No hay lugar seguro
El pastor Yang* no tiene un hogar estable, pero aun así se atreve a servir a otros cristianos desplazados.
10 DE MAYO DE 2025 · 21:00

Cuando conoció al pastor Yang*, Daisy Htun*(colaboradora de Puertas Abiertas en Myanmar) vio a un hombre lleno de vida y esperanza por su ministerio. Eso fue antes de la pandemia del COVID… y antes de que el golpe militar sumiera en un caos de violencia a este país que ocupa el puesto 13 en la Lista Mundial de la Persecución 2025.
Pero ahora, cuatro años después, Daisy apenas reconoce a aquel hombre cada vez que se encuentra con él. «Cuando volví a verle, me impresionó el cambio que vi en su cara y su apariencia», comenta. «Sus ojos habían perdido el brillo que le caracterizaba y su frente estaba llena de arrugas. Había perdido peso y tenía una expresión seria y cansada. Parecía un soldado desgastado por la batalla o un granjero agotado. Quizá era debido a los efectos de la pandemia que había sacudido Myanmar, seguida del golpe que desestabilizó el país incluso aún más».
El pastor Yang no está solo en sus dificultades, pero su experiencia demuestra la dura realidad de muchos cristianos que viven en este país del sudeste de Asia. «No es solo gracias a la protección de Dios que aún estamos vivos», nos comenta.
Vive cada día sabiendo que su vida podría estar en peligro. ¿Cómo puede seguir adelante, y cómo puede mantener su confianza en Dios?
Una amenaza demasiado familiar
Cuando estalló el golpe militar, el pastor Yang y su esposa (recién casados en aquel momento) no estaban seguros de lo que les depararía el futuro. «Recuerdo claramente aquel fatídico día en que empezó el golpe en 2021», afirma. «Mi esposa y yo habíamos salido a comprar al mercado cuando vimos algunos manifestantes pasar delante de nosotros. Ella hizo algunas fotos con su teléfono móvil, ya que aquello era algo inusual».
Pero la extrañeza rápidamente se convirtió en peligro. «De camino a casa, unos policías nos detuvieron y nos pidieron nuestros teléfonos para registrarlos», recuerda Yang. «Cuando se los entregamos, vieron las fotos de las protestas que había hecho mi mujer, y comenzaron a hacernos preguntas. Como en aquel momento yo servía como pastor de jóvenes, sospechaban que los había alentado a participar en las protestas. Nos dejaron ir, pero nos sentimos inseguros y decidimos abandonar la ciudad».
El establecimiento de una junta militar es una realidad demasiado familiar para los burmeses (como se conoce a los ciudadanos de Myanmar). Diez años antes del último golpe, el país soportaba una dictadura militar que duró cerca de 50 años. Durante aquel periodo, se produjeron incontables abusos de los derechos humanos y un enfrentamiento perpetuo entre el Gobierno militar oficial y los grupos de rebeldes, normalmente formados por personas de grupos étnicos específicos. La larga trayectoria del Gobierno militar en Myanmar se traduce en que muchos de los ciudadanos solo conocen la vida bajo la atenta mirada del ejército.
Durante los gobiernos militares anteriores, los cristianos fueron señalados y abusados, víctimas de conversiones bajo coacción, discriminación y persecución. Los creyentes burmeses sabían que el golpe militar de 2021 podría traer de nuevo la dolorosa presión que los seguidores de Jesús han estado experimentando durante la mayor parte de la historia moderna de Myanmar. Y el pastor Yang y su esposa sabían que aquel interrogatorio al fueron sometidos no sería la última vez que estarían bajo la sospecha de las autoridades, ya que la junta siempre ha sido determinante a la hora de reforzar su poder, incluso hasta el punto de llegar a la violencia.
Tras el temible registro policial, las primeras protestas se intensificaron hasta convertirse en una guerra en toda regla en muchas partes del país. Para huir del conflicto, el pastor Yang y su esposa se trasladaron a otra ciudad y alquilaron una casa allí. Pero el conflicto se extendió hasta su nueva ciudad y los obligo a mudarse una vez más.
