro Dios por siete días. (Lv. 23:40)
Algunos rabinos creen que el “fruto de árbol hermoso” (hadar, en hebreo), que se menciona en este versículo del libro de Levítico, es el limón (Citrus x limon), ya que este fruto del limonero era usado con regularidad en el servicio de la sinagoga.
Se trata de un pequeño árbol frutal de hoja perenne que puede alcanzar los cuatro metros de altura, a menudo con espinas en las ramas, cuyos frutos amarillos son comestibles, aunque tienen un sabor ácido y muy fragante, por lo que se usa para mejorar el sabor de otros alimentos.
Las hojas son coriáceas, de unos 10 cm de largo y de un verde mate lustroso. A sus flores blancas y teñidas de rosa se las conoce, igual que a las del naranjo, como flores de azahar.
Los limoneros son originarios de Asia (sureste de la India, norte de Birmania y China. En Occidente no se conocieron hasta el siglo III ó IV d. C., después de la conquista musulmana de la península Ibérica.
Antiguamente los botánicos denominaron esta especie como Citrus limonum y también Citrus medica, sin embargo actualmente estos nombres científicos se consideran como sinonimia y ya no se usan.
Los limones poseen un alto contenido en vitamina C (501,6 mg/L) y en ácido cítrico (49,88 g/L) y se emplean para elaborar postres, dulces o bebidas como la famosa limonada.
Carlos Spurgeon, en su comentario al salmo 37, menciona el limón en estas reflexiones:
“Ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. La misma advertencia con distintas palabras. Cuando estando en pobreza nos sentimos menospreciados o padecemos tribulaciones, nuestro viejo hombre, el viejo Adán, estalla en un fuerte ataque de envidia respecto a los ricos y poderosos; y de manera especial cuando constatamos que pese a haber obrado con mayor justicia que ellos, ellos disfrutan de más ventajas y mayores privilegios. Y el diablo saca buen provecho de la ocasión para inocular en nuestra mente razonamientos blasfemos. Unas gotas de limón bastan para agriar la mejor leche y una buena tormenta intimida al más osado. Pero no debería ser así; carecemos de motivo para envidiar a los inicuos, pues ¿qué envidia cabe sentir del buey engordado cuando es llevado al matadero, por muchas que sean las cintas y guirnaldas con que lo hayan adornado? El paralelismo es claro y evidente: puesto que el rico impío, no es más que un animal engordado para el matadero”.[1]
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 897.
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