Cuando el abuso espiritual se justifica con la Biblia

‘Era una iglesia que seduce a cualquiera, pero sin respetar nada, ni siquiera al matrimonio’

13 DE AGOSTO DE 2025 · 13:20

Thái An, Unsplash,mujer piano
Thái An, Unsplash

En esta publicación se desarrolla una historia real de una mujer creyente (sus iniciales son B.B.J.) que sufrió abuso espiritual por parte de su marido, apoyado por la autoridad de una iglesia que se basaba en textos bíblicos fuera de contexto. Lo relata ella misma en primera persona.

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Introducción

Agradezco la oportunidad que se me brinda para compartir mi experiencia, desde la sanidad y con el propósito de ayudar en la medida de lo posible a alguien que esté siendo abusada espiritualmente y en su propia casa.

Para contextualizarlo todo, comenzaré contando que nací en una familia cristiana, y soy la segunda de cinco hermanos. Mis padres nos han criado en amor, y este siempre ha sido expresado de manera muy natural entre nosotros. La Palabra de Dios se compartía en casa, cantábamos y podíamos hablar y mostrar nuestras emociones, lo que había en el corazón. He vivido en la libertad de disentir, mostrarme como soy, y experimentar el perdón, para pedirlo y para recibirlo. Mis padres fueron y son un ejemplo vivo de lo que nos han enseñado. Es importante conocer todo esto para comprender el choque que se produce entre un ambiente sano, exento de liturgia, religiosidad y temor, y otro muy distinto; el que yo viviría después.

Por tanto, soy una afortunada hija de pastor en una familia imperfecta, pero muy sana y privilegiada; y mi madre en todo esto, ha tenido un papel fundamental, como esposa y como madre.

Desde pequeña, he visto a muchas personas entrar en nuestra casa: líderes genuinos, otros autoritarios, y también he estado presente en sanas discusiones, “tertulias” desde teologías diferentes y discrepar nunca ha sido un problema.

La congregación donde me crie comienza con un pequeño grupo lleno del Espíritu que crecía en dones espirituales, en número y en la enseñanza de la sana doctrina. No nos dejábamos deslumbrar por nadie, estando libres de imitaciones, modas e imposiciones de autoridad y de pensamiento que pudieran destruir la libertad que tenemos en Cristo. Todo esto ha sido siempre un muro de contención ante el engaño y la pseudo-verdad, que, si cabe, es aún peor.

Con 17 años, era aún muy joven, pero todo lo que aprendí estaba enraizado en mí.

 

El comienzo de una nueva etapa

Fue entonces cuando conocí al que sería después mi marido; quedó “pillado” conmigo, según me dijo después, al ver una chica joven, comprometida, que posteriormente supo que era hija de un pastor. Yo siempre estaba cantando, tocando el piano o la guitarra. El también cantaba y tocaba, aunque llevaba poco tiempo en la iglesia y donde más lo ejercía era a nivel profesional.

Como era algo mayor que yo y tenía su independencia económica, estando fuera de casa se ofreció a traerme a mi ciudad tras conocernos. Era realmente simpático, gracioso y sociable, aunque yo no tenía mariposas de adolescente en mi barriga ni intención alguna de algo más. Me llamaba casi todos los días y estaba deseando que fuera a su casa, pero nos separaban algunos kilómetros y eso me imponía bastante. Para conocerle no tenía más remedio que ir a su ciudad, y estar con su casa con su familia. Sus padres también eran creyentes. Lo veía tan entusiasmado que me daba cierto apuro no corresponderle en su proposición de viajar allí unos días. Quería conocerle, pero sin esas implicaciones que me hacían sentirme ya algo “comprometida”. Era otoño de 1989 y debido a las inundaciones en su ciudad, no era seguro coger un tren. Así que lo hablé con él y le dije: “No quiero que te ilusiones. De verdad, que yo no quiero hacerte daño”. Me respondió: “Pues yo no pienso estar sentado en el sofá de mi casa esperándote”.

