Plutarco Bonilla: la Biblia en una mano, el periódico en la otra

La predicación verdaderamente expositiva requiere leer, leer y leer. Y leer no solo la Biblia. Leer lo que otros han escrito sobre los textos de los cuales uno quiere predicar

20 DE JULIO DE 2014 · 22:00

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	Plutarco Bonilla en Salamanca / J. Alencar</p>
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Plutarco Bonilla en Salamanca / J. Alencar

Hoy cruzamos el charco para entrevistar a Plutarco Bonilla Acosta (1935), residente en Costa Rica. Bonilla hizo estudios superiores y doctorales de teología, filosofía y lengua griega en el Seminario Bíblico Latinoamericano (San José), en la Universidad de Costa Rica, en el Princeton Theological Seminary, en la Universidad de Atenas y en la Universidad Complutense de Madrid. Hace poco, en Salamanca, fue galardonado con el premio Jorge Borrow de Difusión Bíblica 2014. También ha sido profesor (de Griego, Teología Sistemática y Nuevo Testamento), decano académico y rector del Seminario Bíblico Latinoamericano (San José), además de ser profesor visitante o conferenciante en prestigiosas universidades y profesor de homilética en varias instituciones bíblico-teológicas y en talleres en varias partes de América Latina y España. Bonilla también fue consultor de traducciones de las Sociedades Bíblicas Unidas y Presidente de la Alianza Evangélica Costarricense (1964-1968). Sus libros son “Los milagros también son parábolas” (Miami, 1978) y“La contextualización de la teología wesleyana” (San José, 1988), y ha publicado más de dos centenares de ensayos en revistas de América Latina, Estados Unidos y España. Entre sus escritos filosóficos están: "El concepto paulino del logos"; "Fe y Razón"; "Hegel y la teología"; "Grecia: cuna de la cultura occidental", etc. Con relación a sus ensayos sobre Biblia y teología, aquí citamos algunos: "Diáspora y evangelización"; "Hacia una teología de la comunicación"; "La mediación del prójimo en la oración"; "Educación teológica y unidad de la Iglesia"... Pregunta.- ¿Es necesaria una formación básica para poder predicar? Respuesta.- Para prácticamente todo en la vida se necesita una preparación básica. Pero quizás deberíamos hacer algunas distinciones. Previo a ello, no obstante, quisiera dejar sentado un punto muy importante en nuestro contexto: el propio Jesús no “se atrevió” –permítaseme la expresión– a lanzarse a su ministerio, que incluía la predicación, sino hasta cuando ya era bien mayorcito. Según el Evangelio de Marcos, lo primero que hizo Jesús, después de vencer la tentación, fue “anunciar el reino de Dios”. Y después de llamar a sus primeros discípulos, “se fue a la sinagoga y comenzó a enseñar” (1.14 y 21). Y luego entrenó a sus discípulos durante, por lo menos, tres años (entrenamiento que incluía práctica de predicación), antes de dejarlos solos (aunque no del todo, pues les envió su Espíritu). La inmensa mayoría de las poblaciones cristianas se encuentran en las ciudades. Esa ha sido la táctica evangelizadora siempre, y puede verificarse en el libro de los Hechos (que comienza en Jerusalén y termina en Roma). Los centros urbanos han sido, también, los lugares donde suele concentrarse el núcleo poblacional con más educación formal. Y si de veras los predicadores cristianos quieren alcanzar a la gente de esas urbes, deben tener tal formación que les permita responder a las exigencias de esa misma población. Ahora bien, existen las zonas rurales y... los cinturones de miseria alrededor de las grandes urbes... incluso en los países más desarrollados. ¿Significa eso que los responsables cristianos de proclamar el evangelio en esos lugares no necesitan “tanta” preparación? Todo lo contrario, porque hay que prepararse para estar en capacidad de penetrar en el alma de esas poblaciones. La pregunta habla de “preparación básica”. Habría que definir qué se entiende por “básica”. Pregunta.- Se está hablando mucho de la Predicación Expositiva. ¿Es que es un método nuevo o estamos hablando de la predicación de toda la vida...? Respuesta.