Imperio, Reforma y modernidad: Vol. II. El fracaso de Carlos V y la escisión del mundo católico

Acaba de salir el segundo volumen de este trabajo del profesor José Luis Villacañas.

30 DE ENERO DE 2021 · 23:00

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Acaba de salir el segundo volumen de este trabajo del profesor José Luis Villacañas. Si tanto he mostrado mi aprecio por el primero (“La revolución intelectual de Lutero”, 2017, 622 pág.), pues ya me dirán cómo no expresar gratitud por tener disponible esta continuación. Se trata de una obra única, pero concebida en tres bloques relacionados, un libro, por lo tanto, con tres partes (o una trilogía con tres libros, como mejor se quiera, pero una obra común). El tercero será “La revolución práctica de Calvino y la constelación moderna”.

Esta obra debería ser lectura de reflexión para cualquiera interesado en la realidad europea, por supuesto, la Europa protestante. Incorpora tanto historia, filosofía, teología, política, etc., como un todo donde mirar para ver nuestro presente desde ese espacio del inicio y continuidad de la Reforma. No digo yo, sin soñar, que fuese lectura propuesta y posterior espacio de discusión entre los claustros de profesores de nuestros seminarios y facultades de teología (si se incluye el referente previo: Teología política imperial y comunidad de salvación cristiana: Una genealogía de la división de poderes (Trotta, 2016, 720 pág. [con una edición menos apretada podrían sumarse 100 pág. más], ya sería la gozada). No es lectura de ahora y adiós, sino de visita recurrente. Su contenido es realmente amplio y provechoso.

Sólo por la contextualización del concilio de Trento, por poner un ejemplo, ya será de gran utilidad este volumen.

Les será provechosa la lectura. Procurar ponerla en manos de gente que apreciemos, pues tampoco estará de más. Les dejo unos renglones.

“(…) Pero sobre todo, Carlos fue vencido por su propio hermano, Fernando, que logró que Felipe II no heredara el imperio y que, de este modo, pudo imponer otra política en el centro de Europa (…)

La derrota de Carlos, como veremos en este volumen, produjo un hecho decisivo, que implicó la transformación de la idea de imperio que él había encarnado, y que llevó a la constitucionalización de un imperio con dos iglesias, una novedad radical sobre la que no se reflexiona bastante (…) Nada parecido se hizo en España y por eso la derrota de Carlos situó a la monarquía hispánica en una pésima situación. (…) Al contrario, fomentaron el mito de emperador invencible que ha llegado hasta nosotros.

(…) [En Trento] Así fue como la apuesta por el poder inquisitorial desplazó la apuesta por el poder pastoral. En estas condiciones, Roma no podía disputar los pueblos a los predicadores reformados. Donde estos prendían, eran invencibles. Solo una monarquía con un sistema capilar de Inquisición firmemente apoyado por la fuerza pública contuvo la marea.

(…) Al final, todo el mundo veía que la gran herramienta de la acción de Roma ya no eran solo los dominicos, franciscanos o agustinos, sino también los jesuitas. Sin embargo, Roma no prescindió de ningún actor. Los primeros se instalaron en los dispositivos inquisitoriales y disciplinarios; los segundos, apoyaron a la curia contra el episcopalismo creciente, y se prestaron a ser los únicos capaces de promover los sistemas de enseñanzas necesarios para los nuevos seminarios y los nuevos párrocos, para las misiones compensatorias de las almas perdidas por la Reforma en los lejanos imperios portugués e hispano. (…) Los jesuitas dotaron a la iglesia católica de un carisma revolucionario, adecuado al tiempo, sostenido por la imagen de la iglesia militante cuya batalla ahora quedaba concentrada en la lucha contra los calvinistas. (…) A fin de cuentas, el nuevo método de los jesuitas se basaba en un genuino trabajo de naturaleza subjetiva, psíquica y espiritual, una nueva ascesis cuyas peculiaridades son dignas de estudio por su complejidad. Pero tampoco en este campo la iglesia optó por una revolución práctica que afectara a la totalidad de los fieles. La revolución de los jesuitas afectó a la milicia de Cristo, no al pueblo de Cristo. Esta es la mayor diferencia respecto de Calvino, cuya revolución práctica afectó a toda la base comunitaria de la iglesia.

Para el concilio siguió valiendo una religiosidad anclada en la veneración de las imágenes, de los santos y de la figura siempre amenazante del Purgatorio. (…) El pontificado del dominico Pío V, que terminaría en 1572, pero que le daría ocasión para celebrar un te deum por la noche de San Bartolomé, fue decisivo en este sentido. No solo impuso un rito plenamente definido, sino que defendió de nuevo la plenitudo potestatis papae, que ahora se sustanciaba en poderes inquisitoriales plenos. Lo demás fueron medidas destinadas a impedir la Reforma en sentido verdadero: la imposición del latín como lengua sagrada en la que se debía leer la Palabra, la única que tenía efectos de consagración en una misa que era renovación plena del sacrificio de Cristo, la única lengua que sacralizaba al sacerdote y sus acciones rituales. En ella se debía realizar la misa y los demás sacramentos, denunciar los libros prohibidos y ordenados en un Índice y redactar la confección de un catecismo católico capaz de contrarrestar de forma adecuada los libros sobre la doctrina cristiana de los protestantes.

(…) En sí mismo, el abundante material de documentación del concilio se mantuvo secreto. Solo Paolo Sarpi, bajo seudónimo y en 1619, publicó una Istoria del concilio tridentino en Londres, en la que defendía la posición de una Venecia hostil al papa Pablo V y en la que aseguraba que Trento había sido un gran engaño de la curia romana, destinado a impedir una reforma de la iglesia desde el espíritu del Evangelio.

(…) De este modo, lo constitutivo del catolicismo, aquello que había sido impugnado por la reforma luterana, la diferencia entre elites de virtuosi y el carácter más bien automático de la religión de los demás laicos, se mantuvo y se reforzó tras Trento. La diferencia entre la disciplina protestante y la disciplina católica se hizo así manifiesta. El consumo de lo sagrado en campo católico siguió siendo más bien vinculado a acontecimientos cosmológicos, como antiguas fiestas paganas, y a devociones particulares, santos patronales, y todo tipo de creencias populares. La relación con lo sagrado en el campo reformado tuvo que ver con la lectura de la Biblia y la interpretación de la Escritura y, en este sentido, dependía de un trabajo personal que era la obra reflexiva del espíritu. Tal trabajo psíquico de descubrimiento, cuidado y atención de sí iluminado por el texto bíblico estuvo prohibido en el campo católico, por lo que este tuvo que refugiarse en otro tipo de prácticas espirituales. En el volumen siguiente podremos desplegar todo esto cuando comparemos los dos tipos de confesionalización.”

¡Ánimo!

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