Treasure: memoria y olvido

La adaptación de la novela Too Many Men de Lily Brett nos ofrece un retrato profundo y complejo de la lucha humana frente al peso de la historia.

26 DE SEPTIEMBRE DE 2024 · 13:44

Fotograma de la película.,
Fotograma de la película.

En Treasure, adaptación de la novela Too Many Men de Lily Brett, se nos ofrece un retrato profundo y complejo de la lucha humana frente al peso de la historia. Ruth Rothwax, hija de sobrevivientes del Holocausto, decide viajar a Polonia con su padre, Edek, con el anhelo de desenterrar las raíces de su dolor familiar y encontrar respuestas en las cenizas del pasado. Sin embargo, lo que para Ruth es una búsqueda de significado, para su padre es un regreso a las heridas que nunca sanaron. Ruth desea recordar y aprender; Edek, en cambio, prefiere el olvido. En esta tensión, hallamos un paralelismo esencial con la condición humana frente al sufrimiento, la redención y la gracia de Dios.

El viaje de Ruth y Edek no es solo un trayecto físico hacia los paisajes devastados de Polonia, sino una exploración de dos maneras opuestas de lidiar con el trauma y el dolor. Uno quiere entender, mientras el otro busca olvidar. Este contraste refleja la dualidad de nuestras respuestas ante el sufrimiento y la tragedia: ¿Debemos recordar o debemos olvidar? ¿Es posible hallar paz sin confrontar la verdad de nuestra existencia caída?

El peso de la historia y el anhelo de redención

Ruth representa a aquellos que buscan respuestas, que necesitan comprender para poder seguir adelante. Su inquietud por descubrir las historias enterradas bajo la superficie del pasado es un reflejo del alma que busca significado en medio del caos. Su viaje no es simplemente el deseo de conectarse con sus raíces familiares, sino una búsqueda de sentido en un mundo que ha sido testigo de lo indecible.

En este sentido, su impulso muestra un anhelo más profundo, que habita en cada ser humano: el deseo de salvación. La inquietud de Ruth es la misma que muchos sienten frente a los misterios de la vida y la muerte, la misma que busca encontrar un propósito detrás de las sombras de nuestra existencia temporal.

Por otro lado, Edek, que vivió de primera mano los horrores de la guerra, opta por el olvido. Su silencio, su deseo de no remover el pasado, refleja el profundo agotamiento de una alma que ha cargado demasiado tiempo con el dolor. Él simboliza a aquellos que, ante la inmensidad del sufrimiento, deciden apartar la vista, esperando que el olvido ofrezca alivio. En esta tensión entre recordar y olvidar, encontramos una pregunta crucial: ¿Es posible hallar verdadera paz si evitamos enfrentar las verdades difíciles de nuestra existencia?

La fragilidad del olvido y la fortaleza de la memoria redimida

En el Evangelio de Cristo, encontramos una respuesta radicalmente diferente tanto al olvido como al simple recuerdo. Cristo no nos llama a olvidar, sino a redimir nuestras memorias a través de la cruz. En el acto supremo de amor y sacrificio, Cristo asume el peso de nuestra historia — nuestras heridas, pecados y sufrimientos — para ofrecer algo más grande que el olvido: la restauración.

El apóstol Pablo escribe en su carta a los Filipenses: “Olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). Este no es un llamado al olvido superficial, sino a una memoria redimida por la esperanza de la vida eterna. Pablo había experimentado las tragedias de su tiempo, pero en Cristo halló una nueva manera de lidiar con el pasado: no mediante el olvido, sino mediante la redención.

El Evangelio nos ofrece una salida tanto del deseo obsesivo de control sobre nuestra historia como del escapismo que busca refugio en el olvido. En Cristo, se nos invita a recordar no solo nuestras heridas, sino el amor que las sana. Cristo, como nos recuerda el libro de Hebreos, es el “autor y consumador de nuestra fe” (Hebreos 12:2). Él es el que redime nuestro pasado y transforma nuestras vidas en una nueva creación (2 Corintios 5:17).

La cruz: el lugar donde se encuentra el sentido

La tensión entre Ruth y Edek refleja la angustia de un mundo caído, que oscila entre la obsesión por el dolor y el deseo de olvidarlo. Sin embargo, ni el uno ni el otro son suficientes para ofrecer verdadera paz. La verdadera solución se encuentra en la cruz de Cristo, donde el sufrimiento es redimido y el dolor encuentra su fin.

La cruz nos muestra que no podemos escapar de nuestra historia, pero tampoco estamos destinados a ser esclavos de ella. En Cristo, la historia más oscura puede ser transformada en testimonio de esperanza. Ruth busca entender su pasado para poder vivir plenamente su presente; Edek, cansado de recordar, prefiere olvidar. Pero la respuesta no está en ninguno de esos extremos. Está en Cristo, quien nos invita a traer nuestras memorias al pie de la cruz y dejarlas allí, donde Él puede darles un nuevo significado.

El mensaje del Evangelio es claro: la memoria no tiene que ser una carga insoportable, ni el olvido un refugio frágil. En Cristo, ambos son transformados. “Él enjugará toda lágrima de los ojos de ellos; y no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4). Es en esa esperanza donde encontramos la verdadera paz.

El llamado a una nueva manera de recordar

Treasure nos recuerda las heridas profundas de la humanidad, pero también nos invita a reflexionar sobre cómo lidiamos con esas heridas. En lugar de oscilar entre la memoria obsesiva y el olvido forzado, el Evangelio de Cristo nos ofrece una tercera vía: la redención.

El camino cristiano no ignora el dolor del pasado, pero tampoco permite que éste defina nuestro futuro. En la cruz de Cristo, encontramos una memoria que no nos encierra en el sufrimiento, sino que nos abre a la esperanza. Recordamos, pero lo hacemos a la luz de la redención. Olvidamos, pero solo en el sentido de dejar atrás el poder que el pecado y la muerte tenían sobre nosotros. Como escribió C.S. Lewis: “Dios murmura en nuestros placeres, habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestros dolores”. Que esos gritos nos lleven a la cruz, donde toda memoria es transformada en esperanza y toda lágrima es secada en el amor eterno de nuestro Salvador.

 

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