Brianda de Mendoza y los alumbrados

Doña Brianda de Mendoza y Luna, hija del segundo duque del Infantado don Iñigo López Mendoza y de doña María de Luna, la consideramos representativa del movimiento alumbrado y como elemento distintivo de clase social alta.

26 DE NOVIEMBRE DE 2007 · 23:00

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Entre los muros del palacio de los Mendoza en Guadalajara, tanto en los salones y despachos como en las cocinas, aparecían personajes de elevada piedad. Los principales eran Isabel de la Cruz y Pedro Ruiz Alcaraz que trabajaba en el palacio como contador de oficio y era hijo de un panadero de familia conversa, pero también estaban María de Cazalla, hermana del obispo fray Juan de Cazalla antiguo capellán de Cisneros, y su esposo Lope de Rueda, destacado burgués arriácense y Rodrigo de Bivar cantor del duque y sacerdote. Desde este noble lugar, se fue extendiendo la nueva espiritualidad a otros palacios como el de Pastrana y llegando a la misma Universidad de Alcalá, donde contarán entre sus devotos a Bernardino Tovar. Los conventos y núcleos franciscanos añaden personajes como fray Diego de Barreda propagador del alumbradismo en Cifuentes, fray Francisco Ortiz en Pastrana formará un grupo de clérigos y laicos como la familia de los Jiménez, Gaspar Bedoya y Alonso López Sebastián, al lado de los clérigos Olivares y Villafaña. Todo un hervidero de espiritualidades nuevas e intuidas desde raíces conversas en muchos casos y desde aptitudes como las del duque Diego de Hurtado, de resaltada piedad entre las filas alumbradas, que se salvó del escándalo del proceso inquisitorial por haber muerto “y que era el duque gentil e que creía que estaba en lo de la salvación general con lo de Lutero e que no desconformaba en sentirlo”. Pero entre la nobleza, dentro de la cual estaba la sobrina del duque Diego Hurtado, Mencía de Mendoza, marquesa de Zenete que recibía las lecciones de Juan Maldonado(1) por 1534 y se marcharía a los Países Bajos para conocer a Erasmo, también servía en este palacio, Petronila de Lucena, hermana de Juan del Castillo, de reconocida piedad evangélica. Brianda de Mendoza es conocida por su piedad evangélica, como puede verse en el proceso de María de Cazalla. Fundó en el gran caserón heredado una comunidad de beatas de la tercera Orden franciscana que sería autorizada por el Papa Clemente VII en 1524. Le añadiría un colegio de doncellas y una iglesia, convirtiéndose, después de Trento XE "Trento" , en convento de monjas franciscanas albergando gran número de personas de la aristocracia alcarreña. Brianda era de carácter fuerte y por lo que dice el biógrafo de Guadalajara, Francisco Layna y Serrano, era “detallista y precavida que se muestra en su testamento y fundación de la Piedad, puédese afirmar que fue mujer sesuda, reflexiva, enérgica y perseverante”. Después de la muerte de su madre en 1506, Brianda se dedica a transmitir los nuevos modelos de espiritualidad interior y el ideal erasmista en el que se incluía el estudio de la Biblia, sin excesivos rigores ascéticos por lo que se consideraba una piedad aliviada. En la última de las “Constituciones” dadas para su beaterio dice: “Asi mesmo porque más agradable es al Señor la obediencia que el sacrificio, quiero y es mi voluntad que siempre estaréis a la obediencia de los perlados de la orden del glorioso padre Sant Francisco con tanto que ellos os guarden y conserven estas mis ordenaciones y tengan mucho cuidado como se cumpla todo lo por mi ordenado en mi testamento y cobdicilio acerca desta mi institución y fundación y os favorezcan y ayuden en todo lo que es sano os fuere, no os quebrantando cosa alguna de lo por my hordenado”. Cfr. Constituciones, ff. 4-5. Parece claro que conocía bien Brianda de Mendoza en lo que daban los “sacrificios” que muchas veces ocultaban el verdadero espíritu de la Orden franciscana y para no olvidarlo mandó la lectura de las Constituciones, en el comedor, dos veces al mes. Es la interioridad la espiritualidad de Brianda, que supera los actos exteriores y donde el concepto paulino del amor de Dios hacia el hombre puede encontrar con el erasmismo y el Evangelio el final de sus inquietudes. Está entroncada con la de María de Cazalla a la que Brianda fue de “testigo de abono” en 1533 ante la Inquisición, acompañada de su cuñada María de Mendoza y las criadas Leonor Mexia y Juana Días de la Sisla, con Mencía de Mendoza también pariente y seguidora del Evangelio. Testimonios de aquellos días, hacían diferencia entre