El Audi Q3

A Bernardo le benefició la crisis económica mundial, debido a que su padre era abogado laboralista. Así pudo permitirse el lujo de aspirar a poseer un coche de marca.

13 DE JUNIO DE 2009 · 22:00

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Incluso antes de que se resolviera el dilema de la Seat de Martorell en cuanto a la fabricación del Audi, Bernardo ya estaba enamorado de este coche. Se informó de todas sus características por todos los medios de modo casi obsesivo. Ya sabía su precio de salida. Tenía escogido el color. Se dedicaba a hacer planes, viajes, y se veía presumiendo de él ante chicas hasta entonces inaccesibles. Adquirió en su afán un punto de ansiedad, hasta cierto desequilibrio. Hubo quien le recomendó visitar al médico. Al fin llegó el día que su deseo se vio cumplido. Allí estaba su flamante Audi Q3 Cross Coupé de excitante color rojo, aparcado delante de la puerta de su torre. Con el modelo Q3, Audi obsequiaba a sus compradores con un puzle de 100.000 piezas. Pasaban los días y el coche no se movía del garaje, mientras su propietario pasaba las horas de su pija ociosidad montando el descomunal puzle con la foto de un Audi Q3 rojo. La madre de Bernardo, yendo al mercado se cruzó con una vecina que no tardó en decirle: —Desde que su hijo ha conseguido el coche de sus sueños se le ve más tranquilo, incluso me vuelve a saludar. —No crea —contestó la madre en un derroche de sinceridad—, no está más tranquilo porque lo tiene si no porque ya no lo desea.

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