Lecciones que da la vida
Es una constante en la revelación divina, bíblica, que el mal atrae al juicio divino, a menos que haya un arrepentimiento de dicho mal.
30 DE ABRIL DE 2025 · 17:40

“Porque juicio sin misericordia se hará contra el que no muestre compasión; por misericordia ustedes será exaltados sobre el juicio” (St.2.13)
Lecciones que da la vida
Hace muchos años, mi madre me contaba que había una familia que tenía una vecina que era muy obesa. Cuando esta mujer se acercaba a la casa de aquella familia buscando amistad y para charlar un rato, aquella familia, aparentemente la trataba bien, pero cuando se iba siempre se burlaban de ella, por su obesidad, con frases bastante crueles.
Corriendo el tiempo, una de las hijas de aquella familia se casó y cuando ésta tuvo un hijo, éste desde pequeño parece que tenía cierta tendencia a la obesidad. De momento no le dieron mucha importancia, pero pasaron los años y parecía que su obesidad, lejos de disminuir iba en aumento hasta convertirse en una obesidad mórbida; y eso a pesar de visitas médicas y llevar a cabo diversos tipos de tratamientos y dietas. Luego, él murió por las complicaciones relacionadas con su propio estado, a pesar de que era relativamente joven.
Muchas veces me he preguntado si alguna vez la madre de ese hijo pensaría en las burlas que ella y su familia hicieron de su vecina obesa. ¿No llegó a sentir dentro de su pecho el dolor de haberse comportado de una manera tan cruel con aquella vecina? Evidencias para sensibilizarse -aunque fuese con retraso- no le faltaban ya que el “defecto” de la vecina de la cual tanto se burló, lo tenía siempre presente delante de sus ojos y, precisamente, en la persona de su querido hijo.
Mi madre también nos contaba, que conoció a un hombre que después de la guerra civil, acostumbraba a ir con otro amigo a presenciar los fusilamientos que entonces se hacían de personas del bando perdedor.
Luego, cuando volvían de tan trágico “espectáculo”, venían comentando, riéndose y burlándose de la cara que ponía aquel, los gestos que hacía el otro y todo cuanto a ellos les llamaba la atención y que, lógicamente, no sería “normal”.
Pero el tiempo pasa, la vida sigue y de alguna manera pareciera que ciertas circunstancias vinieran a acusar y pedir cuentas de aquellos comportamientos a los cuales en otro tiempo no dieron ninguna importancia; pero que revestían una gravedad de la cual, entonces los protagonistas parecía que no eran conscientes.
¿Por qué decimos esto? Porque aquel hombre que tanto se burlaba de aquellos que tuvieron que enfrentar la muerte… duró poco más de los cien años. Sin embargo, antes de abandonar este mundo vio cómo morían sus propios hijos, en una edad en la cual todavía tenían hijos que sacar adelante. Él gritaba de dolor, clamando y preguntando por qué no se había muerto él en lugar de ellos… Pero también me preguntaba yo, si a la hora de enfrentar el fallecimiento de sus propios hijos (cada uno con su propio rostro y expresivos gestos, en tan crucial hora) no atendió al requerimiento divino del arrepentimiento, por tan malvado comportamiento cuando él se burlaba, años atrás, de aquellos que eran fusilados.
La Providencia divina a favor de nuestra enseñanza
Seguramente muchos de nosotros nos habremos preguntado más de una vez, por qué esa aparente relación entre ciertos actos y sus consecuencias. Actos que han dado lugar a ciertos refranes que, desde la sabiduría popular, son como sentencias aplastantes de una realidad constatable.
He aquí algunos de ellos: “El que la hace, la paga”; “El que se ríe del mal de su vecino, el suyo le viene de camino”; “Dios no se queda con nada de nadie”; “Ya le llegará su hora”; “Al final, ha recibido de su propia medicina”; y este, en tono un tanto, cruel: “A todo cerdo le llega su san Martín”.
Los refranes aludidos son recordados por la gente, bien por la confianza que tienen -en virtud de la experiencia de las gentes de los pueblos- en que, sin lugar a dudas, han de cumplirse; o bien, si se han cumplido, también tienen la confianza absoluta de que tenía que ser así, como ellos esperaban.
