El cristiano y el Estado

Pensar hoy en la cuestión del Estado supone tener que contextualizar necesariamente la reflexión.

09 DE JULIO DE 2011 · 22:00

,
Seguro que para un cristiano en China la frase “cristiano y el Estado” tiene una connotación muy diferente de lo que percibe un cristiano en, por ejemplo, los Estados Unidos de América, o los Estados Unidos Mexicanos, o España. La ética cristiana en el mundo, especialmente en lo tocante al Estado, es muy compleja en su presencia histórica, pero también sencilla en lo referente a su autoridad: toda la Escritura. Si con el tema de la familia (el de nuestro anterior encuentro) nos quedarán siempre lagunas y equívocos, con el del Estado se puede multiplicar. Con todo ello, sin embargo, tenemos la luz de la Escritura para usar en nuestro camino. Seguro que alguna vez ni acertamos a enfocarla hacia el punto correcto y sacamos conclusiones erróneas; otras veces nos creeremos que no la necesitamos; otras veces iluminaremos con ella sólo lo que nos interesa; otras veces atinaremos. De todo un poco; así caminamos. Los errores son nuestros, no de la Escritura. En los próximos encuentros, d. v., trataremos asuntos más específicos. Hoy les presento estas notas y opiniones, pensadas en el contexto de España y la Unión Europea, y con dos sensaciones: una, de derribo inminente; otra, de esperanza en la Providencia que ya se manifiesta en la bendición de sociedades que se recuperarán de su ruina. La de derribo inminente es común en muchos sectores donde se percibe la situación del sistema actual como insostenible. La otra es menos común, pero es la que soporta y establece a la primera: es el “estado” de la primera, asumiendo ya que “estado” es aquello que se sostiene y sirve para sostener otras cosas. Ya me dirán qué “Estado” podemos ver aquí en Europa, cuando los Estados se han convertido en soportes al servicio de un sistema económico especulativo. (Lo que no impide reconocer que, en comparación con otros lugares y épocas, es el espacio donde el cristiano dispone de más libertad para su culto y trabajo.) El Estado, además, puede verse en su condición de diácono de bendición social (Romanos 13), o bestia destructora (Apocalipsis 13). Según en qué modelo le toque vivir, el cristiano con su ética (manera de vivir) estará a las puertas del martirio o de la colaboración eficaz. Advirtiendo que la bestia destructora, a veces, muestra una cara muy amable, que sólo con el testimonio de Cristo como Señor se le cambia en su verdadero rostro. [Personalmente no tengo dudas de dónde colocar, con su historia, al Estado Vaticano.] Para reflexionar sobre la situación actual tenemos que retroceder al mismo inicio del siglo XX. Allí nos encontramos con los optimistas en la capacidad del ser humano (cierta, sin duda, como criatura de Dios, pero siempre con el freno y advertencia de que ahora está sujeto a servidumbre del pecado y rebelión contra su Creador). Es en ese contexto de optimismo religioso donde se acuña el término “progresista”, no como algo político, sino eclesial. Los “progresistas” eran los cristianos que dejaban atrás el concepto bíblico de pecado, redención, expiación, muerte, resurrección, etcétera. Estos progresistas deberían unir sus fuerzas a otros optimistas sociales, pues, al fin y al cabo, todos trabajaban en la construcción del hombre nuevo y la nueva sociedad (también entonces se hablaba del “nuevo orden mundial”). [Les recomiendo el libro de Richard M. Gamble, “The War for Righteousness: Progressive Christianity, the Great War, and the Rise of the Messianic Nation”, 2003.] La modélica República de los Estados Unidos de América, ahora es Imperio que, cual Nuevo Mesías, salvará al mundo de sus pecados: la pobreza y la falta de democracia. Que hace falta una Gran Guerra, se hace. Que luego no viene el paraíso, sino el nazismo y el comunismo, se hace otra guerra. Que todo sigue peor, con el holocausto y los gulags; será peor para algunos, el Mercader tiene lo que buscaba, con todas la naciones de la tierra a su servicio. Así estamos. Por eso decía que la sensación era de ruina inminente, porque el Mercader ya tiene grieta irreparable: él con sus Estados siervos caerá con estrépito. Pero hay esperanza: la verdad y la libertad triunfan. Y entramos en la Unión Europea. Entramos sin saber dónde. Lo primero que se anuncia es un cajero donde parece que se puede sacar dinero sin fin. Por un tiempo funciona. Luego llegan las facturas. ¿Qué es la Unión Europea? Yo no lo sé. Un monstruo burocrático que ni se sabe cómo es. Estaba repasando un libro que recoge el diálogo entre Darherndorf, Furet y Geremek, coordinado por Lucio Caracciolo, se