Arica, Chile
25 de noviembre

Despierto completamente helado, tras soñar con un desierto de sal. En el sueño, la sed apretaba, y sólo podía ver cómo se agrietaba el suelo blanco, lúcido. El desierto de sal me impedía abrir del todo los ojos. Ante la eternidad pasa lo mismo."/>

Rocas antigravitatorias

Arica, Chile
25 de noviembre

Despierto completamente helado, tras soñar con un desierto de sal. En el sueño, la sed apretaba, y sólo podía ver cómo se agrietaba el suelo blanco, lúcido. El desierto de sal me impedía abrir del todo los ojos. Ante la eternidad pasa lo mismo.

30 DE MAYO DE 2009 · 22:00

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Despierto, y el sol brilla. Aquello pasó en Bolivia. O en la Bolivia idealizada de mis sueños. Ya casi no la recuerdo. Se deshace cuando trato de dar consistencia a los restos del pasado reciente. Se descascarilla como una piedra descompuesta, como un jarrón de arcilla sin cocer. El recuerdo empeñado en aparecer, es un complicado privilegio, un arma de doble filo, una carga de la que cuesta desprenderse. Despierto de nuevo. El sol sigue alto, majestuoso, antes de decidirse a lanzarnos rayos oblicuos. Vuelvo a pensar en Bolivia, la que ya he dejado atrás. Un lugar que anticipa los raros fenómenos de Chile. Prefigura las largas llanuras interminables con sus desiertos de sal, su fauna imaginativa, sus paisajes en los que todo puede ocurrir. Ejemplo: explanada salvaje sin cactus; rocas enormes, suspendidas en el aire, con un cordón umbilical fosilizado que se adhiere a la tierra con todas sus fuerzas. Y
 
esas rocas antigravitatorias poseen las más hermosas y feroces formas. Una mano agarrando el viento que la deformará; un corazón encogido; capas de anillos; rostro bostezando. Todo puede suceder en esta parte del mundo. Así son las caminatas del peregrino, sediento y cabezota, concienzudo analista de lo que le rodea, incansable cúmulo de errores pequeños. Errores como volver al pasado amanecido a duras penas, errores como dejar de mirar al norte. Errores como ver demasiadas metáforas, o no ver ninguna de ellas. El despertar se produce una vez más con los rayos oblicuos. Pronto invisibles. Ahora ya no pienso en Bolivia, sino en el calor que hace aquí, y en lo que me duele la cabeza. Imagino cómo sería una de esas rocas antigravitatorias intentando imitar un dolor de cabeza. Sería como un amasijo de fragmentos arrancados a la vida, con multitud de formas en punta, siempre fijas a la tierra. Hoy me cuesta especialmente ponerme en pie, recoger la mochila y sobre todo despertar. Es en la eternidad antigravitatoria donde ya el cansancio dejará de ser, donde el pasado dejará de ser también. Bostezo como el rostro pétreo, inmortal, sediento y cabezota, cúmulo de despropósitos para este mundo impío. Enmudezco ante la visión de esas rocas, imposibles de ser moldeadas por la casualidad, por la forma en que se arrastran por el suelo como metáforas. No veo más que metáforas, cuando quizá debería dejar que la eternidad me complete. Pero mientras estoy aquí. Soy roca antigravitatoria de metáforas con brazos en púas, y dolor de cabeza. Quisiera quedarme inmóvil, fosilizado, en el regazo del Creador de Imposibles. Sediento por la sal, por culpa del recuerdo traidor. Chile me espera con sus raros fenómenos, cabezota e inmortal. Quisiera ver nubes tan blancas, tan lúcidas como ese desierto de sal. Mañana será otro día.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tierras - Rocas antigravitatorias