La libertad religiosa: derecho y deber

No creo que siempre haya que pelear todas las batallas, pero quien siempre rehúye la confrontación en realidad está dejando que el adversario ocupe su tierra.

05 DE DICIEMBRE DE 2021 · 13:00

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Imagen de Luke van Zyl en Unsplash.

Como se ha repetido en diversos artículos de este blog, la libertad de religión o de creencia está recogida en la declaración de los derechos humanos de esta forma: “Toda persona tiene derecho a la libertad o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.” (1)

Sin duda esto supone de forma harto evidente que no debería existir ningún obstáculo para ejercerla en cualquier ámbito. Sin embargo, este derecho es no sólo obstaculizado, sino a menudo perseguido en nuestra sociedad democrática y occidental cuando atenta contra la monolítica religión laicista, que expulsa de la vida pública toda expresión ideológica contraria a sus dogmas exclusivistas que no admiten crítica u alternativa.

La obstaculización pasa por la indiferencia, el vacío informativo, el trato discriminatorio, o la burla y los comentarios en nombre de la tolerancia (que son de todo menos tolerantes). Esto es aplicable a lo que sufren los hijos de creyentes o jóvenes cristianos en sus lugares de estudio, donde viven este tipo de persecución cultural cuando expresan su fe y su ética de vida; por parte de sus compañeros y a menudo de los propios profesores.

Los adultos también lo sufren, aunque debo decir que en su mayoría han elegido el camino de la elegancia silente: no entrar en polémicas con diversas disculpas. La más manida es el excesivo énfasis en la ética sexual y del principio y final de la vida; obviando otros temas como la justicia laboral, la sanidad universal, la inmigración, etc.

Diré en primer lugar que no es cierto este argumento: sí se comenta y participa en muy diversos aspectos, aunque sin repercusión mediática. En parte porque ya hay multitud de entidades seculares que lo hacen; incluso muchos creyentes participan en esas entidades que tienen un peso social indudable y son posiblemente más efectivas o adecuadas para luchar en estos temas.

Pero precisamente casi nadie se pone en la brecha en materia de ética sexual, aborto o eutanasia (por decir los más polémicos en el debate público). Y nuestro silencio y pasividad no es precisamente el mejor ejemplo para nuestros jóvenes, a los que colocamos en medio de la vorágine de choques ideológicos sin darles argumentos ni ánimo a través de nuestra propio ejemplo y actitud.

Dicho esto, el siguiente paso es la persecución legal. Las nuevas leyes en España introducen la posibilidad clara de penalizaciones económicas e incluso la cárcel por el simple hecho de que unos padres enseñen una cosmovisión cristiana a sus hijos oponiéndose a la educación sexual imperante. O a un pastor que de consejo espiritual a quien le solicita ayuda ante sentimientos de atracción al mismo sexo. Incluso en países como Finlandia, Alemania o Reino Unido se ha enjuiciado a políticos y pastores de fe protestante por compartir textos bíblicos que exponen las creencias “de toda la vida” sobre la ética sexual y el matrimonio en la cosmovisión cristiana.

De nuevo la postura más habitual es el silencio, la retirada. No creo que siempre haya que pelear todas las batallas, pero quien siempre rehúye la confrontación en realidad está dejando que el adversario ocupe su tierra; y con ellas sus libertades, sus familias y su derecho a la libertad que queda cada vez más arrinconada para llegar a ser nada en un rincón.

Por último, diré que la libertad religiosa para un cristiano no es sólo un derecho, sino un deber inexcusable.

A menudo a los cristianos nos emociona conocer la valentía de hermanos en la fe en países lejanos que sufren persecución, e incluso la tortura y la muerte por no renunciar a Jesús y su Evangelio. Pero quizás esto sirve a menudo de excusa sentimental para llorar por la libertad de quienes no la tienen mientras luchan por ella, en vez de batallar para no perderla donde Dios nos ha puesto.

Sin embargo, la gran responsabilidad es lo próximo. No hay más que leer textos bíblicos como Daniel en Babilonia o Pedro ante el Concilio judío en Jerusalén para entender claramente lo que luego expuso Martín Lutero ante el emperador Carlos: “Mi conciencia está cautiva a la luz de la Palabra de Dios”. Y esa conciencia implica aspectos prácticos concretos, como oponerse a la injusticia, a la violación de mis derechos fundamentales de libertad de conciencia, expresión y práctica de mi fe; o a mi derecho y deber de educar a mis hijos en los valores éticos y humanos que considero prioritarios.

Muchos años rehuí escribir y posicionarme em primera línea en estos temas, porque entendía que mi interés y responsabilidad era otro. Pero sin dejar lo primero, he tenido que dar este paso al frente ante el vacío casi absoluto que he encontrado en nuestro ámbito cristiano evangélico en España.

No nos limitemos a leer con empatía los sufrimientos de nuestros hermanos en la fe por su defensa de las libertades. Compartamos su lucha en el lugar donde Dios nos ha puesto, aquí y ahora.

  1. Declaración Universal de los Derechos Humanos, Artículo 18.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - #Perseguidos - La libertad religiosa: derecho y deber