La Reforma involuntaria: cómo una revolución religiosa secularizó a la sociedad’, de Brad S. Gregory (2)

El volumen puede aportar una comprensión más matizada de cómo se desarrolló el “ímpetu reformador” desde el aspecto religioso hasta todos los demás para dejar una huella impensada.

16 DE OCTUBRE DE 2020 · 18:08

Brad S. Gregory,
Brad S. Gregory

Un rechazo de la autoridad de la Iglesia y de muchas de sus doctrinas es precisamente lo que ocurrió en la Reforma. Todos los reformadores protestantes llegaron a creer que la Iglesia establecida ya no era la Iglesia establecida por Jesús. Así desdeñaron muchas afirmaciones de verdad de la fe tal como las encarnaba la Iglesia romana. Su repudio no estaba basado primariamente en los rampantes abusos de la Iglesia, los pecados de muchos de sus miembros o los obstáculos férreos a la reforma. […] La conclusión de la Reforma era más bien que el catolicismo romano, incluso en el mejor de los casos, era una forma pervertida del cristianismo…[1]

B.S. Gregory

 

La introducción del nuevo volumen del Dr. Brad Stephan Gregory (director del área de Estudios Avanzados de la Universidad de Notre Dame) traducido al español, La Reforma involuntaria…, titulada un tanto enigmáticamente ¿El mundo que hemos perdido? (referido a un par de libros del historiador británico Peter Laslett, del llamado “grupo de Cambridge”), puntualiza muy bien los propósitos de tan amplio esfuerzo pues anuncia sólidamente lo que desarrolla en sus seis capítulos. Muy lejos de una interpretación hagiográfica de los acontecimientos de la Reforma y en abierto diálogo con la evolución histórica de su influencia en los siglos posteriores, acaso por su formación y énfasis católicos, Gregory despliega concienzudamente los diversos aspectos que se propuso indagar con este libro que no tenía contemplado en sus proyectos recientes de investigación (no se olvide que la edición original es de 2012).

Inicialmente, llama la atención hacia el hecho de que, a pesar de la distancia cronológica que nos separa de la Reforma protestante, su influencia sigue siendo profunda “ en las vidas de todos, no sólo en Europa y los Estados Unidos, sino a lo largo y ancho de todo el mundo, sean cristianos, o no, o creyentes del tipo que sea” (p. 19). El enfoque anunciado en su libro anterior sobre Lutero reaparece aquí con mayor fuerza para mostrar que las ideas y creencias que fundamentan las teorías modernas “fueron en parte una respuesta a las discrepancias doctrinales no resueltas de la modernidad temprana” (Ídem). A continuación, resume en pocas palabras el argumento central de su trabajo: “…el mundo occidental de hoy es un producto extraordinariamente complejo y enredado de rechazos, retenciones y transformaciones del cristianismo medieval occidental, en el que la era de la Reforma constituye el parteaguas decisivo” (p. 20). El tránsito desde toda esa enorme maraña de transformaciones ideológicas y culturales hasta el siglo XXI hace obligada la revisión del influjo de la Reforma “en la secularización final de la sociedad [que] fue complejo, absolutamente indirecto, profundamente no deliberado y distó de ser inmnediato” (Ídem).

Es por lo anterior que el libro está formado por capítulos que, según van apareciendo, son como una especie de capas concéntricas que ayudan a explicar la forma en que las creencias se desenvolvieron y modificaron para convertirse en plataformas de pensamiento que, en la época antigua sólo eran vistas como religiosas, pero que en los inicios de la modernidad (y después, más aún) se mostraron como auténticos núcleos de algo nuevo ya en los tiempos de la acelerada secularización de las sociedades occidentales. Así, lo que existía con anterioridad, el cristianismo latino, fue durante mucho tiempo la cosmovisión no homogénea, pero muy firme, que permitió otorgar sentido a la vida de la inmensa mayoría de la población europea. Al no desear que el enorme volumen de la investigación previa lo arrase, el estudio se centra en separar los seis aspectos elegidos para desenredar las áreas de la vida humana que nubca estuvieron desconectadas y así exhibir el engranaje interior de los sucesos profundamente interconectados. El horizonte busca ser clarificado desde esa manera de ver las cosas: “Al distinguir analíticamente entre numerosos ámbitos de la vida humana, especialmente ricos en consecuencias, en los cuales surgió la modernidad, seremos capacesa dde ver en ellos, en su conjunto, las condiciones que crearon la modernidad en la era de la Reforma” (p. 21).

Se entiende, entonces, que este movimiento religioso plural, por lo tanto, no fue el único factor desencadenante de la modernidad sino que se sumó a otros procesos que influyeron simultáneamente. El método histórico utilizado se define como “extractivo”, “historia genealógica” o “historia analítica”, pues “se basa en juicios acerca de lo que en el pasado ha tenido más influencia a la hora de hacer de la vida en Europa y en los Estados Unidos lo que hoy en día es, comenzando en la Baja Edad Media” (p. 23). Por ello los aspectos elegidos no son exhaustivos y podrían complementarse con otros, aunque se consideran suficientes para el análisis. En esa línea, agrega el autor, la obra está en deuda con eruditos tales como el economista Albert Hirschman, el filósofo Alasdair McIntyre y el historiador de la ciencia Amos Funkenstein, cuyos trabajos en sus respectivso campos han hecho aproximaciones semejantes. En el tercer caso, ese enfoque ayudó para que Funkenstein identificase los supuestos metafísicos y epistemológicos de las ideologías cientificistas antirreligiosas con el escolasticismo medieval de Duns Scoto y otros. En este punto, es especialmente llamativo el debate que incorpora Gregory en una nota a pie de página sobre la desconocimiento de los “neoateos” acerca de los alcances de la univocidad metafísica en sus propias ideas. Para ello, refiere el libro de Funkenstein, Theology and the scientific imagination from the Middle Ages to the Seventh Century (La teología y la imaginación científica desde la Edad Media hasta el siglo XVII), y un texto suyo de 2009, “Science versus religión? The insights and oversights of the ‘New Atheists’” (“¿La ciencia contra la religión?: las percepciones y descuidos de los ‘neoateos’”). 