Está claro que Myanmar ha cambiado, y que los seguidores de Jesús son todavía más vulnerables. La mirada del pastor Yang se oscurece al recordar aquellos momentos. «Incluso antes del golpe, los cristianos ya teníamos pocos privilegios», relata. «Nos ponían muchos obstáculos cuando tratábamos de celebrar los cultos de adoración y las actividades de la Iglesia. Se nos obligó a solicitar un permiso a las autoridades locales y religiosas cada vez que queríamos celebrar algún evento cristiano, un proceso largo y tedioso, y que en muchas ocasiones resultaba finalmente infructífero».
Pero después del golpe, la situación se volvió aún peor. A menudo, los ataques aéreos eran dirigidos a las iglesias y a las zonas habitadas mayoritariamente por cristianos, asesinando a miles de personas y desplazando a las familias. Los líderes cristianos como Yang fueron objeto de acoso, violencia e intimidación.
En la nueva ciudad, Yang comenzó a servir como pastor en una pequeña iglesia. Incluso en medio del conflicto y las restricciones, la congregación se reunía para celebrar cultos de oración y para alabar a Dios. Pero su ministerio enfrentaba una oposición constante. «En una ocasión en que nos reunimos para celebrar el culto, los vecinos se quejaron a las autoridades locales alegando que nuestras alabanzas eran muy ruidosas», recuerda. «En respuesta a aquello, nuestra iglesia fue clausurada por las autoridades».
Persecución radical
Además del trato recibido por parte del ejército, el pastor Yang y su congregación también fueron objeto de la persecución perpetrada por los grupos radicales. Estos grupos son milicias que apoyan al Gobierno y actúan como esbirros armados del ejército gobernante.
«Los cristianos también tememos a los miembros de los grupos radicales, ya que son conocidos por acosar a los creyentes, secuestrándolos y solicitando un rescate económico después», comenta Yang sombríamente. «Este año, algunos grupos radicales entraron en la zona donde actualmente estoy dirigiendo una iglesia. A algunos de los miembros de mi congregación les vendaron los ojos y les obligaron a tumbarse al mismo tiempo que les apuntaban con una pistola. No les dejaban hablar, mientras que registraban sus casas en busca de dinero o posesiones valiosas. Se llevaron todo lo que encontraron de valor. Si no encontraban nada, se llevaban los teléfonos y las motocicletas de los creyentes. Este tipo de incidentes se repitieron en varias ocasiones. Como resultado, muchos de los miembros de la IgLa persecución se extendió afectando a Yang y su familia. «Los radicales también entraron en mi casa y se llevaron mi motocicleta», afirma. «También robaron 150 000 kyats (unos 75€, aproximadamente el doble del salario mínimo mensual en Myanmar), que eran nuestro fondo de emergencia».
Incluso más allá de la lucha diaria por sobrevivir, lo más duro para el pastor Yang ha sido ver lo que la incertidumbre y la violencia ha hecho en su familia. «Tener que trasladarnos de un lugar a otro con niños tan pequeños ha supuesto una gran carga para mí y para mi esposa», reconoce. «Desde el golpe, nuestras vidas han sido increíblemente duras; hemos tenido que vivir en medio de los ruidos de los tiroteos y las explosiones de las bombas. Y eso ha traumatizado profundamente a mi esposa. Sentía terror extremo cada vez que escuchaba las explosiones por la noche; y ahora ha desarrollado problemas cardíacos como consecuencia. Mis hijos tienen miedo de los sonidos fuertes y de los ruidos. Como esposo y padre, me siento inútil a veces porque no puedo hacer que mi propia familia se sienta segura».
«A pesar de sentirnos a veces desesperados y sin salida, sabemos que Dios está con nosotros»
El pastor Yang siente el dolor y la carga de vivir y seguir a Jesús en Myanmar. «Vivir en la zona de conflicto y salir para los quehaceres diarios es igualmente estresante», afirma. «Cada vez que nos subimos a nuestras motos, recordamos las promesas de Dios en la Biblia. Nos acordamos de Dios en las pequeñas cosas porque sabemos que pueden matarnos en cualquier momento. Incluso cuando salgo de casa para hacer la compra, oro: 'Dios, ayúdame a regresar a salvo a casa para que pueda volver a ver a mi mujer y a mis hijos'».
