Oda a Valeria

Has llegado y sin pretenderlo, lo has cambiado todo.

19 DE JUNIO DE 2008 · 22:00

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Te miro con vidriosos ojos, sin poder contener la entrecortada voz que intenta ser agradecida al dador de la vida. La casa se ha vuelto pequeña para albergar tanta alegría. Cada rincón de ella exhala un aroma diferente, un olor a ti que nos hace a papá y a mi, aún más felices de lo que ya éramos. Qué grande eres mi pequeña niña. Cuantos sentimientos me arrancas, cuanta emoción al verte coronada de una vitalidad que ya presagiaba cuando estabas en mi vientre. El milagro de la vida se hace palpable ahora que te acuno en mis brazos, ahora que siento tus ojillos clavados en mí. Te miro una y mil veces, incrédula, sesgando las lágrimas que de forma inapropiada vienen a enturbiar el remanso de sosegada paz que envuelve mi vida. Miles de coloridas serpentinas adornan el cielo, contagiándolo todo con aires de festejo. Has llegado a nuestras vidas y nos has inundado de una ternura inefable, de un cariño infinito. Torpes se vuelven mis manos, ineptas para derramar el raudal de caricias que anhelo verter en tu párvula piel. La claridad de tu mirada me muestra un camino de inusitada belleza, un sendero de baldosas amarillas que me lleva directamente al valle de los sueños. Mi querida niña, cuan dichosa me siento al tenerte conmigo. Hoy, soy mucho más feliz de lo que jamás creí poder ser. Hoy me pregunto emocionada: ¿cómo he podido vivir tanto tiempo sin ti?

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