La sangre de los mártires, simiente de la iglesia, de la corrupta
Esa iglesia llena de falsificaciones es, también, a la que se persigue.
13 DE JULIO DE 2024 · 20:00

Si miras lo que se discute en el contexto de Holanda tocante al partido arminiano, con su sínodo nacional conocido: si miras lo que se discutía en el espacio que dio lugar a lo que hoy es llamado hipercalvinismo, precisamente con el documento de Dordt como referente, ves algo que circula ya en el siglo II, el modelo llamado arminiano es antiguo, por mucho molinismo que se le incorpore, que tampoco es novedoso.
Lo sustancial lo expresa Ireneo (-202) y lo amplifica y define hasta hoy Tertuliano (-220). Que llevan consigo una “teología del pacto” que más debería llamarse del “acto”, pues de obras se trata. Había el Creador tomado la decisión de hacer morir al hombre que pecó, para poder salvarlo. Y a eso se dedicó. Hasta conseguir que viviera de nuevo, que fuera inmortal, que eso es la salvación para los que en esos primeros tiempos se ocupan en deificar al hombre con medios mejores que los paganos proponen. De eso va la teología cristiana demasiadas veces en los “padres de la iglesia”, que ya el título es sugerente.
Un primer pacto propone los requisitos naturales de la ley, que por eso se llama “natural”, y es la que manejan los pensadores paganos. En resumen su contenido es amar a Dios y al prójimo, que, por ello, no es diferente en esencia del Decálogo y de los mandamientos de Cristo. Por medio de esta ley, que la llevan, como todos en su interior, los patriarcas fueron justos delante de Dios. Como este pacto se fue descompactando del corazón de los hombres, tuvo Dios que renovarlo, mejorándolo, con otro: el Decálogo. Tampoco les fue muy bien así, pues el corazón ya se sabe, y a ese Decálogo tuvo Dios que unir toda una serie de cadenas y sujeciones. Que las leyes ceremoniales se vieran de este modo como otras cadenas semejantes a las de Egipto, pues habrá quien lo dijera sin inmutarse. De esas cadenas no son liberados, sino que Dios las usa para retenerlos en sujeción. El amor, en el espacio donde debían quedar sujetos por esas cadenas, no prosperó. Ya vendrá el Espíritu. Cristo vino, entre otras cosas, a restaurar la ley moral original, la del amor. [Esto ya ven que huele a púlpitos evangélicos actuales. Lo discutimos donde sea menester.] Eres rescatado de la esclavitud de las cadenas de la ley ceremonial a la renovada ley moral del amor.
En este lenguaje no debe olvidarse que esos autores asumen que el hombre es quien cumple o no cumple. Tanto en un pacto como en otro. No hay gracia eficaz y soberana. No hay, para entendernos, Lutero ni Calvino. Solo queda papado y sus hermanas.
Con esta nueva ley moral, que ha traído la obra de Cristo, el cristiano tiene todo lo que los demás pueden tener, esta es su manera de rescatar para la causa cristiana a los filósofos paganos, pero con ampliaciones ofrecidas por Cristo. Tampoco tienen que preocuparse, pues, aunque hay más carga, se ofrece más gracia para poder cumplirla. La deificación, por esta vía, es más segura y gloriosa. [No pasa nada, pero no pasa nada si recordamos que este asunto es esencial en las discusiones sobre la divinidad de Cristo.]
En esto de la ley moral que Cristo renueva como su nuevo pacto, que yo no sé muy qué será eso de ley moral, pero otros parecen que lo tiene muy claro, lo que queda claro es que en ella la fe es un mandamiento. Este fue el meollo de la discusión que lleva a Dordt. La fe, el creer en Cristo, se entiende como un mandamiento natural, y por eso se puede y se tiene que usar (como el deber natural de un padre para que cuide a sus hijos, por poner un caso). Pero solo se puede usar si se ofrece a Cristo. Esta es la clave. Pensaron que no se podía mandar a la gente a que creyese, si no se les ofrecía a Cristo sujeto a esa decisión del oyente. Se liaron, y siguen, pero de ese lio solo nos saca Dios, cuando quiere y como quiere.