Al que esto escribe no le cabe duda de que la Providencia divina “ha hecho las cosas” de tal manera que cuando vamos en contra de sus leyes tarde o temprano nos encontraremos con las consecuencias de nuestros actos.
Que nadie me pregunte cómo sucede eso ¡Pero sucede! Otra cosa es el tiempo, la forma o el cómo, la dimensión e intensidad y el lugar dónde sucede. Todo eso es un misterio para nosotros. Pero el hecho fundamental está ahí, recogido en las Sagradas Escrituras como revelación divina y conocido millones y millones de veces en el terreno de la experiencia de los seres humanos.
Y en relación con el texto aludido no nos cabe duda que será así: “Porque juicio sin misericordia, se hará con aquel que no hiciere misericordia…” No obstante lo dicho, las consecuencias que podrían tener lugar antes del definitivo juicio, con sus consecuencias de perdición eternas, no buscan nuestra destrucción y condenación, sino enseñarnos lecciones esenciales para nuestra vida a través del reconocimiento del mal y el arrepentimiento con el fin de sanar nuestra alma de ese mismo mal.
Un ejemplo papable de juicio para el que no ejerció misericordia alguna
Al respecto de lo que venimos diciendo siempre me llamaron la atención las palabras del profeta Abdías, que profetizó contra el pueblo de Edom, descendiente de Esaú.
Éste tuvo un comportamiento inmisericorde para con la descendencia de su hermano Jacob, el pueblo de Israel. Cuando éste fue atacado por los babilonios, Edom se sumó al enemigo para hacer todo el daño posible a su hermano el pueblo de Judá. Razón por la cual recibió la denuncia divina por siete veces a través del profeta Abdías.
Pero dicha denuncia especificaba la forma en la cual el pueblo de Edom fue inmisericorde con Judá/Israel. Toda una lección para nosotros, viéndola desde el punto de vista de las enseñanzas del Señor Jesús, Veamos:
1.- “No debiste tú (Edom) haber estado mirando en el día de su infortunio (de Israel)” (Abd.12). Es evidente que lo que denunció aquí el profeta, era su impasibilidad ante la necesidad de su hermano Jacob. Dicho de otra manera: “El no mover ni un dedo para ayudarle”. De aquí sacamos la lección correspondiente a través de las palabras del Señor Jesús sobre el estar cerca de los hermanos necesitados y los que sufren, para ayudarles, en vez de quedarnos “mirando”, sin hacer nada.
Evidentemente, eso sería una falta de misericordia en toda regla: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1ªJ.3.16-18. Ver también, Mt.25.31-46).
2.- “No debiste haberte alegrado de los hijos de Judá, en el día en que se perdieron” (Abd.12). El alegrarse por el mal del prójimo es maldad, y el Señor tomará buena nota de quien así procede. Como si éste estuviera libre de pasar por cualquier infortunio.
Pero más tarde o más temprano le llegará y no será para hundirle de parte de Dios sino para que reconsidere el comportamiento que tuvo y se arrepienta.
Aquí recordamos el dicho popular ya mencionado antes: “El que se ríe del mal de su vecino, el suyo le viene de camino”. El Señor enseñó en el Sermón del Monte a orar por los enemigos y bendecirlos. La justicia le corresponde llevarla a Él, en todo caso (Ro.12.19) . Por tanto, gozarse del mal ajeno es pecado.
3.- “No debiste haberte jactado en el día de la angustia… -de Judá/Israel-”. Jactarse, es decir enorgullecerse por lo que le ha ocurrido al otro. Expresiones como: “¡Me alegro! ¡Eso es lo que se merece!”; “¡Ya sabía yo que esto tenía que pasarle!”.
Estas expresiones evidencian una jactancia como si el que las pronunciara tuviera el dominio de toda la situación y que hubieran venido sobre el otro, por su propia voluntad. Sin embargo, el sentir y la enseñanza de Cristo es todo lo contrario.
Tan contrario que en sus palabras no aparece la palabra “hermano” sino “enemigos”: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mt.5.44). ¡Y eso no es algo que sea fácil de llevar a cabo, salvo por un corazón transformado!
4.- “No debiste haber entrado por la puerta de mi pueblo en el día de su quebrantamiento… No debiste haber mirado su mal… ni haber echado mano a sus bienes en el día de su calamidad.” (Abd. 13)
La idea aquí es que cuando los enemigos de Israel (en este caso, Judá) entraron por sus puertas para aniquilarlos y despojarlos de todos sus bienes, el pueblo de Amon, también se sumó a ellos para hacer lo mismo.