Yang ve la mano de Dios obrando en su vida y sabe que Él ha mantenido sus promesas. «A pesar de sentirnos a veces desesperados y sin salida, sabemos que Dios está con nosotros», nos comparte. «Nos ha mantenido a salvo hasta ahora, y todavía podemos servirle. Oramos juntos en familia cada noche, pidiéndole a Dios que nos dé fuerza para cruzar este Mar Rojo en nuestras vidas. Recitamos el Salmo 23 antes de irnos a dormir»
«Mi sueño y mi oración»
Tras mudarse a su casa actual, el pastor Yang y su familia estaban agotados y frustrados por causa de las revueltas constantes. Fue entonces cuando conoció a algunos colaboradores de Puertas Abiertas. Le invitaron a asistir a un curso de preparación frente a la persecución. Aquello fue solo el principio de una profunda relación.
«Estaba lleno de alegría por haber conocido a los colaborares de Puertas Abiertas», declara Yang. «Están tan comprometidos en servir a los creyentes perseguidos como yo, que pronto empecé a colaborar con ellos para llegar a los cristianos desplazados. Después de realizar el curso de preparación frente a la persecución, también asistí a un discipulado para pastores y líderes organizado por ellos. Me di cuenta de que esta formación era esencial para mí, porque muchas veces me sentía solo y separado de mis hermanos en la fe, ya que no podía comunicarme con ellos debido a las precarias líneas telefónicas y la interrupción de la conexión en los servicios de internet. Ahora preparo talleres para los líderes de la Iglesia y los pastores, porque sé que, como yo, necesitan este tiempo en comunidad para recobrar el ánimo».
Sin embargo, este ministerio pastoral es extremadamente arriesgado. «Me he topado muchas veces con el ejército durante mis viajes para asistir a estas reuniones», explica Yang. «Tengo que responder a sus preguntas con prudencia, o cualquier cosa que diga se puede convertir en sospecha y nos detendrán o matarán».
Yang ya ha experimentado el peligro de primera mano. «En una ocasión, mis compañeros pastores y yo íbamos de camino al programa de formación», recuerda. «Nos detuvieron unos soldados, que nos obligaron a arrodillarnos en el suelo junto a la carretera. Registraron nuestras pertenencias, mientras nos apuntaban con pistolas a la cabeza. Nos preguntaron insistentemente sobre el propósito de nuestro viaje. Afortunadamente, se me ocurrió una respuesta razonable y nos dejaron ir. Sabemos que las oraciones de los cristianos en todo el mundo nos protegen».
El golpe también ha dado lugar a la pobreza generalizada, y, en consecuencia, el pastor Yang y su familia atraviesan serias dificultades económicas. «A pesar de nuestra desesperada situación económica, tratamos de ayudar a los miembros de la Iglesia y a otros pastores tanto como podemos», comenta. «Antes no podía hacerlo y eso me entristecía profundamente».
Por esta razón, los colaboradores de Puertas Abiertas han proporcionado al pastor Yang y a otros cristianos burmeses ayuda práctica.
El pastor y su mujer han recibido apoyo para iniciar un pequeño negocio. «Ahora mi esposa puede ganar algo de dinero a través de este negocio», nos confirma con alegría. «El margen de beneficio es bastante bajo, pero muy útil para mantener a nuestra familia a flote en estos duros momentos. De hecho, ahora podemos proporcionar una pequeña ayuda a los demás gracias a estos ingresos».
A pesar de que el pastor Yang y su familia tienen algo de apoyo para satisfacer sus necesidades diarias, la constante amenaza de violencia y el creciente acoso por parte de los grupos radicales sigue haciendo sus vidas extremadamente vulnerables. Su rostro ha envejecido y parece más cansado en estos cuatro años desde la primera vez que la colaboradora de Puertas Abiertas se encontró con él.
Pero su alegría continúa brillando a través de la oscuridad. Espera seguir siendo una luz para Cristo, incluso en medio de la extrema dificultad de seguir a Jesús en Myanmar. «Espero y creo que un día habrá paz, justicia y libertad en nuestro país», declara. «Es mi sueño y mi oración que podamos tener libertad para compartir el Evangelio y poder adorar a Dios sin miedo, para que todos escuchen y conozcan a Cristo».
Gracias a Dios, el lugar donde el pastor Yang reside junto con su familia, no se ha visto demasiado afectado por el terremoto. El pastor Yang nos comparte lo siguiente: «Mi familia está sana y salva. El lugar donde vivimos no ha sido realmente afectado por el terremoto, por lo que no ha habido daños estructurales». Sin embargo, el pastor Yang y su familia, sí están sufriendo el drástico aumento de los precios de las necesidades básicas.
*Nombre ficticio e imágenes representativas utilizados por motivos de seguridad.
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