Baroja: la melancolía del tiempo

Paso del poeta al novelista. La semana pasada escribí en esta misma sección sobre el tiempo y la muerte en la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer. Hoy me adentro en el tema de la melancolía del tiempo en la novelística de Pío Baroja.

31 DE ENERO DE 2009 · 23:00

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Así, MELANCOLÍA, titula Baroja uno de sus relatos donde, tal como lo hace también en PARÁBOLA y EL GRAN PAN HA MUERTO, insiste en abrirnos los sentidos a la brevedad y a la fragilidad de la vida considerada como tiempo. MELANCOLÍA es la historia de un anciano que nació en hogar rico, noble, poderoso, que gozó «de todo lo que el mundo puede presentar de más grato». Y estaba triste. Viajó por las grandes ciudades, bajó a las pequeñas aldeas, recorrió incansable los mares, pero no experimentó la paz del alma. Y estaba triste. Estudió, contempló los astros, huyó del amor, que dicen que lleva aparejado el dolor. Y estaba triste. Viejo ya, deseaba lo que no tenía y lamentaba la juventud perdida. Seguía triste, como ese fantástico Gog creado por la viva imaginación de Papini, que tras recorrerlo todo, vivirlo todo y pisarlo todo seguía con el alma vacía. El tema de PARÁBOLA, que tiene por ventana un texto del Eclesiastés, es semejante al de MELANCOLÍA. El paria que arrastra su séptima encarnación en el séptimo siglo antes de la venida de Cristo, ama y abraza los goces de la vida, apura la copa del placer, obtiene la libertad, se ve dueño de fortunas considerables, se hace poderoso en país extraño, recorre el mundo de una a otra tierra. Y no encontró la dicha. Y a modo de moraleja el autor da este consejo: «De cierto os digo que a vosotros, cuyo corazón está turbado por la vanidad y cuyos ojos están cegados por el orgullo, os puede ser útil para la salud de vuestra alma la historia de esta vida». La frustración ante la pequeñez de la vida humana es todavía mayor en EL GRAN PAN HA MUERTO, relato que inicia Baroja con una anécdota tomada de Plutarco. Cuando el capitán Thamus anuncia con voz tronante la muerte de «El gran pan», «el mundo tiembla y tras la alegría nos quedará el sentimiento; en vez del ímpetu vital, la teocracia y la ley; en vez de la realidad, la entelequia; en vez de la satisfacción, el desprecio; en vez de los frutos de la vida, el dinero». En su bellísimo ELOGIO SENTIMENTAL DEL ACORDEÓN, Baroja identifica la vida humana con la musiquilla triste del monótono instrumento. Escribe de este modo: «Es una voz que dice algo monótono, como la vida misma; algo que no es gallardo, ni aristocrático, ni antiguo; algo que no es extraordinario ni grande, sino pequeño y vulgar, como los trabajos y dolores cotidianos de la existencia». Y termina así: «Vosotros decís de la vida lo que quizá la vida es en realidad: una melodía, vulgar, monótona, ramplona, ante el horizonte ilimitado». En otra página de su literatura Baroja nos recuerda al Macbeth de la quinta escena, cuando afirma que la vida no es mas-Lo lamentable, lo triste en Baroja es que no supiera ver la grandeza de la vida futura con la misma claridad con que supo distinguir la insignificancia de la presente. Porque si es verdad que nuestros días en la tierra son pocos, vacíos y llenos de sinsabores, el tiempo en la eternidad con Dios está marcado por otras características de signo más brillante. Concha Lagos supo expresar estas convicciones en verso:
«He rebuscado también en las palabras y todas sirven para poca vida: los días las desgastan. Sólo en eternidad que la Tuya, la de Tu nombre, Dios, crecida, omnipotente».
Y Juan Ramón Jiménez se figura otra brisa más pura cuando el vendaval humano arrastre nuestros cuerpos a la tierra madre:
«Mi cuerpo se estará alli, y por la abierta ventana entrará una brisa fresca preguntando por mi alma».
La seguridad en otra vida imperecedera, que parece Ie faltó a Baroja, suscita el optimismo y acepta el desvanecimiento y destrucción de la vida presente como medios necesarios para el trasplante a la eternidad feliz.

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