Esas palabras y la forma de decirlas fueron la primera estaca de temor en mi corazón, contra la cual no luché. Seguí adelante y desde entonces, esa relación se basó en no hablar, no enfrentar, no poner límites, en definitiva. Siempre tuve miedo de sus reacciones. Es increíble cómo se generaron hábitos y conductas en mí originando una tristeza perenne durante tantos años.

Sobre dicha estaca se construyó una relación paternalista. Mi rol era de hija/niña.

Durante el primer año de noviazgo –fueron 5-, ya pude ver de cerca como se crio él (¡Cuántas palizas se había llevado…!). Pero era inmadura para interpretar el grado de heridas en su personalidad, conductas, reacciones, etc. Había en su entorno griterío, mucha locura… todo derivado a su vez de las carencias y el sufrimiento que sus padres habían padecido en su crianza. Llega un punto en que con toda la dimensión que esto tiene, se normalizan ciertos comportamientos.

Su iglesia no era conocedora de esto, pero a veces en un entorno no preparado para tratar con las familias y sus heridas se da por hecho, como solución, que como tienen al Señor, lo superarán.

Volviendo al ambiente hostil e inesperado de su casa, me preguntaba: ¿Quién podrá conocer lo que pasa aquí sin convivir con la familia y presenciar lo que yo veo? Yo estaba acostumbrada a arreglar cualquier situación antes de irme a dormir y a que no se permitiera el chisme, por lo que ante un caldo de cultivo para el rencor y resentimiento, sentía mucha angustia. Jamás ha habido gritos y palabras maldicientes en mi crianza.

Puesto que iba a menudo a su casa, no hablaba de esto con nadie, me acostumbré a callar por miedo y se me “encogían las tripas”. Más tarde y cuando tenía que ir a su casa, pedí alojarme en otro sitio que su iglesia me proporcionó, cosa que agradecí siempre.

Además de todo esto, entre él y yo no había conversación alguna, y si acaso, alguna bronca cuyo motivo conocería a posteriori, con un gran desgaste emocional. Siempre estábamos rodeados de gente y en muchas actividades; esta relación se nutría de la música. Mis composiciones en su voz eran maravillosas y nuestro ministerio creció, ya que además, fue algo pionero y que, pese a nosotros, bendijo mucho tanto en la congregación como fuera, en los muchos viajes que hicimos.

Sin embargo, cuando llegó el momento del casamiento, me planteé seriamente si dar ese paso, o romper, en una lucha silenciosa. En vez de hablarlo y que alguien con sabiduría arrojara luz, para gestionarlo y decidir de verdad desde la posición y la visión adecuada, seguí por temor e inercia.

 

El casamiento y el atisbo de algo de luz

La complicidad espiritual en la música crecía. Pero eso no determina una decisión tan fuerte como la de casarte. Si yo hubiera pedido ayuda desde el primer momento, todo hubiera sido distinto.

Cuando nos casamos, la situación era que yo no trabajaba y pasaba los días sola; no había móvil, no tenía un teclado para tocar (durante tres años); no había aun internet, y con la crisis, ni un céntimo para llamar a mi madre. Fue un tiempo de soledad, mucha tensión y tristeza profunda. Cualquier trabajo para mí, por entonces, era incompatible con la labor que queríamos hacer los fines de semana, en proyectos muy bonitos que surgían y nos sacaban de un vacío insoportable. Pero esta decisión no se tomó sobre una base correcta. Mi proceso hacia lo que es ser una mujer, se vio interrumpido desde el principio y ahora se agravaba, pareciéndome cada vez más a una niña temerosa, “hija de...”

Ahora paso a otro capítulo, en el aquel el que la mano poderosa del Señor en su misericordia le dio la vuelta a aquello, y parecía tomar otro rumbo tras unos cuatro años de matrimonio.

