Luces y sombras de la globalización

El proceso de globalización que se está dando hoy en el mundo tiene dos caras bien distintas como las monedas con que se comercia. Su parte más luminosa sugiere que el desarrollo de las comunicaciones ha reducido el planeta a una especie de “aldea global”, según palabras de McLuhan (1990), en la que las distancias y las fronteras, naturales o políticas, ya no son capaces de separar a los hombres. Cada vez es más fácil conversar y relacionarse con quien vive a miles de kilómetros de distancia por

18 DE NOVIEMBRE DE 2006 · 23:00

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El planeta se ha hecho pequeño y ésto puede contribuir (¿por qué no?) a que sus habitantes se sientan más cerca los unos de los otros, a que la proximidad haga florecer también el respeto a la “projimidad” de que nos habla la Biblia. Cabe la esperanza de que al reducirse la distancia física quizá disminuya también la distancia afectiva y aumente la solidaridad o el entendimiento entre los seres humanos. Si la globalización sirve para unir a todas las naciones de la tierra en oposición a la injusticia o a los crímenes contra la humanidad que se siguen cometiendo al amparo de la jurisdicción de ciertos paises, entonces será un proceso especialmente beneficioso para todos. Cuando las fronteras nacionales ya no puedan impedir que el derecho internacional humanitario o la conciencia de la humanidad las traspasen para hacer justicia y acabar con todo aquello que compromete la supervivencia de los pueblos, entonces se habrá dado un paso importante hacia la verdadera mundialización. Al parecer, en eso estaríamos, según opinan algunos. No obstante, resulta paradójico que uno de los inventos que más ha contribuido a la globalización, haciendo más fáciles y fluidas las comunicaciones por todo el mundo, sea precisamente un plan pensado para la guerra. El famoso y práctico Internet surgió en la década de los sesenta para evitar una posible destrucción soviética de los sistemas de comunicación norteamericanos en caso de guerra nuclear. El Servicio de Proyectos de Investigación Avanzada del Departamento de Defensa estadounidense (DARPA), elaboró este ingenio formado por miles de redes informáticas autónomas que pudieran conectarse de muchas maneras distintas para saltarse así todas las posibles barreras electrónicas interpuestas por el enemigo. Sin embargo, como ha ocurrido tantas veces, lo que fue diseñado para tiempos de guerra ha contribuido a revolucionar sobre todo el tiempo de la paz. Si en 1996 sólo existían alrededor de veinte millones de usuarios de Internet en todo el mundo, sólo cuatros años después esta cifra se elevaba a trescientos millones y en la actualidad su uso pacífico sigue creciendo. No cabe duda de que esta tecnología digital que permite empaquetar mensajes, sonido e imágenes para trasladarlos de un continente a otro a la velocidad de la luz, constituye hoy por hoy uno de los principales pilares que sustenta el edificio de la globalización. Y aquí cabe una pregunta de carácter teológico, ¿endereza Dios los caminos torcidos del hombre o debe ser el propio hombre quien tiene que cambiar de actitud? Las palabras divinas recogidas por el profeta Jeremías en el Antiguo Testamento y dirigidas a un pueblo rebelde recuerdan que el creador sigue teniendo en sus manos el destino del hombre pero que, a la vez, desea que éste aprenda a mejorar sus caminos y actúe de forma responsable. “Así ha dicho el Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en este lugar. No fiéis en palabras de mentira, [...] Pero si mejorareis cumplidamente vuestros caminos y vuestras obras; si con verdad hiciereis justicia entre el hombre y su prójimo, y no oprimiereis al extranjero, al huérfano y a la viuda, ni en este lugar derramareis la sangre inocente, ni anduviereis en pos de dioses ajenos para mal vuestro, os haré morar en este lugar” (Jer. 7:3-7). Dios continúa teniendo poder hoy para hacer que las “espadas” diseñadas por el ser humano con el fin de matar se conviertan en “rejas de arado” capaces de sustentar la vida, y para que las “lanzas se vuelvan hoces” susceptibles de cortar el trigo vital, como escribió Isaías (2:4) hace casi 28 siglos. Pero su voluntad es ante todo que cada persona le descubra, aprenda a caminar en sus caminos, se arrepienta de su rebeldía espiritual y, a través del sacrificio de Jesucristo se ponga en paz con Dios, empezando a vivir con justicia y responsabilidad. En tanto en cuanto la globalización contribuya a esta transformación de lo bélico en lo pacífico y facilite la comunicación del mensaje de Jesús para este cambio integral profundo del ser humano, será posible reconocer que los posibles beneficios de tal proceso no son únicamente de carácter informativo o económico sino también humano, espiritual y solidario. Desde luego, sería poco sensato cerrar los ojos a la realidad de que el proceso globalizador, bien llevado, puede tener muchas consecuencias positivas para la humanidad en general. Al eliminar las fronteras entre las naciones y facilitar los intercambios de todo tipo de bienes y personas, los países pueden enriquecerse a todos los niveles. Actualmente ninguna nación es capaz de aislarse del resto del mundo y pretender subsistir de manera autosuficiente, generando ella misma todos los productos que necesita para seguir funcionando adecuadamente. La permuta o el canje de bienes materiales, así como la compra de aquello que el propio país no produce, es hoy esencial para el buen funcionamiento de cualquier sociedad o estado moderno. De ahí que la especialización en la obtención de determinados artículos, junto a la competencia económica entre los mismos, sea tan provechosa en el mundo actual, ya que fomenta la creatividad, la renovación, la creación de riqueza y contribuye a un mayor desarrollo de los pueblos a todos los niveles. Esta nueva economía de la globalización que se ha desarrollado en el último cuarto del siglo XX se basa principalmente en el conocimiento. El éxito de las actuales empresas globales depende sobre todo de su capacidad para generar y aplicar con eficacia la información que poseen. Si antes se producía y consumía a escala local o en áreas muy restringidas, hoy los diferentes productos no sólo circulan por todo el mundo, sino que también el capital necesario, así como la mano de obra, las materias primas, las fábricas y los mercados están a su vez organizados a escala global. La nueva economía que impera en el mundo actual es una economía capitalista interconectada y, por tanto, mucho más eficaz que sus predecesoras. Las mejores esperanzas puestas en este proceso globalizador auguran que finalmente todo el mundo acabará beneficiándose, ya que se reducirá la pobreza y la prosperidad irá de la mano del desarrollo de la democracia por todo el mundo. Sin embargo, esta nueva economía no está exenta de sombras y peligros. La realidad muestra que su expansión por todo el planeta se está realizando de manera desigual. Ciertos países y regiones, como muchos del continente africano, están quedando excluidos de tal proceso por culpa de su particular situación política, del comportamiento de sus instituciones o de otros muchos factores internos y externos. Además el riesgo de crisis financieras con efectos desastrosos para la sociedad supone también una amenazante realidad incluso para los países que se benefician de la economía global. Existe a la vez el peligro de que la famosa aldea global se convierta en una especie de fábrica gigantesca, con sus amos capitalistas (Estados Unidos), sus encargados supervisores (los países del Norte) y muchos obreros que hagan todo el trabajo (el resto de los países del mundo). Por eso hoy muchas personas manifiestan su miedo y se oponen a todo aquello que lleve la etiqueta de la globalización.

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