Samuel Escobar, un maestro ejemplar
He aprendido mucho de Samuel, pero lo que más me ha impresionado siempre de él es su sencillez. Una de las cosas que más me ha sorprendido en la vida, es que los mayores hombres de Dios que he conocido son también los más humildes.
03 DE DICIEMBRE DE 2024 · 10:10
La semana pasada, Samuel Escobar, cumplió 90 años. Ha acabado ahora también la serie de veinte programas de radio –convertidos ya en podcast–, sobre su vida y obra. Mi sueño era que él mismo los pudiera oír, lo que ha hecho cada semana, al salir de la residencia para estar con su hija Lilly. Cuando grabé toda esa serie de entrevistas, antes de la pandemia, no dejaba de asombrarme la lucidez de Samuel. Su cuerpo era cada vez más frágil, pero su mente estaba ágil y despierta.
Uno de los privilegios de dar clase en la Facultad Protestante de Teología –antes Seminario de la Unión Evangélica Bautista de España– en Alcobendas (Madrid), ha sido poder estar junto a una de las personas que más he admirado desde mi adolescencia. Conozco su nombre desde que era niño. Yo veía las revistas y libros que publicaba Escobar desde los años 60 en Argentina, cuando mi padre comienza el trabajo del Centro de Literatura Cristiana (CLC) en España con una librería clandestina en una oficina que abrió en la Gran Vía de Madrid –entonces llamada José Antonio–, cuando Samuel vino a hacer su doctorado en Madrid en 1966.
Un profesor de literatura inglesa de las Asambleas de Hermanos que había en la Universidad de Córdoba (Argentina), Alejandro Clifford, le había encargado seguir haciendo una “revista cristiana para gente que piensa”, Certeza –después de comenzar él otra en Villa María, llamada Pensamiento Cristiano, donde también escribía Samuel Escobar, René Padilla y tantos otros–. Samuel aprendió el periodismo de Clifford que, junto a sus estudios de letras y pedagogía en Lima, le dio ese estilo ágil y depurado de escritura, tan lejos de los farragosos textos que siguen lastrando la mayoría de la literatura evangélica en castellano. Cualquiera que haya leído un texto suyo, se habrá asombrado del estilo fresco y ameno con que escribe, poco habitual en autores de semejante calado teológico. Su lenguaje siempre ha sido sencillo y claro, sobre todo, predicando.
Cuando llegué a los Grupos Bíblicos Universitarios (GBU), observé la honda huella que había dejado con materiales como “Diálogo entre Cristo y Marx” o “¿Quién es Cristo hoy?”. Al venir mi amiga Marité Pérez-Prida de Córdoba a Madrid en 1983, para seguir estudiando Derecho, me hablaba de Samuel, su hija Lilly y las nietas de Clifford, en la Asociación Bíblica Universitaria Argentina (ABUA), lo que me despertaba aún más ganas de conocerle. Escobar había ido con su hijo entonces, a la Universidad Calvino de Grand Rapids (Michigan, EE.UU.), pero a partir de 1984 enseña en el Seminario Teológico Bautista del Este en Filadelfia, que es cuando empecé a tener correspondencia con él.
Apasionado lector
Fue para mí, un gran honor, poder publicar algunos artículos suyos en una revista que hacía con mi padre, Cuadernos Reforma, incluso un monográfico sobre la revisión de “la leyenda negra” en 1992, que atribuía el auge de las iglesias evangélicas en Latinoamérica a una estrategia de la CIA. Poco podía imaginar que un día podría estar enseñando con él en Madrid, escuchar sus exposiciones bíblicas, participaciones en el claustro, o simplemente tomar un café con él. Es uno de los mayores placeres que he tenido en la Facultad. Nunca me cansé de oírle.
Le preguntaba sobre su vida, lo que despertaba cada vez más curiosidad en mí. Era apasionante seguir el itinerario de su biografía desde el día que la matrona que atendió a su madre, cuando nació en su casa de Arequipa (Perú) en 1934, fue la misma misionera inglesa que trajo al mundo al Premio Nobel, Mario Vargas-Llosa. Cuando empecé a llevarle a estudio de radio para grabar las entrevistas, me emocionaba escucharle hablar de la separación de sus padres. Él era un oficial de policía, que se había convertido a la fe evangélica con su madre, un par de años antes. Samuel se cría con ella. Va a una escuela misionera y es el único alumno protestante de los dos que había, entre los quinientos que seguían la educación secundaria en Arequipa, conocida como “la Roma del Perú”.
