Ortega y Gasset ante la religión

Ortega concede poco espacio en su inmensa obra al problema religioso, sin que fuera insensible al tema. Pero en absoluto lo margina

09 DE FEBRERO DE 2013 · 23:00

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José Ortega y Gasset, el filósofo más importante, el de más proyección internacional que tuvo España en el siglo XX, nació en Madrid el 19 de mayo de 1883. Su padre, José Ortega Munilla, fue redactor de varios periódicos. Destacó sobre todo como director de LOS LUNES DEL IMPARCIAL, periódico madrileño de prestigio, fundado por su padre, abuelo del filósofo. Quien al correr de su vida volvería la espalda a la Iglesia católica, tuvo, en su infancia y juventud, profesores católicos. En el colegio Miraflores del Palo, en Málaga, dirigido por religiosos jesuitas, cursó el bachillerato. De allí pasó a la Universidad católica de Deusto y más tarde a la Universidad Central de Madrid, donde se doctoró en Filosofía y Letras. En Alemania pasó varios años y tuvo como profesores a los más destacados pensadores del momento. Realizó estudios en las Universidades de Leipzig, Berlín y Marburgo. En 1910, cuando tan sólo contaba veintisiete años de edad, fue nombrado catedrático de Metafísica en la Universidad de Madrid. Seis años después de este nombramiento fue designado académico de la Real de Ciencias Morales y Políticas. En 1924 fundó la prestigiosa REVISTA DE OCCIDENTE. Fue elegido diputado en Cortes en 1931. Al estallar la guerra civil abandonó España, viviendo en Francia, Holanda, Argentina y Portugal hasta 1945, fecha en que regresó a España. Tres años después, en 1948, fundó el Instituto de Humanidades, trabajo en el que le ayudó su discípulo predilecto, el también filósofo Julián Marías. Ortega y Gasset murió en Madrid el 18 de octubre de 1955. Su fama de pensador se extendió por todo el mundo. Dictó conferencias en universidades de tres continentes. Uno de sus libros más conocido, LA REBELIÓN DE LAS MASAS, fue traducido a quince idiomas. Sus obras completas constan hoy de once gruesos volúmenes. Desde su muerte se han vendido en todo el mundo tres millones de ejemplares de sus libros. Esta cifra da idea de la aceptación que hoy goza en el campo de la cultura el gran filósofo madrileño. El historiador y crítico literario Federico Sainz de Robles ensaya una comparación entre dos monstruos literarios de la época. Según juicio propio, “no tiene Ortega y Gasset, ciertamente, la talla espiritual y pensante, emotiva y patética, paradoja y anhelante, ardiente y contradictoria de Unamuno; pero excede a éste en serenidad, en los matices de la crítica morosa, en la elegancia expositiva. Al alma española de Unamuno opone Ortega y Gasset su espíritu europeo”. (1) Entre los muchos libros que escribió Ortega puede que los más conocidos sean ESPAÑA INVERTEBRADA, LA REBELIÓN DE LAS MASAS y MEDITACIONES DEL QUIJOTE. Es aquí donde figura la frase que hasta hoy corre de boca en boca, citada de libro en libro: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Palabras certeras. No hay nada en la vida que no sea circunstancial. La única realidad que en la tierra tenemos es el aquí y el ahora, esa circunstancia. Vivir no es dejarse vivir, diría el filósofo. Es ocuparse muy seriamente, muy conscientemente del vivir, como si fuera un oficio. EL PROBLEMA RELIGIOSO Es cierto que Ortega apenas concede espacio en su inmensa obra al problema religioso. Sin que fuera insensible al tema, en sus escritos lo manifiesta poco. Pero en absoluto lo margina. En PERSONAS, OBRAS Y COSAS, de 1916, incluye un breve ensayo sobre EL SANTO. Aquí Ortega expone sus ideas sobre lo religioso fingiendo un diálogo con el místico español Rubín de Cendoya, personaje creado por el propio filósofo. Escribe Ortega:Yo no concibo que ningún hombre, el cual aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí, al menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo. Porque hay un sentido religioso, como hay un sentido estético y un sentido del