De la prepotencia a la confianza

Considerarse más fuertes e invulnerables de lo que en realidad somos es una tendencia bastante generalizada entre los humanos. Los pasados años de bonanza con su crecimiento económico han contribuido a que todos nos sintiéramos más seguros de la cuenta. Por mucho que robaran los estafadores no ponían en peligro —ni de buen trozo— el sistema.

07 DE FEBRERO DE 2009 · 23:00

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Ni la burbuja inmobiliaria ni los desmanes financieros, ni el vertiginoso enriquecimiento de unos cuantos parecían podernos llevar a donde hoy estamos. Si hay algo que de verdad nos hace sentir inseguros e indefensos eso es, sin duda, los desastres naturales. Pero hasta eso parece que lo tolerábamos peor cuando nos sabíamos fuertes. Por grande que fuera la calamidad no faltaba quien dijera aquello de “esto es inadmisible en pleno siglo XXI” al criticar la lenta y, muchas veces equivocada, reacción de los gobernantes. Como si estuvieran dispuestos a admitir el desastre, entre otras razones porque era demasiado evidente como para negarlo, pero creyendo que teníamos capacidad de reacción y reparación inmediata de los daños sufridos, fueran los que fueran. No necesitamos a nadie y si eso no es del todo verdad, nos falta poco para conseguirlo. Da la impresión de que las críticas a las autoridades por los vendavales de Cataluña, la nevada en Madrid y el tornado en Málaga aunque han sido duras no han estado envueltas de la anterior irritación por ver quebradas nuestras ansias de invulnerabilidad. A la vez los gobernantes de turno también han respondido con menos prepotencia. Algunos han reconocido su necesidad de mejorar, otros han dicho que hicieron todo lo que marcaban los protocolos y más pero que todo ha sido insuficiente ante la magnitud de los fenómenos atmosféricos. La paralización de la ciudad de Londres por la nieve nos ha puesto en la pista de que estas cosas también pasan más allá de los Pirineos, y no sólo en España. Los fenómenos naturales denuncian nuestras limitaciones e insignificancia y la crisis financiera tiene un mensaje inequívoco: Podemos hacer cosas cuyas últimas consecuencias lleguen a escapar de nuestro control. Nadie sabe a ciencia cierta la verdadera magnitud de la crisis y sus consecuencias. Los gobernantes, a juzgar por las drásticas medidas tomadas y su ineficacia, trasmiten temor cuando quieren comunicar optimismo. Las medidas de los entendidos suenan más a palos de ciego que a otra cosa. No podemos caer en la resignación ni el fatalismo. Todos somos responsables de nuestros actos y tenemos exigir máxima eficacia a nuestros políticos. Pero no debemos olvidar que, por extraño que les parezca a algunos y mientras toda la humanidad está más desorientada que nunca, Dios sigue controlando la situación. Y eso, a los que creemos en Dios, nos da mucha confianza.

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