Mística de ojos abiertos

El impacto de la vía mística en Lutero y la Reforma es innegable; muchas de las afirmaciones típicamente protestantes fueron influenciadas por esta escuela.

12 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 19:30

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Una experiencia mística real no le da la espalda a la realidad. Esa es la tesis número 57 de mi libro: 95 tesis para la nueva generación.

La Reforma surgió en una época de profunda frustración espiritual. La corrupción de la Iglesia, las interminables mediaciones sacramentales, la aparente imposibilidad de una reforma y la crisis profunda de finales de la Edad Media hicieron que la gente se volcara al misticismo. El siglo XVI era un momento demasiado complejo e indescifrable. Los monjes preferían enclaustrarse para vivir una verdadera espiritualidad, lejos del caos de un mundo en el que no podían encontrar a Dios.

Fue una época de auge para la mística. La imitación de Cristo de Tomás de Kempis, uno de los grandes libros de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos, nació en ese contexto. El libro de Kempis era también conocido con un nombre bastante sugerente: Desprecio del mundo. El encierro en la intimidad del alma representaba una manera de lidiar con una realidad enmarañada y abrumadora.

Los años de Lutero en el monasterio estuvieron marcados por la mística. Aunque ya había recibido la influencia de la Devotio Moderna al pasar por la Universidad de Erfurt, fue su guía espiritual —Johann von Staupitz— quien lo guio a profundizar ese camino. A través de Staupitz descubrió a los Hermanos de la Vida Común, las obras del maestro Eckhart y las de Juan Taulero. De este último diría: “Jamás he visto, ya sea en latín, ya sea en nuestra lengua, una teología más sana ni más conforme al Evangelio”. El pensamiento del Pseudo Dionisio Areopagita y de Bernardo de Claraval influirían diversos aspectos de su propia teología. Una obra escrita en alemán en el siglo XIV, la Theologia Germanica, fue la que lo impactó con más fuerza. De ese libro, diría: “Aparte de la Biblia y de San Agustín, no hay otro libro del que yo haya aprendido más acerca de Dios, de Cristo, del hombre y de todas las cosas”.

El impacto de la vía mística en Lutero y la Reforma es innegable; muchas de las afirmaciones típicamente protestantes fueron influenciadas por esta escuela: la fe como fiducia o confianza, el acceso directo a Dios, sin mediación humana, el rechazo de las obras externas, por la vivencia interna de Dios, el “Cristo para mí”, el acento puesto en lo individual, la sospecha ceremonial, etc.

Aunque su teología hereda varios elementos de esa tradición, Lutero dedicó muchas energías a combatir la mística dualista y espiritualizante que estaba de moda en su época. Un caso donde esto se ve con toda claridad es en sus consejos a los nobles alemanes al respecto de las órdenes mendicantes. Para expresar su desprecio del mundo, algunos monjes paseaban mendigando de ciudad en ciudad; era una forma de piedad muy conocida y respetada. Ante ese problema, Lutero prefirió cortar por lo sano:

Una de las grandes necesidades es la de abolir toda mendicidad en la cristiandad entera. Entre los cristianos nadie debe mendigar jamás. […] Debe haber un administrador o tutor que conozca a todos los pobres e indique al concejo o al párroco lo que les hace falta o cómo esto podría organizarse de la mejor manera.

Su respuesta decía mucho. Cambiaba el eje teológico para entender la cuestión de la pobreza. “La mendicidad había dejado de ser un símbolo de la virtud monástica para convertirse en un tema de justicia social”.

Lejos de un abordaje espiritualizado, Lutero apuesta a soluciones concretas: se concentra en lo inmediato, lo tangible, lo que hace una diferencia real en la vida de personas reales. “Dios no hará milagro alguno mientras el asunto se pueda resolver mediante otros bienes otorgados por él”, decía en otro tratado. El pensamiento del reformador tiene la extraña habilidad de reconciliar una elevada devoción y un pragmatismo realista. No espiritualiza el dilema de la pobreza, evita enroscarse en especulaciones sobre la piedad monástica y presenta una solución concreta para abordar un problema estructural de su ciudad.

Al igual que hace quinientos años, hoy también existe el riesgo de despreciar el mundo cuando sentimos que su denso entramado de problemas nos abruma. La espiritualización es un mecanismo de defensa, una forma de hacer frente a un mundo inconmensurable. Pero la fe cristiana debe guiarnos de vuelta a la realidad. Todo escapismo que se disfrace de piedad nos aleja del mundo amado por el Logos.

Una experiencia mística real no le da la espalda a la realidad; todo lo contrario: se convierte en combustible de una nueva realidad. Necesitamos, como dijo Johan Baptist Metz, una mística de ojos abiertos: una espiritualidad que también sea ética, un cristianismo que aprenda a imitar a Cristo en el servicio a un mundo en llamas.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología Pop - Mística de ojos abiertos