olfato, del tacto, de la visión. El tacto crea el mundo de la corporeidad: la retina, el mundo cambiante de los colores; el olfato, hace dobles los jardines, suscitando, junto al jardín de flores, un jardín de aromas. Y hay ciegos y hay insensibles y cada sentido que falta es un mundo menos que posee la fantasía, facultad andariega y vagabunda. Pues si hay un mundo de superficies, el del tacto, y un mundo de bellezas, hay también un mundo, más allá, de realidades religiosas. (2) La emoción de lo divino ha sido el hogar de la cultura en todos los tiempos. Desde el hombre primitivo la religión ha estado considerada como una de las “necesidades constitutivas e inmediatas de la condición humana”. (3) El elemento religioso es más necesario para un pueblo que para un individuo: “En un pueblo como aquél de Roma y como en todos los pueblos que han sido en todos los tiempos, la concepción del mundo, del pueblo como tal es y no puede ser más que una concepción religiosa. Un individuo o un grupo de individuos puede vivir con una concepción del mundo que no sea religiosa, sino, por ejemplo, científica; pero un pueblo como tal no puede tener más idea del mundo que una idea religiosa.(4) El vocabulario religioso que utilizamos a diario, heredado de la Edad Media, constata la realidad de la creencia en el Eterno: “Noten como ha bastado rozar este punto de la condición humana para que afluyan por sí mismos a nuestros labios y oídos los vocablos más religiosos: dedicación, consagración, destino”. (5) En palabras que Gabriel Sotiello llama ambiguas, pero que no lo son, bien al contrario, se reflejan en los sólidos escritos del apóstol Pablo donde afirma que la ciencia acabará, pero no la religión, Ortega dice en el ya citado artículo sobre EL SANTO: “Es lo cierto que sublimando toda cosa hasta su última determinación, llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa, este núcleo transcientífico de las cosas es su religiosidad”. (6) Cierto que Ortega no hizo del tema religioso el puntal principal de su estructura filosófica. Pero decir que lo marginó en su vida y en su obra no corresponde a la verdad. Este filósofo, especialista en raíces, entendió que la religión es el corazón de un pueblo. Como lo escribió Tolstoi, Ortega sabía que “el hombre puede ignorar tener una religión, como puede ignorar tener un corazón, pero sin religión, como sin corazón, no puede existir”. A favor de Ortega cuenta que sus tres discípulos más cercanos, Julián Marías, José Luis López Aranguren y Xavier Zubiri, fueron creyentes convencidos, inmersos en la bondad del tema religioso. Algo tendría que ver esta herencia en las enseñanzas del maestro. Los tres filósofos citados destacan el pensamiento religioso de Ortega en un homenaje a Zubiri que, como es sabido, abrazó la carrera eclesiástica. (7) Francisco Goyenechea, en un tiempo profesor de Filosofía en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, segura que Ortega “conocía bastante bien la Sagrada Escritura y recitaba de memoria en griego capítulos enteros del Evangelio de San Juan. Su artículo LA FORMA COMO MÉTODO HISTÓRICO confirma su interés por los estudios bíblicos”. (8) En IDEAS Y CREENCIA Ortega sostiene que la esencia del cristianismo se halla en la fe en Dios y en la Biblia. (9) NOTAS 1. Federico Carlos Sainz de Robles, DICCIONARIO DE LA LITERATURA, Ediciones Aguilar, Madrid 1953, pág. 805. 2. Obras Completas. REVISTA DE OCCIDENTE. Quinta edición. Madrid 1961, Tomo I, página 431. (En adelante las obras Completas de Ortega serán simplemente identificadas con las iniciales O.C.) 3. O.C. Tomo IV, pág. 551. 4. O.C. Tomo IX, pág. 106. 5. O.C. Tomo IX, págs. 14-15. 6. O.C. Tomo I, pág. 431. 7. HOMENAJE A XAVIER ZUBIRI, Editorial Moneda y Crédito, Madrid 1970, tomo II, 786 pág. 8. Francisco Goyenechea, ATEÍSMO E HISTORICISMO, ORTEGA Y GASSET, en EL ATEÍSMO CONTEMPORÁNEO, Ediciones Cristiandad, Madrid 1971, tomo II, pág. 370. 9. O.C. Tomo V , pág. 503.

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