Lo cierto es que este argumento resulta insostenible desde una perspectiva histórica al menos desde los inicios del s. XX lo que no impide que se vea repetido una y otra vez con incomprensible tozudez.
De hecho, como pudo afirmar en su día el asiriólogo británico A. H. Sayce, lo cierto es que siglos ante, no de Moisés sino de los mismos Patriarcas existía una escritura cuya finalidad era fundamentalmente literaria y de la que nos han quedado bibliotecas enteras.
En el caso de Canaán, ya había no menos de cinco sistemas de escritura entre el 2100 y el 1500 a. de C. Se utilizaba incluso un alfabeto específico, el de Ugarit, siglos antes a la llegada de Israel a la Tierra prometida. De hecho, los hallazgos de las tablillas de Ugarit y Ras Shamra en 1929 nos permitieron conocer un sistema de escritura que es anterior al s. XV a. de C.
A ello se podía sumar –como ya queda dicho– la escritura cuneiforme de Mesopotamia, los sistemas de escritura de Creta (no menos de tres), el alfabeto fenicio (en uso al menos desde el s. XXIII a. de C.), los jeroglíficos egipcios y la escritura del Sinaí.
En 1907, Flinders Petrie encontró en el Sinaí un conjunto de inscripciones en caracteres cananeos cuyo desciframiento hubo de esperar diez años y la intervención del egiptólogo Alan Gardiner.
Su datación correspondía a un período anterior a la mitad del segundo milenio a. de C., nueva prueba de que la escritura no sólo existía antes de Moisés sino de que además su popularización había llegado a numerosos estratos sociales.
A la luz de los hallazgos que nos ha ido proporcionando la arqueología en el último siglo resulta obvio que, por supuesto, sí existía escritura en la época de Moisés, que poseía diversas formas, que estaba muy extendida y que, por supuesto, pudo ser utilizada para redactar la Torah.
En éste como en otros aspectos, la Hipótesis documentaria se alimenta más del prejuicio y de la holgazanería intelectual que de hechos sólidos. A decir verdad, los datos objetivos la desmienten.
Continuará
La hipótesis documentaria ó JEDP (VII): Los distintos nombres de Dios