Empezamos a discipular y nos encontramos con una familia que, a su vez, nos llevó a otra, con una problemática en común que hizo que él se abriera y sanara el Señor muchas áreas de su vida. Este camino apenas dura dos años. Fue un paréntesis de refrigerio, en el cual le amaba y le amaba. El Señor estaba sacando una versión de él que yo no conocía.

¡Qué pena cuando queda interrumpida Su obra!

Prosigo…Cuando cada domingo terminaban las reuniones, se formaba alguna que otra cola de personas que querían hablar con nosotros. Se destapó un tema importante sobre al abuso sexual, en una familia en concreto y sorprendentemente, se conectaron entre sí otras personas que habían sido víctimas también, pero no lo habían dicho. Para poder tratar estos asuntos, el que era mi marido, hizo el acceso a la Universidad y posteriormente entró al primer curso de Psicología. Lo admiraba mucho y en esta etapa teníamos la misma carga. Además nos complementábamos muy bien. Sin embargo, en medio de esta preparación, necesitábamos que alguien nos guiara, ya que al tratar con personas víctimas de abuso, hay que tener muy claro qué no hacer y qué no decir. Vino a ayudarnos un hermano muy querido, que ya está con el Señor, y como yo le atendía la mayor parte del tiempo, pude compartir con él alguna inquietud. Esto le sentó a mi exmarido muy mal.

Digamos que el hermetismo para nosotros debía mantenerse, pero no para los demás.

 

El desencanto, la vulnerabilidad y una errónea solución

Este tiempo que pude degustar, duró muy poco. No teníamos apoyo alguno en la iglesia y se generaron problemas en la congregación, de tal manera que decidimos salir. Tengo que decir que antes de marcharnos recibimos por parte de varias personas dentro y fuera del liderazgo, acusaciones y un trato que, emocional y espiritualmente se tradujo en una “paliza” que invalida a cualquiera. Lo vi lisiado y derrotado. La decepción y la desesperanza se instaló en nuestra casa. Su vulnerabilidad era extrema. Yo por mi parte, no sentía desesperanza y creía que, por muy mal que estuviera el panorama, habría una salida. Pero esto no es porque yo tuviera más fe que él, sino porque mi trasfondo espiritual y familiar era distinto. Ahora tenía a mi lado un hombre con mucho peso encima como para levantarse.

Ambos teníamos toda la carne puesta en el asador amando profundamente a cada familia, y era muy difícil encajar cómo se pasaba por alto la situación de muchas vidas rotas.

Mi padre se puso a nuestra disposición para lo que necesitáramos. Pero mi marido no quería. Anhelaba una congregación cuya infraestructura le ofreciera ya un soporte. Seguía estudiando, y mientras se mantenía esta situación, un amigo suyo de tiempo atrás, con el cual ya habíamos disentido varias veces por el uso y abuso del poder espiritual en su congregación, le acompañaba constantemente. Supe más tarde, y de buena tinta, que se iba con él al trabajo y a la Universidad. Fueron muchos días y horas en las cuales, ignorando yo todo esto, hablaban y hablaban. Finalmente, lo que este “amigo” pretendía desde años atrás, lo consiguió: Captarlo para su propia “iglesia”.

Este grupo seduce a cualquiera sin respetar nada, ni siquiera al matrimonio. Al respecto, no soy la única que tiene una historia que contar. Y de hecho, vimos en su día como hicieron sufrir precisamente a la mujer de su amigo, hasta conseguir quebrantar su voluntad. En ese tiempo vimos peligrar su matrimonio. A nosotros siempre nos pareció muy mal el abuso y manipulación que tenía sobre su esposa, a la cual trataba como una niña. Ésta entró en crisis cuando él, tras hacer un pacto con el apóstol, éste quiso mandarles fuera del país, sin considerar para nada lo que ella tuviera que decir. La familia de ella, que no es creyente, estaba escandalizada y asustada. Decían que su hija estaba en una secta.

Bien, pues… esto que nos horrorizaba tanto es lo que ahora, pasados unos años, nos esperaba a nosotros.