- Cuando uno lee los manuales de predicación, encuentra en ellos que se habla de diversos tipos de “exposición sermonaria” (como dicen algunos): textual, temática, biográfica, narrativa, expositiva. Personalmente considero que la predicación más auténticamente cristiana es la predicación expositiva. He usado el adverbio “más” a propósito, pues hay otras formas de predicación que no pueden ser descalificadas. Pero ¿qué es la predicación expositiva? Voy a expresarlo de forma algo gráfica: es tomar un texto de la Biblia (y aquí “texto” no significa versículos sueltos, en el aire, sin contexto), pelear con ese texto usando todas las “herramientas” que uno tenga a mano (materiales o personales) y no soltarlo hasta que ese texto nos dé su bendición. Cuando se ha logrado, se tiene la materia prima de la predicación expositiva. Luego se organiza y se expone a la congregación a la que se va a predicar (aunque el predicador nunca debe olvidar que el primer oyente de su predicación es él mismo). Como las bendiciones del texto son muchísimas (por ser palabra de Dios), pueden predicarse muchos sermones con base en el mismo texto. Todo eso requiere, como solía decirnos uno de nuestros profesores en el Seminario, estar dispuestos a “quemarnos las pestañas” (aunque quizás muchos hoy no entiendan esta metáfora), pues si se toma en serio requiere mucho trabajo. Esta predicación expositiva no es nueva, ni tiene una sola forma, ni ha sido “la predicación de toda la vida”. De hecho, en la iglesia de la que soy miembro no he escuchado una predicación expositiva en años. Pregunta.- ¿Se han alejado los predicadores modernos de este tipo de predicación? Respuesta.- Hoy predomina otro tipo de predicación, que no requiere tanto trabajo. Se escoge un tema, se elabora, con la ayuda de una concordancia se busca unos cuantos textos bíblicos para “engalanarlo” y se expone. La predicación verdaderamente expositiva requiere leer, leer y leer. Y leer no solo la Biblia. Leer lo que otros han escrito sobre los textos de los cuales uno quiere predicar. Cuando visito la casa o la oficina de algún pastor, y si se me ofrece la ocasión sin ser imprudente, una de las cosas que hago es esculcar en su biblioteca para ver qué libros tiene. Siempre me da mala espina cuando lo que veo (y lo he visto muchas veces) son libros de autores que creen lo mismo que el dueño de esa biblioteca. Así no se crece realmente. El predicador tiene que confrontar sus ideas con las ideas de los que ven la realidad de distinta manera e incluso con los que no creen como él. Si no, ¿cómo va a responder a sus objeciones? ¿Cómo va a crecer él mismo? En cierta ocasión me tocó hablar a un nutrido grupo de pastores de San José, la capital de Costa Rica. Como intento de explicar el sentido de “y se sentó” (en Mateo 7.1), pregunté a los presentes qué enseña la Iglesia católica sobre la infalibilidad del papa. (La mayoría si no todos los presentes procedían de dicha iglesia). Me dieron varias respuestas... y todas ellas erróneas. Les dije que cuando uno quiere entrar en diálogo con personas de otras creencias, lo primero que tiene que hacer es leer lo que dicen los de esas otras creencias. No se trata de leer lo que un evangélico dice que creen, por ejemplo, los Testigos de Jehová. Hay que leer lo que estos dicen de sus propias creencias. Pregunta.- Si tuviese que realizar una radiografía acerca de este aspecto en su país, y en el resto de países de América Latina, ¿cuál sería su diagnóstico? Respuesta.