Samuel recuerda muy bien los libros que leía a su madre, que no sabía leer, mientras cosía. Le gustaba oír los Proverbios y las vidas de misioneros que le regalaban en el colegio y la escuela dominical. Desde su adolescencia fue un apasionado lector. En Lima descubre la obra de Unamuno por medio de Juan A. Mackay, el misionero de la Iglesia Presbiteriana Libre de Escocia que fundó el Colegio de San Andrés en Lima y estuvo con Don Miguel en Salamanca, llegando luego a enfrentarse a “la caza de brujas” en el seminario de Princeton. Su “Sentido de la vida” fue “un catalizador” de su “conversión consciente a Jesucristo”, dice él, así como su “Prefacio a la teología cristiana” en “el camino” y no “desde el balcón”.
Diálogo entre Cristo y Marx
Samuel se sumerge en la literatura peruana cuando estudia Letras en los años 50 en la Universidad de San Marcos, pero se licencia en pedagogía. Había crecido en una iglesia independiente “en la que no había conciencia histórica ni ministerio pastoral”, recuerda. En Lima se enfrenta al mundo universitario, donde el marxismo era una poderosa ideología. Los estudiantes estaban empezando a adquirir conciencia de la extrema pobreza y opresión que se sufría en Latinoamérica. Las dictaduras militares, guiadas por economistas liberales, se basaban en una administración corrupta, que ponía en evidencia un contraste brutal entre el despilfarro de una minoría privilegiada y la miseria de la mayoría.
Bautizado por un misionero bautista del sur de Estados Unidos, Samuel vivió la tensión entre “el paquete ideológico marxista, que nunca le convenció del todo” y una predicación, o literatura, que no reflejaba la visión bíblica, que respondía al desafío de la visión marxista. Le ayudó, sin embargo, su compromiso con una iglesia bautista, donde aprendió a comunicarse con la gente sencilla, poniendo en la práctica la orientación que recibió de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos, para la que acabó trabajando.
Escobar asistió como delegado peruano al congreso mundial de la juventud bautista que hubo en 1953 en Río de Janeiro, así como al primer encuentro de estudiantes evangélicos, celebrado en Cochabamba (Bolivia) en 1958. A esta conferencia, fue desde Lima con el químico y teólogo presbiteriano Pedro Arana, su otro gran colaborador, junto a René Padilla. René era un ecuatoriano, afincado en Argentina, que provenía de las Asambleas de Hermanos y se había doctorado con F. F. Bruce en la Universidad de Manchester (Inglaterra). Los tres acabaron teniendo un papel fundamental, no sólo en la obra estudiantil, sino en la fundación de la Fraternidad Teológica Latinoamericana en Cochabamba en 1970.
La declaración y aportaciones de Escobar, Padilla y Arana a “El debate contemporáneo sobre la Biblia” fueron publicadas por José Grau en Barcelona –junto a las del nazareno Ismael Amaya y el anglicano Andrés Kirk, que fue profesor mío en el instituto de John Stott en Londres–. Aquellos que les calificaron –tanto entonces, como ahora– de “teólogos de la liberación”, deberían leer las ponencias que publicaron en este libro de Ediciones Evangélicas Europeas, para ver lo lejos que estaban de los presupuestos críticos de la Escritura que caracterizaban a la Comisión de Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL) –auspiciada y sostenida por el Consejo Mundial de Iglesias–. En 1984 escribe Samuel: “Yo no me he movido un ápice de las firmes convicciones expresadas allí respecto a la revelación, la inspiración y la autoridad de las Escrituras”.