De ese modo, Gregory explica que tal metodología le permitió acometer los efectos del cambio religioso a partir de una interrogante básica: “¿Qué aspecto tendría un análisis genealógico de la era de la Reforma y de su impacto que fuera multifacético y de amplio espectro?” (p. 25). La siempre repetida influencia de la Reforma en la conformación de la modernidad demanda una revisión de cómo contribuyeron varias situaciones producidas, directa o indirectamente por aquélla, entre las cuales están la separación de la Iglesia y el Estado, la secularización de las políticas públicas, la privatización de la religión y la libertad de creencias y de cultos. En ese terreno se movió, agrega, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904-1905), de Max Weber, “que trató de discernir los modos en que la transformación capitalista del ascetismo medieval involuntariamente puso los cimientos del dinamismo del capitalismo occidental moderno” (Ídem, énfasis agregado).

De todo esto surge otra pregunta crucial para el abordaje metodológico del papel de la Reforma protestante en el desarrollo del mundo posterior a ella:

¿Cómo podían las dimensiones familiares del impacto de la Reforma —su rechazo de la autoridad de la Iglesia de Roma, su influencia entre la relación entre la Iglesia y el Estado, o sus efectos en la configuración de identidades religiosas socialmente exclusivas, que los historiadores del periodo conocen como “confesionalización”— relacionarse con el repudio de varios aspectos del cristianismo medieval tal como han sido estudiados por Hirschman, MacIntyre y Funkenstein, sino también por otros eruditos? (Ídem)

El “acercamiento genealógico” de Gregory le permitió clarificar “la influencia continua del pasado distante en el presente”, a contracorriente de lo que han hecho otros historiadores al tratar de “compactar” el tiempo, acaso porque se relativiza de más la importancia de esas capas profundas más antiguas para explicar lo que sucede en el presente, sin advertir suficientemente tales efectos, en sus palabras: “los desplazamientos ideológicos e institucionales que ocurrieron hace cinco o más siglos no dejan de ser sustancialmente necesarios para explicar por qué el mundo occidental de hoy es como es” (p. 26).

Con todo, y a pesar del sabor de muchas afirmaciones encaminadas a explicar su método, el autor subraya que éste no es teleológico en ningún sentido, pues, por definición, “el pasado ha hecho del presente lo que éste es, pero las cosas no tenían que resultar [necesariamente] de esta manera” (p. 32, énfasis y corchete agregados). No era forzoso que las cosas llegaran a ser lo que fueron, esto es, que lo inesperado de un movimiento como la Reforma no explica del todo por qué el mundo occidental tuvo que llegar a ser lo que es por esa influencia que a fines de la Edad Media se estaba muy lejos de prever. Eso ayuda a cuestionar de raíz el rechazo típicamente protestante hacia muchos aspectos de las prácticas religiosas medievales (además de las cosmovisiones e instituciones) que el autor aprecia no desaparecidas del todo ni dejadas en el olvido. Por el contrario, persistieron de manera compleja “en interacción con afirmaciones rivales y nuevas realidades históricas que procedieron diferenciadamente de ellas y a su vez las influenciaron” (p. 33). Una visión así permitiría superar las tendencias triunfalistas de algunos historiadores que vieron como inevitable la llegada de una transformación religiosa como lo fue la Reforma del siglo XVI, lo que deformó la comprensión de muchos procesos y de su impacto hasta hoy.

La perspectiva de Gregory se advierte sin cortapisas cuando asume diáfanamente una postura en relación con la valoración completa del movimiento eclesial encabezado por Lutero y otros dirigentes como una especie de respuesta a las interpretaciones extendidas hasta el momento: “Además del deseo intelectual de explicar mejor de lo que lo hacen las narrativas convencionales el modo en el que el pasado distante sigue influyendo en el presente, poniendo particular énfasis en las consecuencias de la era de la Reforma, mis motivaciones para escribir este libro son también de orden práctico y están orientadas al menos a tres cuestiones actuales de importancia considerable” (p. 36). Esas cuestiones son: a) el grado creciente de polarización política y cultural presente en Estados Unidos desde los años 80; b) el cambio climático global y lo que presagia; y c) “la despreocupada e incoherente negación […] de la categoría de verdad, los valores y el significado humanos.

Con todo esto en la mente, el volumen puede aportar una comprensión más matizada de cómo se desarrolló el “ímpetu reformador” desde el aspecto religioso hasta todos los demás para dejar una huella impensada, y no siempre dirigida conscientemente, que produciría de diversos modos mucho de lo que hoy se acepta como resultado de la modernidad, aun cuando no hubiera sido atisbado como algo potencialmente viable.

 

Notas

[1] Brad S. Gregory, La Reforma involuntaria: cómo una revolución religiosa secularizó a la sociedad.Trad. de José Andrés Ancona Quiroz. México, Fondo de Cultura Económica, 2019 (Historia), p. 134. Énfasis original.

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