- Permíteme mencionar primero los síntomas: en casi todas las predicaciones que escucho, los sermones se caracterizan, entre otros aspectos, por incluir la cita de muchos (a veces, muchísimos) versículos bíblicos. Los predicadores suelen, incluso, dar las referencias... como si no supieran que un minuto después ya ninguno de los presentes recordaría tales referencias. Un sermón no es bíblico por la cantidad de versículos que el predicador pueda mencionar o recitar de memoria. Es bíblico cuando al texto base del sermón el predicador “le saca el jugo” (o sea, la bendición de que hablamos antes). Otro síntoma que he visto repetido es que las lecturas bíblicas que se leen a la congregación no tienen nada que ver con el sermón. He estado presente en cultos en los que el predicador, al comenzar, lee un pasaje bíblico y... en el sermón se olvida de él, o lo menciona una vez o menciona solo una palabra de todo el pasaje. Me parece que en esos casos se está usando el texto bíblico como “relleno” o “excusa”. El tercer síntoma que percibo es que una gran mayoría de los predicadores que he escuchado no hacen verdadera exégesis bíblica (o quizás no sepan cómo hacerla). La consecuencia es que le hacen decir al texto lo que el texto no dice. En mi propia iglesia he tenido que morderme la lengua, porque a veces le he dicho a quien está a mi lado: “eso no es lo que dice el texto”. El diagnóstico, en términos generales, pues hay honrosas excepciones, es triste: En la predicación en las iglesias protestantes no hay un conocimiento verdadero y profundo del texto bíblico; no hay creatividad en la exposición, porque, al parecer, somos incapaces de relacionar el texto bíblico con nuestra realidad; hay una especie de camisa de fuerza “teológica”, por lo que la teología del grupo prima sobre el propio texto bíblico; se revela una manifiesta incapacidad de ver el mensaje de la Biblia en su conjunto, por lo que se echa mano de los textos bíblicos (aislados) que apoyan las ideas que el predicador quiere exponer y se dejan de lado otros textos que le servirían de balance. Además, predomina la interpretación literalista de la Biblia, incluso en temas delicados, sin percatarse que en esa interpretación literalista se cae en contradicciones. En mi opinión, lo anterior representa una de las explicaciones (no la única) del auge que ha tomado el canto (aunque esa palabra resulte, en algunos casos, demasiado “grande”) en detrimento de la palabra (es decir, de la palabra de Dios). Es preferible cantar a estudiar la palabra. ¿O quizás sea que la predicación de la palabra no satisface...? Pregunta.- Cuando se prepara una exposición, ¿es importante conocer y entender el contexto donde están insertos los oyentes, conocer sus desafíos, sus problemáticas? O una exposición surge del criterio personal del predicador. Respuesta.- La última parte de esta pregunta sería, si así se pensara –y perdóname la franqueza–, un soberano disparate. El predicador cristiano se sube al púlpito a proclamar la palabra de Dios, no su propia palabra. A veces circulan entre nosotros “ideas que hacen moda”. Una de ellas, de la que, hasta donde sé, ya se habla poco, es la que sostenía que en el griego del Nuevo Testamento se hace diferencia entre “logos” y “rhema”, y de esa supuesta diferencia se pretendía hacer un andamiaje teológico para justificar lo injustificable. Era otra manera de poner la palabra humana por encima de la palabra de Dios. En cuanto al contexto: el predicador tiene que conocer el doble contexto. Primero (aunque esto no representa orden cronológico) el contexto del texto. Este no se limita al contexto literario. También debe tomar en cuenta el contexto histórico, social, político, cultural y religioso. Y luego tiene que analizar, desde las mismas perspectivas, al contexto del pueblo al que le habla. En parte eso quería decir Karl Barth cuando afirmaba que el cristiano tiene que tener la Biblia en una mano y el periódico en la otra. Por eso mismo, en mis clases, cuando me ha tocado enseñar cursos de predicación, exigía que los estudiantes tenían que leer, como requisito, al menos una novela de alguno de los escritores más conocidos de sus propios países. Porque más que en los libros teóricos de psicología, el alma de un pueblo se des-vela en la novelística de ese pueblo (y a veces, hasta en las “novelas rosa”). Pregunta.- ¿Debe ser el predicador el primero en entusiasmarse, apasionarse, por el mensaje a exponer? Respuesta.