Nadie los había llamado, ni se lo había ordenado alguna autoridad superior; sencillamente, se sumaron a la guerra y al pillaje: “¡Ahora es nuestro momento!” se dijeron. “¡Ya ha venido nuestra hora, tanto tiempo esperada!” Pero Dios estaba viendo el comportamiento de Edom y tomando nota de todo su proceder. Pero no terminó ahí la cosa. Todavía hubo más.
5.- “Tampoco debiste haberte parado en las encrucijadas para matar a los que de ellos escapasen; ni debiste haber entregado a los que quedaban en el día de la angustia” (Abd.14).
El pueblo de Edom aprovechó al máximo su oportunidad para hacer daño al pueblo de Judá-Israel. En principio, desde una actitud de no hacer nada a su favor, a entrar en un proceso en el cual, finalmente participó de lleno en la guerra, en el saqueo y hasta en preparar emboscadas a los que huían de sus enemigos, matando a unos y entregando a otros a las fuerzas enemigas.
¿Y a todo esto, qué tenía que decir el Altísimo?
Pues, evidentemente, el profeta Abdías tenía un mensaje completo que dar al pueblo de Edom, y no se quedó con nada que no tuviera que comunicarle. Por tanto, al terminar de señalarle su comportamiento con el insistente, “No debiste…” le anunció el juicio divino definitivo sobre él:
“Como tú hiciste se hará contigo; tu recompensa volverá sobre tu cabeza” (Ad.15).
Efectivamente, en las Sagradas Escrituras tenemos ejemplos más que suficientes de esa realidad. Es una constante en la revelación divina, bíblica, que el mal atrae al juicio divino, a menos que haya un arrepentimiento de dicho mal.
Pero para aquellos que están tan convencidos de la realidad de los refranes populares ya mencionados, deberían saber que tales refranes solo son un reflejo de una realidad espiritual y moral, más alta, que procede de Dios y que ha sido establecida por Él mismo.
De ahí que debido al juicio divino, el pueblo de Edom desapareciera totalmente de la tierra y que solo quedaran hasta el día de hoy y como testimonio de su estancia en la misma, solo las piedras que, en su tiempo, le fueran de refugio.
¿Somos mejores que Dios?
El asunto es que hoy día muchos pretenden ser más buenos que Dios y no se consienten a sí mismos el pensar y creer que, de una forma ú otra, Dios juzgue nuestras acciones por creer que eso es ir en contra de “un Dios de Amor”.
Así dicen y se rebelan contra la idea de que Dios juzgue a aquellos que no usaron de misericordia con otros. Sin embargo el hecho de que Dios sea “un Dios de amor” no significa que tenga que dejar de lado el aspecto de su perfecta y absoluta justicia. Justicia que, sin dejar de lado su amor misericordioso, se manifiesta de una forma ú otra, en parte, con la finalidad de que recapacitemos y nos volvamos de nuestros malos caminos antes de que su justicia la lleve a cabo de forma definitiva, el día del Juicio Final. (Ver 2ªP.3.9):
“¿O menosprecias las riquezas de su benignidad (de Dios) paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento” (Ro.2.4).
Por otra parte, no somos partidarios de creer que Dios tiene que moverse un ápice de su trono, para ejercer juicio cada vez que los seres humanos hacemos algo malo. No. El hecho es que, no sabemos cómo, pero Él ha dispuesto sus leyes de tal manera, que ir en contra de ellas acarreará la ruina correspondiente de aquellos que perpetran el mal; aunque acorde con la dimensión y la gravedad del mal realizado.
Eso es tan evidente en la experiencia de los seres humanos que incluso algunos de los que no creen en Dios, lo suelen manifestar con cierta frecuencia con estas palabras: “¡Yo sé una cosa: que el que la hace, la paga!; Lo he visto muchas veces a lo largo de mi vida”.
Entonces, la lección que se desprende del texto bíblico no puede ser más clara y más solemne y, nunca mejor dicho, tal y cómo dijo el Apóstol Pablo siglos después: “Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros (…) Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1ªCo.10.6,11).
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