La mujer como ejemplo agradecido

Hasta que a Ana le llegó la alegría de ser madre, había llorado mucho su tristeza. Tras el llanto de un corazón enlutado, renació la alegría y el saber proclamar las bondades del Señor.

28 DE MAYO DE 2021 · 09:00

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Foto de Priscilla du Preez en Unsplash CC.

En el capítulo uno del primer libro de Samuel encontramos la historia de Ana. En él conocemos las ganas de esta mujer por ser madre. Concebir un hijo, más si era varón, en aquella época era muy importante. Como bien sabemos, Ana era motivo de risa y desprecio por su esterilidad. Aunque contaba con el amor y el apoyo de su esposo, lloraba mucho y clamaba al Señor para que le concediera su petición.

Cada año, cuando iban al templo del Señor, Peniná la molestaba de esa manera, y Ana lloraba y no comía. Entonces le decía Elcaná, su marido: “Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué estás triste y no comes? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?”

En cierta ocasión, estando en Siló, Ana se levantó después de la comida. El sacerdote Elí estaba sentado en un sillón, cerca de la puerta de entrada del templo del Señor. Y Ana, llorando y con el alma llena de amargura, se puso a orar al Señor y le hizo esta promesa: “Señor todopoderoso: Si te dignas contemplar la aflicción de esta sierva tuya, y te acuerdas de mí y me concedes un hijo, yo lo dedicaré toda su vida a tu servicio, y en señal de esa dedicación no se le cortará el pelo.”

Como Ana estuvo orando largo rato ante el Señor, Elí se fijó en su boca; pero ella oraba mentalmente. No se escuchaba su voz; solo se movían sus labios. Elí creyó entonces que estaba borracha, y le dijo:

–¿Hasta cuándo vas a estar borracha? ¡Deja ya el vino!

 –No es eso, señor –contestó Ana–. No es que haya bebido vino ni licor, sino que me siento angustiada y estoy desahogando mi pena delante del Señor. No pienses que soy una mala mujer, sino que he estado orando todo este tiempo porque estoy preocupada y afligida.

–Vete en paz –le contestó Elí–, y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.

–Muchas gracias –contestó ella.

Su aspiración la llevó a ejercitar la paciencia durante mucho tiempo y desesperó en momentos en los que se vio agraviada. Fueron incontables las veces que se quejaba de su suerte, pero al derramar su corazón delante del Señor y entregarle el problema, su espíritu se serenó.

Cuando le fue concedido el deseo, su agradecimiento la llevó a poner de nuevo ese regalo en manos del Creador.

Le pedí al Señor que me diera este hijo, y él me lo concedió. Yo, por mi parte, lo he dedicado al Señor; mientras viva, le estará dedicado.

Hasta que a Ana le llegó la alegría de ser madre, había llorado mucho su tristeza. Tras el llanto de un corazón enlutado, renació la alegría y el saber proclamar las bondades del Señor.

A veces, tras el contentamiento de haber suplido una necesidad, un deseo, ya sea la solución de un problema o cualquier ilusión, las emociones hacen que nos olvidemos de mostrar agradecimiento. También los hay, es cierto, que piensan que todo lo que reciben es por merecimiento propio, pero sólo es por gracia, gracia de Dios desde siempre y para siempre.

Agradecer satisface el alma. Las bendiciones recibidas, sean las que sean, materiales o espirituales, han de ser de nuevo puestas a su servicio.

Para Ana, tener un hijo lo era todo, y ese todo fue entregado a modo de agradecimiento al Señor.

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