- Cecilio Arrastía, el predicador cubano a quien considero el más sobresaliente orador evangélico latinoamericano del siglo 20, me dijo una vez: “Plutarco, el mensaje que no es digno de predicarse una segunda vez, no fue digno de que se predicara la primera”. (Por cierto, sus sermones siempre fueron expositivos). Remedando su dicho, responderé a tu pregunta diciendo que el predicador que no es capaz de entusiasmarse con su propio sermón jamás entusiasmará a sus oyentes. Uno tiene que enamorarse apasionadamente de lo que va a predicar... y predicarlo con pasión. Pero “pasión” no significa, como algunos al parecer piensan, gritar, gesticular, brincar en el estrado. He visto predicadores, tanto directamente como en programas de televisión, que más que predicadores parecen payasos de circo (y que conste, que considero que el uso de mimos puede ser un medio eficaz de anunciar el mensaje; pero eso no es la predicación a la que nos referimos). Pregunta.- ¿Escasea el don pastoral cuando se predica o enseña? ¿Se están preocupando los predicadores por inspirar respeto y afecto por parte de quienes los oyen? Respuesta.- Una aclaración previa: la distinción entre “predicar” y “enseñar” no es tanto de contenido, como de método. La predicación que no enseña no es verdadera predicación. La enseñanza en la que los alumnos no participan, no es verdadera enseñanza, sino predicación disfrazada. Esto que acabo de señalar me lleva a otra reflexión: el “lugar privilegiado” que tiene la predicación en los cultos evangélicos, ¿no se deberá al hecho de que en la predicación tradicional el predicador puede decir lo que bien le venga en gana y estar seguro de que nadie le va a replicar? Interrumpir al predicador se considera de mala educación y está mal visto; eso es así, aunque al propio Jesús y a Pedro los interrumpieron en algunas ocasiones... y no hubo ninguna reprimenda. En ese sentido, resulta “más fácil” predicar que enseñar. La pregunta tiene que ver con lo que llamas “el don pastoral”. En mi opinión el “don pastoral”, tal como lo entiendo, va mucho más allá de la predicación en sí. Trataré de explicarlo con unos ejemplos. Tengo un queridísimo amigo que es un excelente pastor. Ha hecho cosas que muy pocas personas (incluidos pastores) harían, como, por ejemplo, lanzarse a una fosa en el cementerio porque, en un descuido, cuando iban a enterrar a una anciana, los encargados de bajar el féretro no coordinaron sus movimientos, el ataúd se volcó y el cadáver se salió. Sin pensarlo dos veces, el amigo pastor se tiró al hueco, con cariño cogió el cadáver y lo colocó en el ataúd. Ese mismo pastor estaba siempre atento a las necesidades de los miembros de su congregación. Y sin embargo, reconoce que no es buen predicador, por lo que, con la anuencia de su iglesia, invitaba con frecuencia a otros a predicar. Ya está jubilado y sigue manifestando un gran “corazón pastoral”. Y se da el caso opuesto: pastores que predican bien o aceptablemente, pero su labor pastoral es casi nula. De estos también podría poner ejemplos. Tendrían que releer Juan 10. Ahora bien, lo ideal es el pastor que, además, es buen predicador (sin que tenga que ser extraordinario), y que incorpora en su predicación su experiencia pastoral. O sea, que la predicación no esté desarraigada de la experiencia cotidiana de la congregación..., como tampoco debe estar desarraigada de la realidad social que viven día a día los miembros de esa comunidad de fe. Mucha predicación es puramente teórica. A veces hay divorcio entre lo que se dice desde el púlpito y la experiencia real de los miembros de la iglesia. Tu pregunta tiene, en su segunda parte, un matiz adicional, en lo que llamas “inspirar respeto y afecto”. Cuando se trivializa la predicación, cuando el predicador no se prepara bien, cuando se hace obvio que trata de manipular a la gente, cuando asume actitudes chabacanas, cuando el predicador asume el papel de director de espectáculo, etc., el propio predicador infravalora su ministerio. Pregunta.- ¿Debe el predicador evaluarse cada cierto tiempo? Si es así, cómo debe llevar a cabo esta evaluación? ¿Debe la iglesia evaluar a sus predicadores? Respuesta.