Volviendo al tiempo en el que a mi exmarido le acompañaba su amigo, fue recogiendo sus “enseñanzas y consejos”. Por ejemplo, dado que nosotros teníamos la costumbre (establecida desde el principio y de común acuerdo) de visitar a mis padres una vez al mes, le dijo: “Tu mujer no puede ir a visitar a sus padres a menos que tú le des permiso”. También le dijo: “Tú no puedes ‘colgar tus bolitas’”, mientras le mostraba un llavero cuyas bolitas colgando representaban “su hombría”. Estaba implícito que yo sería un cero a la izquierda, y que cualquier opinión sería rebatida con la respuesta: “Tienes que obedecer a tu marido, ciegamente y Dios te bendecirá a ti; y si él se equivoca, Dios le pedirá a él cuentas”. Si yo difería en algo, el solo hecho de estimar y valorar él mi opinión, le iba a colocar siempre en una tesitura muy difícil, lo que cuestionaría su hombría y su papel como “cabeza”.

Todo esto que escribo, lo redacto textualmente, tal como ocurrió y así lo enseñaban.

 

Una transformación “rara”

Después de un proceso de captación hecho a mis espaldas, se va produciendo en él una transformación que no venía a cuento. Me voy viendo que pierde su acento, habla como si fuera de un país latino (¡Como el apóstol) y pone los gestos del apóstol, y mi sensación en ese momento, es de que estoy atrapada en una película de extraterrestres y pienso que le han abducido!

Un día, de cara a su primer domingo predicando allí, le sugerí que se pusiera la ropa que le gustaba ponerse (odiaba ir con traje y corbata). La ira en toda su manifestación era frecuente, y en este caso muy patente. En la discusión, le preguntaba que por qué hablaba con otro acento, por qué vestir como ellos cuando predica. Tras tanto enojo, llamó a su amigo por teléfono y delante de mí, dijo lo que quiso y acabaron “orando por mí”.

Él se colocó un traje, el del “apóstol”: Voz, posturas, gestos, acento…

 

La etapa final, y la separación total

Al poco tiempo, decide que nos hagamos miembros. La frase de bienvenida de su amigo, en el despacho pastoral, con la postura del apóstol, fue esta: “¡Tío, me voy a meter hasta debajo de vuestra cama!” Esa era la forma en la cual se expresaba el cómo a la hora de discipular a los nuevos creyentes, tenían que considerar todos los asuntos, aún los íntimos. Sinceramente, te dejan sin escapatoria. La mujer no tiene opción de sujetarse ¡Es sometida! De lo contrario se rompe el matrimonio.

Es indignante, además, el hecho de emitir constantemente juicios ligeros y condenatorios sobre hermanos. Recuerdo cómo una vez que el amigo lo hizo mencionando a un pastor que llevaba muchos años en un pueblecito. Criticó su obra, recorrido y frutos. También me dijo a mí que mi padre y mi iglesia, tenían un problema de orgullo y que ellos podrían intervenir para ayudar… Y algo que también repetía que si fuera mi marido me hubiera prohibido ver a mi familia. Aguanté por él en ese grupo durante un año más.

Posteriormente, al no acompañarle, me sentí muy sola. Venía muy tarde cada día, dormía en otra habitación. Vivía con miedo a su ira por cualquier cosa: Por ejemplo, que viera que había llamado a mi familia o el historial de mis búsquedas en internet, que por suerte ya tenía. Yo no sabía cómo eliminar el rastro. Miraba a ambos lados del bloque cuando salía porque me sentía vigilada y perseguida.

Volviendo justo a final del año en que le acompañé, su amigo me repetía una y otra vez: “¿te vas a arrepentir?” Buscaba la ocasión de “reprenderme”, delante de mi exmarido, diciéndome cosas como: “Estás bajo potestades de maldad y no podemos protegerte”. Eran maldiciones sobre mí; y mi exmarido callaba. Como dice el refrán: “el que calla otorga”. Ya podía divisar el final y me sentí muy sola. La soledad era un espacio en el que el Señor me abrazaba y me daba la seguridad de estar correctamente posicionada. La Verdad me impedía ser chantajeada.

