Cuando Dios me vio tocando ante Él ¡Adoración verdadera!

¿Qué tienes para ofrecerle al Rey de la Gloria qué nació en un pesebre en esta Navidad y sea cual sea tu situación?

28 DE DICIEMBRE DE 2019 · 21:00

Imagen de M W en Pixabay ,
Imagen de M W en Pixabay

Cuando estamos en tiempos de Navidad, quiero utilizar lo que celebramos en estos días para llevarlo a uno de  los temas que más me tocan, y que deberían estar presentes cada día de nuestra vida…. ¡La preciosa y verdadera adoración!….

“La alabanza es el ensayo de Nuestra Canción eterna, por gracia aprendemos a cantar, y en gloria seguimos cantando.” – Charles Spurgeon 

“Nunca debemos descansar hasta que todo dentro de nosotros adore a Dios.” – AW Tozer

“Un líder de alabanza sabe que hizo bien su trabajo, cuando termina la reunión y la gente no lo felicita por la forma en la cual cantó y dirigió la alabanza, sino porque nadie puede levantarse pues siguen conectados con Dios”- Pedro Abiú

“Dios nos ama a cada uno de nosotros como si solo existiera uno de nosotros, así deberíamos adorar a Dios como el único Dios verdadero”.  Agustín de Hipona.

“Cuando Dios me vio tocando ante Él, me sonrió...”

                                                                El niño del tambor

El nono del tambor, el niño del tambor, o en nuestra tierra, el tamborilero es un villancico popular y tradicional de origen checo que fue traducido libremente al inglés en 1941 por Katherine Davis, y llega hasta nuestros días.

El villancico original, cuenta y canta la historia de  un Mago qué invita a un niño a la escena del nacimiento de Cristo. El problema es que el chico, lo único que tiene es un tambor, un tambor gastado y viejo. Era lo único que tenía, su tambor y su talento… Lo único!! No tenía nada más….. Se sentía acobardado, no tenía nada más para ofrecerle.

Cuenta la vieja historia qué el Mago le animo a ir hasta el pesebre, acercarse a la cuna de paja y comenzar a tocar. Entonces el niño dijo: “Interpretaré para Él, mejor qué nunca”

Todo esto es una leyenda popular, pero me parece muy hermosa y me encanta la frase del final del villancico que os he puesto al principio…. “Cuando Dios me vio tocando ante Él, me sonrió”.

Llega una época muy especial del año en la que recordamos de modo bonito el nacimiento del Salvador; aunque mucho distorsionan demasiado su significado y dejan de lado lo más importante, haciendo que quien tendría que estar en el centro sea sustituido por muchas otras cosas que no se pueden comparar al verdadero significado de la Navidad.

Cuando hablamos de adoración, no puedo evitar que lo primero que venga a mi mente sea el precioso personaje bíblico de Job. Alguien tan justo, recto y qué amaba tanto a su Señor que se produce una lucha en las esferas celestiales a causa de él.

Dios le da permiso a Satanás para darle una y otra vez hasta donde Él le permite, sólo hasta ahí. Pero son pruebas durísimas que van de más a más y Job no entiende absolutamente nada de nada.

Me encantan las tres maneras, en tres momentos de su vida bien diferentes y como Job adora, siempre adora: aunque de un modo bien distinto.

 Al principio, cuando todo le iba bien, tenía riquezas, preciosos hijos y demás, siempre levantaba altares de adoración a Dios: “Y se levantaba de mañana y hacía holocaustos…. De esta manera lo hacía todos los días..” Job 1: 5.

Cuando comienzan a llegar los horrores uno tras otro, era tan fácil renegar de Dios…… Pero en los dolores más profundos de su vida, sin hijos, sin bienes, al lado de una mujer que llega a decir la Biblia que “…. Su aliento era extraño a su paladar”, Job sigue adorando y dice: “¿Qué? recibiremos de la boca de Jehová el bien y el mal no  lo recibiremos?”.

Pero Satanás va ahogándolo cada vez más y Job no entiende nada Cuando ya no puede más y está rascándose con una teja sobre el basurero de la ciudad con falsos amigos, solitario por dentro y siguiendo sin entender nada de nada, vuelve a decir. “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo…. En mi carne he de ver a Dios…” Job 19: 25-27.

Y todo va in crescendo, cualquier otro hubiera negado a Dios mucho antes, pero este precioso hombre no cesa en su adoración y su confianza hasta límites insospechados en el Dios de todo su ser.

Cuando llega el momento en el qué el Señor dice, ¡¡basta Satanás!! Y Job es restaurado muchísimo más qué al principio… Job sigue adorando, pero esta vez de un modo que toca mi alma profundamente: “De oídas te había oído; Más ahora mis ojos te ven” Job 42: 5.

¡Me fascina esta historia! Y no encuentra otra en las Escrituras que me puedan ilustrar de mejor modo la adoración de una persona que vive y ama profundamente a su Señor, pase lo que pase, sea lo que sea y aún cuando no entienda nada.

¡¡Por supuestísimo!! Cada vez que adora lo hace de un modo distinto, tal como era su situación. Pero creo que esa adoración final tiene un valor impresionante, es la adoración de alguien qué ha conocido las pruebas más profundas y que no ha sucumbido ante ellas. Cuando sale a flote y mira hacia atrás y observa toda la situación y ve el camino recorrido. Solamente puede decir… ¡¡Pero Señor..... Y yo creía qué te conocía!! Esa es la verdad más preciosa y profunda de una vida probada, bien probada y de un amor y una fe confirmados….. ¡¡Más ahora mis ojos te ven!!

Y volviendo al niñito del tambor, ¡pobrecito mío! No tenía absolutamente nada más qué su tambor y su talento, pero lo mejor que tenía, fue para Dios, ¿la recompensa? La maravillosa e inconmensurable sonrisa del Eterno, lo más preciado del mundo.

¡Sí! Ya sé qué es sólo un villancico y una fábula, pero lleva en su seno auténticas verdades bíblicas.

¿Qué tienes para ofrecerle al Rey de la Gloria qué nació en un pesebre en esta Navidad y sea cual sea tu situación?

Yo no sé qué vas a hacer tú. Te aseguro que lo qué es yo, simplemente tomaré “mi viejo tambor” Tocaré para Él lo mejor qué pueda y, simplemente esperaré Su preciosa sonrisa, ¡ese será el mejor regalo para mí!

“EL SEÑOR ESTÁ EN MEDIO DE TI, PODEROSO, ÉL SALVARÁ; SE GOZARÁ SOBRE TI CON ALEGRÍA, CALLARÁ DE AMOR, SE REGOCIJARÁ SOBRE TI CON CÁNTICOS”

                                                                SOF. 3: 12.

 

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