- No conozco ninguna iglesia que haga, de manera sistemática, evaluación de su pastor en tanto predicador. Creo que debería hacerse. ¿Cómo? No sé exactamente, porque casi siempre en la relación entre el pastor y su congregación intervienen factores emocionales que pueden distorsionar tal evaluación. Y respecto de la autoevaluación, tampoco tengo mucho que decir. Sin embargo, tengo una experiencia, de hace muchísimos años, que puede ser valiosa. Comencé a predicar cuando era joven. En aquellos años, en las Islas Canarias, dos jóvenes hicimos una especie de pacto: cuando yo predicaba, él se sentaba en el último banco, papel y lápiz en mano, e iba apuntando lo que consideraba que debía mejorar... o eliminar; cuando él predicaba, yo hacía otro tanto. Después, a veces paseando por la playa de Las Canteras, nos hacíamos los comentarios pertinentes. El problema radicaba en que ni él ni yo habíamos estudiado nada sobre el arte de la predicación... Pero esa práctica a mí me ayudó, pues sin pensarlo conscientemente así fue una manera de evaluarnos. Pregunta.- ¿Se están enfrentando los predicadores del siglo XXI a unos oyentes con una buena preparación bíblico-teológica o de otra índole? Respuesta.- La formación bíblico-teológica en el mundo protestante, y en términos generales, ha adolecido tradicionalmente del defecto de haber sido elitista: los privilegiados eran aquellos grupitos de jóvenes que podían ir a estudiar a un instituto o seminario bíblico. Pero los graduados de esas instituciones al ingresar en el carril del ejercicio pastoral no hacían el puente para adaptar esa formación a las realidades propias de las diversas congregaciones. Como resultado, hasta el día de hoy en muchísimos casos “el pastor es el que sabe”. Y la estructura docente de muchas iglesias acentúa ese elitismo del saber. Los “cultos” a los que más personas asisten son los cultos cuyo centro suele ser la predicación (aunque esta está siendo desplazada por el canto...), y tal predicación no suele ser provocativa, no incita a los oyentes a seguir investigando, ni se le da oportunidad de plantear sus preguntas y exponer sus dudas. No reta. Y la predicación que no hace que la gente piense, tampoco es predicación auténtica. Mientras escribía las respuestas de esta encuesta, hice una pausa y leí el correo electrónico. Me encontré, en la página digital que indico luego, esta afirmación que me llamó la atención: “El desafío más grande que tenemos hoy los que vivimos de las palabras es el de hacer relevante el acto de pensar. No es fácil en una época como la nuestra en la que es cómodo no hacerlo” (de Ilan Stavan, profesor, ensayista, traductor, cuentista y lexicógrafo mexicano; en esta dirección: http://elcastellano.org/noticia.php?id=2451). Los programas de educación teológica por extensión han intentado subsanar esta limitación, pero no han explotado todo su potencial. Por otro lado, la realidad es que la segunda generación de evangélicos está siempre mejor preparada que la anterior. Y la tercera aún más. La mayoría de los pastores no mantienen el ritmo y no pueden hacer frente a las preguntas que traen a la iglesia, para dar respuesta desde la fe. Ya no sirven las “respuestas enlatadas” que a nosotros nos recetaban en nuestra juventud... No debemos olvidar el hecho de que las sociedades modernas no son homogéneas. Allí no existen solo las personas a las que me he estado refiriendo; también están quienes tienen una escolaridad limitada y quienes nunca fueron siquiera a la escuela primaria. A ellos hay que servir, para dignificarlos con el evangelio, para que así mismo crezcan en la fe. Pregunta.- ¿Se le resta autoridad a la Biblia si se admite que está culturalmente condicionada? Respuesta.