Una cara B de Elvis

Una crítica de Priscilla, de Sofía Coppola (2023).

29 DE FEBRERO DE 2024 · 17:46

Fotograma de la película.,
Fotograma de la película.

“Confiar en gente desleal en momentos de angustia es como tener un diente roto o una pierna vacilante” (Proverbios 25:19)

La independencia creativa para Sofía Coppola es innegociable. Prefiere lidiar con bajos presupuestos, tener libertad y capacidad de decisión, antes de someterse a las directrices e inevitables concesiones que se van a ir presentando si acepta un trabajo por encargo de una mayor. La hija de Francis Ford escribe y dirige esta adaptación de las memorias de Priscilla Beaulieu Presley, Elvis and Me, publicadas en 1985. Con el cine de Coppola no es fácil conectar, ya que es una cineasta intransigente. Impregna cada fotograma con un estilo muy marcado que suele ser frío, calculado, ecléctico y distante. Lo que principalmente busca a través de las imágenes son metáforas que trasciendan y lleven al espectador de lo concreto a la esencia. Es cierto que a lo largo de su filmografía las ha logrado, pero en Priscilla la prosa visual es demasiado directa y plana. Quiere mostrar el vacío interior de su protagonista y lo que consigue es un vacío monótono, reiterativo e insustancial. Si el espectador pone de su parte y va rellenando los espacios, los huecos de la narración, quizás la experiencia se haga más llevadera, porque si algo va a tener el que esté sentado contemplando la película es tiempo para irse y volver de la película las veces que quiera. Es como ir a ver una exposición de cuadros de Edward Hopper e ir con los auriculares puestos escuchando canciones que nos expliquen lo que sienten las misteriosas mujeres de sus cuadros. 

Priscilla es todo lo opuesto a lo ofrecido en Elvis por Baz Luhmann. Lo que la cinta protagonizada por Austin Butler tenía de hortera y extravagante, la protagonizada por Cailee Spaeny lo tiene de discreción y elegancia. Nos cuenta cómo una adolescente conoce a Elvis en una fiesta y surge un flechazo. Cómo Elvis se encapricha y quiere hacer bien las cosas. Cómo ella, superada al tratarse de una celebridad de tal calibre, acepta entregarle su vida. E iremos asistiendo al cuento de hadas que se va convirtiendo en pesadilla. El paraíso que se va convirtiendo en cárcel. Anhelos, expectativas, sueños, deseos, que van haciéndose añicos contra ese rompeolas que es la realidad. Quizás lo más interesante, aunque el resultado no haya sido muy brillante, sea el vestir al drama de misterio, utiliza los recursos propios del cine de terror o suspense y aunque sabemos perfectamente cómo se va a ir desarrollando la historia, logra perturbar al espectador para que algo le incomode y no se relaje demasiado. 

Como reflexión de ese permanente choque entre lo que deseamos para nuestra vida, e incluso, lo que pensamos que somos como seres y la realidad de las cosas, es pertinente. A lo que me refiero con realidad no es a que nos ocurran cosas inesperadas que lo cambien todo, alguna tragedia que nos despierte o algún contratiempo que altere nuestros planes, sino a la realidad última, la que nos muestra las Escrituras y su función de espejo para poder descubrirnos a nosotros mismos.

La mejor secuencia de la película es la última, Priscilla abandona su hogar, y mientras lo hace escuchamos “I Will always love you” de Dolly Parton. Una canción que quiso cantar Elvis, pero Dolly nunca le cedió los derechos. 

 

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