Aprendiendo a lavar pies

Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida. Juan 13:5

26 DE JUNIO DE 2015 · 09:21

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He vuelto a releer con ávidos ojos ese pasaje en el que Jesús, ceñido de humildad, lava los pies a sus discípulos enseñándoles con ello una hermosa lección.

Cada palabra, cada gesto del maestro, torna las situaciones más prosaicas ofreciéndoles un esplendor que nadie jamás ha logrado otorgar a la trivialidad. Él tiene, entre otras, la cualidad de transformar lo más nimio en un evento colmado de exultante belleza.

Enredada en los avatares diarios, a menudo olvido que he de ceñirme una toalla de fraternidad e inclinarme con humildad para lavar pies. Situarme en el lugar preciso para poder darme cuenta quien soy y cuál es mi cometido.

Cuando aprendemos a mirar de forma introspectiva descubrimos que cada peldaño en la escalera de la vida tiene su momento y no es bueno ni aconsejable subirlos de dos en dos.

Si mantienes los ojos bien abiertos y te inclinas hacia Dios, observas que Él siempre tiene la respuesta adecuada, la palabra idónea para esculpir en tu alma ese sendero que te conduce al sosiego, a encontrarte a ti mismo en los ojos de los demás.

El ejemplo del maestro ha de ser imitado por nosotros, discípulos contemporáneos. Él nos ha dejado multitud de enseñanzas que poder poner en práctica. Si somos capaces de ejercitar alguna de ellas conseguiremos ser imitadores de Jesús, siervos fieles que han aprendido que lavar pies es a veces la mejor manera de recibir bendición.

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