- ¡Al contrario! Se le resta autoridad a la Biblia cuando se considera que los diversos libros que la componen fueron escritos en una habitación hermética y al vacío, aséptica, libre de toda “contaminación”. La Biblia está condicionada no solo culturalmente, sino también social y políticamente. Compárense, por ejemplo, los relatos de los libros de Reyes con los de Crónicas y préstese atención a las diferencias (que incluyen ausencias) entre ellos. O pregúntese uno por qué (al contrario de lo que dijimos del libro de los Hechos), Jesús, estando en el Sur de Palestina, no inicia su ministerio en Jerusalén, sino que se va al norte, a Galilea. O por qué una misma parábola tiene datos distintos y está colocada en contextos distintos en los diferentes Evangelios. Cuando Dios habla, habla para que lo entiendan aquellos a quienes se dirige. Y ya eso crea un primer problema: el del idioma, pues la lengua que uno habla es lo más cultural que hay. Uno de los problemas que tiene que enfrentar continuamente la exégesis bíblica radica en el hecho de que, en muchísimos casos, no tenemos conocimiento suficiente del contexto sociocultural o religioso que hay detrás de un texto, conocimiento que sí tenían los receptores originales de ese texto. El asunto se complica a causa de la manera como se escribía en la antigüedad. Ya antes señalé el problema que significa, en la predicación, la cita de textos descontextualizados. Es muy común tomar un versículo (a veces ni siquiera completo) y darle un valor absoluto, cuando esas palabras están limitadas por su contexto. Pregunta.- ¿Qué significa la oración para quien expone la Palabra? Respuesta.- La oración debe ser tanto un acto como una actitud. Actos concretos, cuando quien ora se pone en comunión con la divinidad articulando palabras (aunque solo sea en su pensamiento) para exponer ante Dios todo lo que sale del corazón: acciones de gracias, alabanzas, peticiones, intercesiones... Y esto se puede hacer de rodillas al pie de la cama, en momentos separados para ese propósito, o... cuando se viaja en autobús. Pero uno debe desarrollar también una actitud orante, con el corazón abierto a Dios en cualquier situación en que uno se encuentre. Puesto que el predicador debe dar palabra de Dios y no palabra propia, la responsabilidad se acrecienta y debe recurrir, por medio de la oración, al poder del Espíritu, para que de verdad sea Dios quien hable por su medio, consciente siempre de que ni él ni nadie tiene el monopolio de esa palabra. Cuando he tenido el privilegio de predicar, suelo usar antes de iniciar el sermón, en oración brevísima, una combinación de las palabras del Salmo 119.105 y 19.15: “Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Señor”. Pregunta.- Usted es un gran lector. ¿Podría recomendarnos un libro sobre Predicación? Respuesta.- He sido profesor de homilética en varias instituciones bíblico-teológicas y en talleres en varias partes de América Latina y España, pero... de eso hace ya unos cuantos años. Y hace algo menos que esos, regalé mis libros de predicación a uno de mis hijos. Por tanto, confieso que no estoy al día desde el punto de vista bibliográfico. Sin embargo, hay libros que dejan huella y no se olvidan. Recomiendo los textos preparados por Orlando E. Costas, por Cecilio Arrastía y por Pablo Jiménez. Creo en la libertad de expresión. Sin embargo, voy a decirte algo que espero que se entienda como hipérbole (sin olvidar que detrás de la hipérbole hay siempre una realidad): yo tomaría todos los libros que contienen sermones escritos y haría con ellos una pira. Pastores ha habido –y no lo digo “de oídas”– que se han dedicado a leer desde sus púlpitos algunos de esos sermones. Finaliza la entrevista. Gracias, Plutarco, por estos profundos comentarios sobre la predicación expositiva. Me ha llamado la atención sus afirmaciones acerca de que "en la predicación en las iglesias protestantes no hay un conocimiento verdadero y profundo del texto bíblico; no hay creatividad en la exposición, porque, al parecer, somos incapaces de relacionar el texto bíblico con nuestra realidad; los “cultos” a los que más personas asisten son los cultos cuyo centro suele ser la predicación (aunque esta está siendo desplazada por el canto...), y tal predicación no suele ser provocativa, no incita a los oyentes a seguir investigando, ni se le da oportunidad de plantear sus preguntas y exponer sus dudas..." entre otros muchos aspectos negativos que llevan a repensar.

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