Proyección internacional
En 1966 los fundadores de la prestigiosa revista Christianity Today, Carl Henry y Billy Graham, organizan un congreso sobre evangelismo en Berlín. Samuel es invitado por medio de Clifford, a presentar un breve trabajo sobre “evangelización y totalitarismo”. Allí se encuentra un panorama evangélico que no conocía otra amenaza al Evangelio que el comunismo. En su ponencia defiende valientemente que el peligro en Latinoamerica son también dictaduras militares asociadas al catolicismo-romano.
Al dirigir la obra universitaria en Canadá, Samuel aprecia la integridad del evangelista Paul Little. Por medio de él y John Stott, llega a formar parte del reducido equipo que organiza la conferencia de Lausana en 1974. Allí “comprobó más de una vez, con tristeza, los manejos político-eclesiásticos poco limpios de algunos de los ejecutivos de las grandes instituciones evangélicas”. Las tensiones que vivió allí le acercan a Stott, que está a punto de marcharse de la organización en un sonado enfrentamiento con Billy Graham, que decide una noche no seguir las indicaciones de sus numerosos consejeros y entrega a la mañana siguiente la responsabilidad del Pacto de Lausana a Stott.
La afinidad que tenían Escobar y Padilla con Stott, hizo que tuvieran dos de las principales plenarias en Lausana (Suiza) en 1974, donde Grau tuvo también una breve participación sobre el Reino. La ponencia de Padilla fue especialmente polémica, al ser una fuerte crítica desde los Hechos de los Apóstoles, al principio pragmático de “unidades homogéneas del igle-crecimiento” –o sea la popular idea de que la Iglesia crece más, entre personas que tienen algo en común–, preguntándose, no si funciona, sino si es bíblico.
Escobar empieza ya a desarrollar su trabajo en inglés, puesto que no sólo las ponencias que presentaba en esos congresos eran en ese idioma, sino que dirigía ya también la obra estudiantil anglosajona en Canadá. Participa entonces en un seminario en Chicago sobre la preocupación social de los evangélicos. Es entonces cuando “algunos amigos” latinoamericanos empiezan a decir que ha “adoptado una teología más conservadora”. Se le empieza a distinguir de otros miembros de la Fraternidad, como Padilla, al considerar que “ha habido un deterioro de las convicciones fundamentales, con el correr del tiempo”.
A ambas críticas, Samuel responde que la declaración de la Fraternidad en Cochabamba en 1970 sigue expresando sus propias convicciones respecto a la Palabra de Dios. Se adhiere en ese sentido, a la crítica de Arana al ISAL, como “una teología que somete la Palabra a la ideología marxista”. Lo que pasó también es que la oposición de los sectores más conservadores, ligados a intereses de organizaciones norteamericanas, llevó a una campaña en contra de los Congresos Latinoamericanos de Evangelización (CLADE), promovidos por la Fraternidad, así como la fundación de un nuevo movimiento, llamado CONELA, Confraternidad Evangélica Latina. Si quieren saber la postura de Escobar sobre estos temas, tienen que leer el libro que editó la Casa Bautista de Publicaciones en 1987, “La fe evangélica y las teologías de la liberación”. Para mí, es la obra definitiva sobre esta cuestión.
Su tiempo en España
España es ahora el país donde ha pasado más años de su vida, ya que llegó en el año 2000. Se establece en Valencia con su hija y su esposa cada vez más enferma. Al principio viaja todavía bastante al extranjero, donde publica cada vez más en inglés. Algunos de sus últimos libros aparecieron después en castellano, pero la mayoría desconoce que tras la sencillez de sus exposiciones bíblicas, hay una obra académica de extraordinario nivel. Muchos le aprecian por su humildad, pero pocos conocen la profundidad de su pensamiento, que desarrolla sobre todo en lengua inglesa. Pueden apreciar algo de ello, leyendo la traducción de “The New Global Mission” (2003), que publicó Certeza, “Cómo comprender la misión”, así como de “En busca de Cristo en América Latina” –publicado en Buenos Aires por Kairós en 2012–, pero muchos de ellos de ellos son difíciles de encontrar en español.