He puesto a Ireneo y Tertuliano como ejemplos, por la situación que reflejan, pues es de finales del siglo II e inicios del III. Avancé sobre el bautismo que la teología desde los primeros momentos está corrompida (siempre, claro, en mi opinión). Los signos de la salvación: bautismo y santa cena, son la muestra de la corrupción que sobre la salvación y el Salvador se ha instalado en la cristiandad. Por supuesto, no está elaborada la doctrina que se compone en siglos posteriores, y que dan lugar a lo que conocemos como papado, hasta hoy, pero ya está sembrada la semilla y ha emergido en todos lados. Nuestro siempre comedido Calvino, advierte sobre el asunto, no estando de acuerdo en que todo estaba en ese tiempo inicial corrompido, pero que los corruptores del futuro sí pudieron usar piezas ya fabricadas en esos momentos. Por ejemplo, sobre el desastre de la doctrina de la satisfacción, básica del papado, advierte: “No me extraña nada lo que se lee en los libros de los escritores antiguos respecto al tema de la satisfacción. Porque -diciendo abiertamente lo que pienso- veo que algunos, y aun casi todos aquellos cuyos escritos han llegado a nuestro conocimiento, o han fallado en esta materia, o se han expresado muy duramente. Sin embargo no admito que su rudeza e ignorancia llegara al extremo de escribir como lo hicieron, en el sentido en que lo toman los nuevos defensores de la satisfacción.” (Inst. III, iv, 38)
Así es. Pero eso no quita que aunque los antiguos no aprobaren lo que luego vino con los edificadores de la cristiandad corrompida, los corruptores sí aprobaron los errores de los antiguos. El camino creo que es no aprobar ni lo uno ni, por supuesto, lo otro.
Por seguir con uno de los citados. Tertuliano con su manejo del lenguaje jurídico instaló en la cristiandad errores tremendos que luego serían dogmas. Su presentación de la salvación, y con ella la obra de Cristo, la envuelve en el lenguaje jurídico. Para ello inicia el camino con enseñanzas sobre el bautismo que son auténticas perversiones. El Espíritu obra con y en el agua. El agua, santificada con el poder del Espíritu, tiene el poder de santificar. De ahí la importancia del bautismo. Permaneceremos en ese estado de purificación y santidad, si no pecamos. Cuando el pecado viene tras el bautismo, no hay manera de volver a la salvación sino por la penitencia. Todo esto no es sino un modelo sustentado en la premisa del pago por las deudas, como en los tribunales civiles, pero ahora elevada la categoría a la salvación del alma. El pecado, en esa modalidad tiene que ser definido y delimitado en su pena, para poder pagarlo. No ha inventado el purgatorio, pero lo ha esbozado. La obra de Cristo puede perdonar la culpa, pero siempre queda la pena temporal. Eso está ya en Tertuliano.
Otra vez se nos viene encima la cuestión de las persecuciones. Porque resulta que esos padres, que han engendrado a esa iglesia, en muchos casos fueron perseguidos, algunos muertos. No solo ellos, también sus seguidores. Aparece la sangre de los mártires. Toda una fuente de corrupción. Esa iglesia llena de falsificaciones es, también, a la que se persigue. El fuego de la persecución no quita ninguna escoria, sino que la funde con sus personas.
Que esto de la persecución es así, se puede afirmar por lo que vino inmediatamente después. Como ya no había persecuciones, porque el propio imperio romano se ha hecho portador de la cristiandad, la corrupción antes unida al martirio, ahora se vive en el monacato, que es la nueva fuente de cumplimientos y satisfacciones santificantes. Y los monjes son los que extienden el cristianismo.
La semana próxima, nos vemos, d. v., con los monjes.
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