Hay algo que decidí mientras estuve congregándome: No compartir la comida con ellos. Interpretaron que tenía anorexia, y el amigo me dijo que un espíritu de destrucción estaba sobre mí. Trataban de derrumbar a esa mujer que “andaba en la carne”. Inciso: ¿Sabéis que un motivo de peso para justificar su divorcio fue el hecho de considerar que nuestro matrimonio realizado hacía 8 años, se hizo “en la carne”? Lógicamente, estaban buscando la excusa para una inminente ruptura de nuestro matrimonio.

Un día, durante ese año, me preguntó su amigo delante de él, qué quería hacer yo con mi vida. En ese tiempo, yo llevaba unos años preparándome en el conservatorio. Al ser autodidacta en la música, pude hacer varios años en poco tiempo. Así que estaba ilusionada, porque estaba a las puertas de entrar en el Conservatorio Superior de Composición. Dedicaba un mínimo de ocho horas diarias.

Cuando yo respondí a su amigo que mi sueño era poder componer la música más bella para el Señor y que ésta llevara unción y sanidad a quien la oyera, puso de nuevo la postura “apóstol” y dijo: ”¿Nada más?” Él tenía otros planes para mí, como “pastor mío”. Literalmente, él me veía con cinco hijos. Y por supuesto, ¡lo de la música no era importante!

 

Separación y posterior e inmediato divorcio

En ese tiempo, una tarde de domingo, en casa de unos hermanos, estaban hablando de lo que más les gusta. Es decir, aquello de que “el hombre es la cabeza de su mujer” y su repercusión puesta en acción. La hija de estos hermanos, bastante más joven que yo, dijo: “Uf… que difícil tiene que ser, ¿no?” refiriéndose a la sujeción de la mujer al marido. Y yo, con lo que tenía encima, dije: “No, si te quiere de verdad”. Eso es justo lo que yo no estaba viviendo. Esto fue a finales de 2002. En verano de 2003 habíamos firmado la separación a su petición; en esa fecha, él estaba con esta chica. En 2004, me pidió el divorcio y a principios del 2005 se casó con ella.

Al firmar el divorcio quedamos para hablar; inocente de mí, le cogí del brazo en un largo paseo improvisado sin saber que tenía novia. Le decía: “¿Ves? Sujeta a ti, pero no me sometas”. Antes del paseo, estábamos dentro del coche y no me dejaba salir en medio de una acalorada discusión en la que quería convencerme con la Biblia en mano de que estaba equivocada. Con mucha impotencia se esforzó en que entendiera el pasaje de “someteos unos a otros” (Ef.5.22-23-24) como obediencia ciega al esposo. Me dio a elegir, poniendo un brazo donde podría estar a su lado y en su visión, y el otro, donde alguien le estaba esperando y que compartía su visión.

Fue todo tan denso, tan inútil… Sin embargo, me vio llorar, derramando mi corazón con un llanto desde las entrañas y tuvo que removerse algo. Sé que hubo un rayo de luz. De allí fue a casa de sus padres, que le instaron a que llamase a un matrimonio cercano a ambos para recibir ayuda, que es un referente a nivel nacional. Fuimos a casa de ellos, a otra ciudad. Pero después de hablar uno y otro con ambos por separado y sentarnos a la mesa los cuatro, ya vi la postura y el gesto del “apóstol” frente a mí y supe que aquel esfuerzo no resultaría.

Tras unos años me pidió por e-mail perdón por las formas, pero no por “el contenido”.

Hoy en día, puedo proclamar que el Señor es bueno, y que no tengo que sobrevivir, sino que hay una vida abundante en Él.

Todo es de mi Cristo, por Él y para Él.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Seneca Falls - Cuando el abuso espiritual se justifica con la Biblia