los conventos en los que “non se que les veza ni que Dios hay allí”, y aquellos lugares de reunión y vida donde existía el deseo profundo de amar a Cristo crucificado y no “obedecer a un madero que le dan por rey”. María de Cazalla y Brianda para algunos autores son como las dos caras de una misma moneda, por la visión de desastre y liviandad en los conventos que ellas recorrían y por la concepción evangélica de la espiritualidad. Dirá Brianda en una de las reglas constitucionales del beaterio: “Por ende por virtud de la dicha facultad apostolica a mi concedida considerando che el servicio de Nuestro Señor y maestro Jesús Cristo no se aumenta tanto con la mucha estrechura y aspereza corporal quanto con el exerciciodelas virtudes ynteriores y en la umildad y charidad y paz de entresi mismas y en servir a se mismo Señor de puro corazón en qual se sirve más con la mortificación de los vicios que con el afliximiento demasidado de la carne”. El servir a Dios no se hace con estrechas y ásperas mortificaciones del cuerpo “afliximiento de la carne”, sino con el ejercicio de lo bueno y de la virtud: humildad, amor y paz. Esto suponía toda una revolución de la piedad que mezclada con elementos de ocho siglos de musulmanes, cinco y medio de Judíos y quince de tradición cristiana, habían creado un cóctel de superstición difícil de erradicar. Una de las características de los “alumbrados recogidos” puede verse en la piedad que formulan las Constituciones y Ordenanzas de doña Brianda: “Oración, según dize sant Bernardo, es mensagero fiel e conoçido en la corte zelestial que por siertos caminos sabe penetrar los actos y por mostrarse ante el rrey de la gloria y nunca vuelve sin traer soccorro de gracia espiritual a quien la envia, ordeno y mando que todas las religiosas tengan un quarto de oración sancta en el coro”; “(...) Con especial cuidado travajais en el aprovechamiento espiritual y todas las religiosas seais obligadas cada noche en el coro adonde pudierades de os recoger dentro de vosotras y examinar vuestras conciencias y mirar en lo que en aquel dia aveis ofendido al Señor”. La invitación al recogimiento, de encontrar el rostro de Dios en la oración mental que nunca vuelve “sin traer socorro” y gracia, pues era necesario que “El ofiçio divino siempre se diga en el coro devotamente ansy de noche como de dia en tal manera que antes del principio de las oras todas las religiosas(...) vengan al coro para aparejar los corazones al Señor el qual se deleyta mas en la debocion del corazon que no el el sonido de la boz y estén con todo sosiego sin rruido apartadas del rriso y banos acatamientos en silencio y paz con devida gravedad (...)las que supieren leer digan el ofiçio divino segun la costumbre de los frailes menores y las que por alguna causa no pudieren dezir por el breviario las oras digan las por paternostres (...)”. En los testamentos y órdenes de doña Brianda no solo se trasluce el deseo de una piedad de “sentimientos interiores” y recogimiento, sino que se traducía en hechos prácticos de misericordia hacia los necesitados. No solo permitía que entre las beatas y doncellas se escogiese en primer lugar a sus criados y trabajadores de la casa los Mendoza, sino que estaba muy preocupada por la piedad, que discurría entre el círculo de Isabel de la Cruz y Alcaraz y María de Cazalla condenada por luterana. Su clausura no suponía sujeción a leyes sin sentido, sino que era “clausura no embargante”, un régimen al servicio de la vida espiritual que ella mantenía en una “plácida ambigüedad.”
1) “Marcel Bataillon saca a debate algunos sabrosos textos acerca de estado del clero español, entre otros, los que extrae del Pastor Bonus del erasmista Maldonado, al que le gustaba recriminar a los tribunales eclesiásticos, en herir con su verba (como mas tarde haría Calvino) a los "delicados protonotarios", o en describir, en una página rebosante de ingenio, la jornada de un prelado noble. Pero esto nos aparta de lo que se trata de explicar en realidad: es decir, el enorme impulso del espíritu evangélico, que se inicia ya en el siglo XV; el más formidable que conociera la Iglesia después de sus últimas crisis institucionales; más aún, el más formidable que haya conocido jamás, sin precisiones restrictivas; el mas difundido entre las masas, laicas y eclesiásticas”. De Maldonado son Los “Eremitae” origen de la picaresca española en la que tanto tiene que ver en la producción literaria de los protestantes españoles.

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