titula “La democracia en Europa”. El diálogo se produjo en el invierno de 1991-1992. (Hoy parece historia antigua.) Se acababa de derrumbar el telón de acero; las naciones europeas se encontraron con situaciones asombrosas (¿se acuerdan de qué decían los “expertos” en política marxista cuando incluso ya se escuchaba el caer de los cascotes del muro de Berlín? Estos tres pensadores comparten su inquietud, y aportan sus ideas para el futuro de Europa. Se partía de la base de que sin una economía coordinada y fuerte no habría “política” unida, pero también se advertía de la necesidad de que se conservasen los referentes morales. Tanto Furet como Gemerek están de acuerdo en que los procesos de integraciones de nuevas naciones al espacio de libertad económica y social de Europa (la de entonces) se tendrían que basar en preceptos morales que formasen el sustento de la vida política (Geremek toma eso como lo más destacable de Estados Unidos), y Furet adelanta el peligro del escepticismo moral propio de las sociedades liberales, que debilitan en su fundamento a las democracias; de ahí que Dahrendorf considerase que nuestras democracias se presumen en extremo débiles, por ejemplo, ante los desafíos de la violencia promovida por los nuevos nacionalismos, contra lo que solo se podría luchar con un imposible derecho de injerencia, que anularía la esencia de la democracia que se pretendía defender. (Es importante recordar que este autor declaraba no tener respuestas a los nuevos desafíos, no saber qué hacer, sólo “decir lo que pienso, eso es todo lo que puedo hacer”. Creo que eso es mucho.) Se pueden leer afirmaciones que hoy tienen un sentido especial. “Hay suficiente cinismo entre los jefes de gobierno. Dicen cosas que no toman en serio”. “Las burocracias se ocupan más de su propia administración que de sus propios deberes”. “Todo parece un embrollo, para emplear una palabra suave; su gran defecto [decisiones en base a uno de los tratados del momento] es la oscuridad. Con ello se contradice el principio de Jean Monnet: la política europea debe ser transparente porque el ciudadano la debe entender”. “Por primera vez en la historia de Occidente, nos hallamos ante leyes que no poseen un claro fundamento en algún tipo de soberanía”. Cuando hay que hacer un master de alto nivel para medio poder entender algo del funcionamiento de la Unión Europea, es evidente que no se ha construido una entidad mínimamente política, en el mejor sentido del término. Yo procuraba seguir los acontecimientos, intentar ver un poco el horizonte leyendo opiniones y críticas desde sectores diversos, pero algunos sucesos me hicieron desistir, ya no tengo el mínimo interés. Creo que la ética cristiana en el mundo también es no mostrar interés por algunas cosas, olvidarlas por completo, salir de en medio de ellas porque se caen. La Unión Europea, de la que ya formaba parte España, rompió el criterio de jurisdicción internacional reconocido al aceptar como hecho consumado, y luego incorporar a toda prisa en las estructuras propias, la secesión por las armas de Croacia del legítimo Estado reconocido por la ONU al que pertenecía, la República Federal Socialista de Yugoslavia. Eso provocó toda una dinámica de conflictos sociales hasta el día de hoy. Los dos primeros Estados que reconocieron oficialmente a Croacia fueron Alemania y el Vaticano. Luego vino el colmo de la quiebra del derecho internacional y el triunfo de la fuerza como instrumento de legitimidad de acción, aunque se cubriera con el cinismo de frases éticas. La OTAN, el poder militar más formidable de toda la historia bombardeó y aplastó desde el 24 de marzo al 10 de junio de 1999 al Estado libre y reconocido por la ONU de Yugoslavia, sin ni siquiera declararle la guerra. El papa colaboró con su afirmación de la “injerencia humanitaria”. Todas las excusas que se quieran poner, todos los mitos que se quieran levantar, pero en ese momento la Unión Europea, mejor aún, la OTAN con todos sus Estados mostró su cabeza de bestia destructiva. Luego viene Iraq y lo que sea menester. No hay Derecho, sólo Fuerza. Y aquí es donde vivimos. No podremos hacer nada, pero al menos podemos decir lo que pensamos; y eso es un gran bien que nos queda. En los próximos artículos veremos cómo el Protestantismo ha sido el espacio de la reflexión y elaboración de las teorías del Estado moderno, con su cercanía a Romanos 13. Veremos también cómo muchas veces no ha avisado adecuadamente de la presencia de Estados que son parte de la bestia de Apocalipsis 13. El tema es dificultoso, pero edificante.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Reforma2 - El cristiano y el Estado