Reforma de la Iglesia, casa libre de mercaderes

Tenemos en los primeros momentos de la “iglesia antigua” una teología de salvación basada en supersticiones.

16 DE SEPTIEMBRE DE 2024 · 19:48

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Imagen de Hunor Kerekes en Unsplash.

Un paréntesis. Aunque solo sirva para afirmar lo que todos sabemos, y ello en medio de la tarea de reformar la Iglesia. Nos están robando, por la cara y en nuestra cara. Nuestro servicio de atención sanitaria está siendo esquilmado (otro tanto puede decirse de la enseñanza pública, o de la justicia…). La están asfixiando. Muy cabreado. Durante meses, por circunstancias, y en el espacio de Sevilla, o Andalucía en general, pero parece que es igual en otros, he visto de primera mano que unas manos invisibles (realmente visibles) están al cuello. Esto no es una idea de partido político, es sencilla apreciación evidente. Te empujan a la privada, que es puro márketing, mucha fachada, pero que no tengas algo grave (excepto si eres uno del millón, del millón en tu cuenta, quizás entonces sea de otra manera). También la he vivido por circunstancias. Al menos que no pasemos como tontos que nos han vendido la burra. No es ni siquiera una burra, es una gata muerta que han cogido de la cuneta y la han pinchado en un palo. Miserables negreros que comercian con personas. Cierro el paréntesis, con el garrote al lado; si hay que salir, se sale.

Las notas de nuestras conversaciones anteriores las escribí en los primeros días de los juegos, ya tan lejanos. Ahora esta es de primeros de septiembre, y seguiremos, d. v. Seguimos con el documento que presentó nuestro buen Calvino instando a la reforma ineludible de la Iglesia. Y con las dos premisas que aduce: cómo tenemos la salvación y cómo debemos adorar a Dios. Salvación y adoración, eso sigue hoy. También con el dato evidente de que reformar no era una actividad de retórica académica, que siempre ha habido quienes se han enrollado en vanas discusiones sin provecho alguno. Reformar la iglesia supone, por ejemplo, limpiar el templo. Y esto quiere decir eliminar en él las reliquias, imágenes y la propia hostia consagrada, si la tienen en algún sitio. Reformar, pues, no es discutir de teología ecuménica y dejar las reliquias, imágenes, etc. Al menos eso se entendía cuando se presenta la petición al emperador. (Me parece que eso así los evangélicos ya lo han descartado.) Yo no. Y desde ahí converso en nuestro grupito.

Para Calvino esa posición, la de permitir la existencia del papado con sus corrupciones, era igual que plantear adorar en un templo con el anticristo. Y eso sería, además, insensato, porque el anticristo nunca es ecuménico con el pueblo redimido, lo será con otros. En esa seguimos.

Nos paramos un poco Ahora no pienso en el papado como tal. Que ya nuestro Casiodoro consideraba su tratamiento incurable. Sino en los evangélicos del sector más conservador, por decirlo así. Pues, aunque no daré nombres, excepto que me lo pidan, resulta que en la práctica, hoy te puedes encontrar en la enseñanza evangélica una especie de ventas de indulgencias para que obtengas la gracia. Por supuesto no te lo dirán con esas palabras.

Esto es importante, porque del modelo de salvación que reconozcas, luego sale la adoración conformada a ese modelo. Desde los primeros textos que podemos leer de la iglesia antigua, se propone un modelo de salvación que sigue bien vivo, tanto en el papado como en los púlpitos evangélicos. Si pensamos en la voluntad y la razón, no se presentaban de sí mismas corrompidas, sino que sobre ellas pesaban malas influencias. Esas inclinaciones no le venían de su natural, sino que afectaban desde fuera. Ese era el pecado. Si quitas eso de fuera, lo de dentro aparece en su pureza, esa es la santificación (que en el monacato tiene su máxima expresión). Quitar los estorbos es el proceso de santificación, que dura toda la vida, y se acaba cuando se acabe en el purgatorio. En ese progreso puedes tener ayudas, pero al final, es tu propio esfuerzo quien lo lleva a cabo, por eso mereces la recompensa. La predicación y la acción pastoral serían eficaces en la medida que quiten esos estorbos al pecador.

Algunos (al menos dos, Orígenes y Evagrio que yo sepa) llegaron a la lógica ineludible de que si ese estado de cosas era propio de la voluntad y razón, que encima tendían a la virtud, debería seguir así incluso en el infierno, pues no se cambiaba la naturaleza. Allí los estorbos habían vencido, pero lo natural se conservaba. (Por supuesto esta lógica no la aceptaron todos.)

Tenemos, pues, en los primeros momentos de la “iglesia antigua”, una teología de salvación basada en supersticiones. La primera, que el perdón de los pecados, que están ahí, porque has nacido con el original, sea eso lo que sea, solo se perdona por el bautismo. Dios sujeto a un medio voluntario del hombre para poder perdonar, tal era la burrada. Pero, tras el bautismo, todo depende de ti. Pues si pecas, tienes que arreglártelas con la nueva situación. (Esa superstición llevó a algunos, el propio emperador Constantino, a posponer el bautismo justo al momento de su muerte, con lo que se “aseguraba” su salvación.)

La vida que sigue al bautismo es problemática porque mantenerse en la pureza es una lucha constante. Y no se está preparado, porque la acción externa del pecado es muy fuerte. Te ofrecen soluciones, como la penitencia y la eucaristía, pero eso no quita que te expliquen los pormenores. Para tal menester tienes a los maestros del monacato. Teodoreto de Ciro, con firme lenguaje, habla de los monjes con el lenguaje de los atletas, que luchan y vencen, aunque sus luchas son “personales” contra los pecados que se presentan en la arena de su alma. Alguno de tales maestros, para ayudar, establecen los tipos de pecados y las formas de vencerlos. (No creo que hayan leído a Evagrio, pero algunos pastores, muy conservadores, se saben la lección y la aplican.)

En todas estas formulaciones se asume que la persona bautizada, con su voluntad, razón y entendimiento (énfasis variados según quien), está debilitada y necesita ayuda de la gracia. (Lo que firmarían hay afamados predicadores evangélicos.) Y esa gracia, infundida u ofrecida, es el complemento necesario para que la razón, voluntad o entendimiento, venzan al pecado externo que las estorba. (En su momento lo hablamos, pero esto es la esencia de lo que se conoce como arminianismo.)

Esto lleva aparejado lo evidente, que el culto, la adoración, la comunidad que se reúne, no es un sitio de libertad y canto de la salvación que ya se posee por voluntad libre de Dios, sino un acto, incluso, una actividad, que se puede medir en cuanto a mérito o pago. Los miembros se ven “juzgados” por los sacerdotes de turno, a ver si tienen los requisitos, si han obrado correctamente. En esto es irónico que se usaran las basílicas, que eran lugares de juicio y administración pública.

Al final, y con esto finalizo hoy, la cuestión para los asistentes era si habían hecho lo correcto para merecer la misericordia y la gracia. El culto era una moneda más en la administración de la salvación por los jerarcas. (En el papado las misas no solo se pagan sino que son un pago.) Esto hay que limpiarlo, esa es la tarea por delante. Es necesario limpiar el culto evangélico de los administradores de la gracia.

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