Este tiempo de retiro en España no ha sido fácil para él. La enfermedad le ha acompañado estos últimos años. Su esposa Lilly sufrió de Alzhaimer desde 2004, siendo atendida por Samuel y su hija, a la vez que enseñaba en la Facultad de Alcobendas. En este tiempo de prueba, he visto cómo el poder de Dios se fortalecía en su debilidad (2 Corintios 12:9). A pesar de su fragilidad, estaba animado y lleno de ideas. Era un hombre siempre interesado en el presente. Me solía comentar lo que había leído el sábado en el suplemento cultural de El País, Babelia. Y es una de las personas que más me ha animado a escribir sobre películas.
He aprendido mucho de Samuel, pero lo que más me ha impresionado siempre de él, es su sencillez. Una de las cosas que más me ha sorprendido en la vida, es que los mayores hombres de Dios que he conocido son también los más humildes. No son gente pretenciosa y pedante, encantada de conocerse a sí misma. Todo lo contrario. Lo que destaca de Escobar es su gracia y generosidad. Llega a unos grados de hecho, que sólo he visto en figuras de la talla de John Stott, Tim Keller o José Grau en nuestro país.
Cuando estudiaba en Londres en el instituto que tenía Stott para el cristianismo contemporáneo en los años 80, me invitaba a menudo a subir a su ático para cenar. Para llegar arriba, tenías que pasar por una estrecha habitación donde tenía una pequeña cama, rodeada de libros, a lo largo de todo el pasillo. No tardé en darme cuenta de que no podía sacar ninguno de la estantería, para verlo, porque enseguida me decía: “¡llévatelo!”. Sólo he visto esa generosidad en Samuel Escobar. No me sorprendió por eso, oírle decir un día a Stott, que él aprendió a vivir más desprendidamente, cuando conoció a Samuel.
Bienaventurados los humildes
Yo nunca he llegado a tener tal desafecto por las cosas materiales, pero cada vez que veía a Samuel, comprendía que de los “pobres en espíritu” es el reino de los cielos (Mateo 5:3). No hay nada más contradictorio que un cristiano orgulloso. La humildad y mansedumbre son de hecho, las únicas virtudes que el Señor dijo que aprendamos de él (Mateo 11:29). Es lo que caracterizó a Moisés (Números 12:3), pero cuando lo perdió, quedó excluido de la Tierra Prometida.
En el mundo cristiano hay demasiada tolerancia para la soberbia. Estamos llenos de gente que se dedica a restregarnos por la cara sus éxitos espirituales, o superioridad moral. Todo es publicidad de nuestros grandes logros y valores. Nos parecemos más al fariseo de la parábola de Jesús, que al publicano que clamó por la misericordia de Dios (Lucas 18:10-14). Es por eso, por lo que hay tan poca gracia frente al mundo que nos rodea. Estamos tan satisfechos de nosotros mismos, que nos creemos superiores a todos. Por eso no dejamos de darles lecciones.
En una sociedad que admira al más fuerte, Jesús nos dice que son los mansos, los que recibirán la tierra (Mateo 5:5). No la conquistarán con su poder, sino que les será dada por herencia. Es un regalo que recibimos por gracia, por medio de la fe, no como fruto a nuestros esfuerzos (Efesios 2:8-9). Decía Martin Lloyd-Jones que la verdadera humildad viene de saber realmente quiénes somos. Nos hace falta la honestidad de Samuel, para dejar de defendernos a nosotros mismos.
Quien conoce su propia miseria, no le cuesta escuchar la crítica de otros, porque sabe que si ellos supieran cómo realmente somos, ¡dirían cosas peores de nosotros! Una vez oí a Stott decir a alguien que le elogiaba sobre manera, que si supiera realmente cómo era, le escupiría en la cara. Es el asombro de la gracia, que nos hace maravillarnos de la misericordia de Dios, lo que nos permite mostrar gracia y misericordia hacía los demás.
La generosidad nace de saber que “todo es nuestro, y nosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Corintios 3:21-23). “No es un tonto quien entrega lo que no puede guardar, para ganar aquello que no puede perder”, escribió el misionero muerto por los huaorani en el Ecuador, Jim Elliot. La vida de Escobar es un ejemplo de gracia y generosidad, que debemos imitar, para ser como el Maestro, pero también un don de Dios, por el que debemos dar gracias al Padre y pedir que seamos más como él.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - mARTES - Samuel Escobar, un maestro ejemplar