Ernesto Cardenal y la gran poesía latinoamericana del siglo XX

La lírica hispanoamericana ha perdido una de sus más grandes referencias.

06 DE MARZO DE 2020 · 09:00

Ernesto Cardenal.,
Ernesto Cardenal.

Hace poco me preguntaba un periodista por qué escribo poesía:

por la misma razón que Amós, Nahum, Ageo, Jeremías […]

Hay resurrección de la carne. Si no

¿cómo puede haber revolución permanente?

E.C., Epístola a Monseñor Casaldàliga (1974)

 

Con la desaparición física del notable poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal (nacido en Granada, Nicaragua, en 1925), la lírica hispanoamericana ha perdido una de sus más grandes referencias. Luego del deceso de Nicanor Parra, otro de sus grandes nombres, en 2018, parecería que la poesía escrita en castellano desde América Latina (durante el siglo XX y parte del XXI) ha quedado un tanto huérfana después de una etapa caracterizada por una serie de propuestas que viene desde el boom de las primeras décadas de la centuria pasada (Vicente Huidobro, Pablo Neruda, César Vallejo, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges…), que continuó con otros grandes autores/as (José Lezama Lima, Octavio Paz, Gonzalo Rojas, Blanca Varela…) y culminó, sin ánimo de ser exhaustivos, con otros poetas que mantuvieron muy alto el nivel de este género (Roberto Juarroz, Jaime Sabines, Juan Gelman, Alejandra Pizarnik, José Emilio Pacheco, Enrique Lihn). El subcontinente, más conocido a partir de los años 60 por el boom narrativo, ya había experimentado el impacto de una producción literaria sin par, prácticamente en cada país, que no se ha detenido hasta el momento, ahora con los herederos/as de una tradición cuya enorme huella sigue desdoblándose en las nuevas generaciones de escritores. Estamos ante una obra que inició tempranamente en 1946 (con La ciudad deshabitada, plaquette publicada en México) y culminó solamente con su muerte (Somos polvo de estrellas, 2013, y Así en la tierra como en el cielo, 2018, son sus últimos títulos).

Ernesto Cardenal y la gran poesía latinoamericana del siglo XX

Cardenal leyendo el Nuevo Testamento en Solentiname.

Multipremiado (el galardón Reina Sofía y el Pablo Neruda fueron de los últimos que obtuvo) y publicado por doquier, además de las diversas traducciones de su obra, la figura de Cardenal es muy conocida más allá de los siempre reducidos círculos poéticos por otras razones ligadas al perfil de su persona y de su obra. A ello contribuyó el equívoco, repetido en ocasión de su muerte hasta el cansancio por todas partes, de su participación en el movimiento conocido como “teología de la liberación”, especialmente después del triunfo de la revolución sandinista, en la que participó como militante desde muy joven y luego como funcionario del gobierno que surgió de aquella, lo que le costó una admonición del papa y un fuerte castigo, suspendido pocos meses antes de su muerte. El Evangelio en Solentiname (1975, 1978; comentarios de la comunidad que fundó en el archipiélago de ese nombre) y La santidad de la revolución (1976; allí se incluye la Epístola a Monseñor Casaldàliga, punto de contacto en el que por fin confluyeron ambas visiones cristianas) demuestran cuánto se anticipó a algunas intuiciones de esa teología. Ordenado sacerdote a los 40 años (luego de una iluminación religiosa en 1957 que nunca narró en detalle), ya había estudiado Letras en México y Estados Unidos, teniendo tras de sí una obra que crecería meteóricamente en cantidad y en difusión.

Su orientación religiosa, que lo llevó a ubicarse también en otra gran tradición cultural hispanoamericana, la de poetas-sacerdotes (Azarías H. Pallais, Ángel Gaztelu, Manuel Ponce, Gaspar García Laviana, Pedro Casaldáliga, Osvaldo Pol, entre otros), se fue decantando poderosamente hacia una expresividad libérrima, dominada primero por el llamado exteriorismo, que bebió de la gran lírica estadounidense (suya es una antología de 1963, publicada en España), especialmente a través de Ezra Pound, a quien tradujo admirablemente, para más tarde caer en los brazos de un misticismo alimentado por sus febriles lecturas científicas en los últimos años. Cántico cósmico (1989) es la demostración plena de esta trayectoria que mezcló sin ningún rubor su irrenunciable vocación revolucionaria con la enjundiosa y erótica fe con que vivió la experiencia mística.

Acaso sea Guillermo Sucre (1933), poeta y crítico venezolano, quien mejor ha profundizado en la peculiar manera en que Cardenal fue subsumiendo en su obra cada etapa estética e ideológica a lo largo de su vida y que se materializaron en diferentes momentos con variados tonos y matices: por ejemplo, Homenaje a los indios americanos (1969, primer libro publicado en su país), Quetzalcóatl (1990), Los ovnis de oro (1992), y el muy reciente Canto a México (2019, que presentó allí apenas en diciembre pasado), son muestras claras de su pasión por el pasado prehispánico de América y por la recuperación de un lenguaje basado en las cosmogonías ancestrales mediante un hondo diálogo con su fe católica. Además, fue un poeta de denuncia con una innegable veta profética que sacudió a las multitudes, especialmente por el impacto alcanzado con un poema como Oración por Marilyn Monroe. Otros de sus poemarios famosos como Hora 0 (1960) o Gethsemani, Ky (1964; lugar donde fue discípulo del también poeta y monje trapense Thomas Merton, quien le prologaría los Salmos) dan testimonio de la manera en que fundió sus creencias con la observación profunda de la realidad:

Detrás del monasterio, junto al camino,
existe un cementerio de cosas gastadas,
en donde yacen el hierro sarroso, pedazos
de loza, tubos quebrados, alambres retorcidos,
cajetillas de cigarrillos vacías, aserrín
y cinc, plástico envejecido, llantas rotas,
esperando como nosotros la resurrección.

Sucre escribe, acerca del modo en que Cardenal se situó ante la historia con su esperanza firme en la venida de un mundo nuevo de la mano de la revolución marxista y socialista:

A pesar de sus miserias, la historia para él está penetrada de una teleología superior que conduce inexorablemente a la final felicidad sobre la tierra, al reino de los desposeídos. Cardenal es “un optimista empedernido”, y de ahí que esté más atento en el futuro. Lo dice en uno de sus […] poemas: “Yo he añorado el paraíso toda mi vida / pero ya sé que no está en el pasado / (un error científico en la Biblia que Cristo ha corregido) / sino en el futuro”. […]

Sus Epigramas [1961] —bajo la influencia de Catulo, Marcial y Propercio— eran un acto de rebelión individual, irónica y sarcástica, fundada sobre todo en el poder marginal de la poesía y del amor humano, carnal. En Hora 0 ya es el cronista acucioso e implacable, aunque dejando que los hechos hablaran por sí mismos. A partir de su iluminación religiosa, en cambio, se convierte en el militante de una fe cuya misión es cambiar la historia (La máscara, la transparencia, 1976; 1985; 2016).

Su paráfrasis radical de los Salmos (Universidad de Antioquia, Colombia, 1964) en tiempos de la dictadura somocista a la que combatió y exhibió sin tregua (sobre todo en los Epigramas) fue una de las estaciones más provocadoras de este periplo poético-espiritual adonde la liberación, mucho antes del surgimiento de la teología que lleva ese nombre, traía más bien la marca de la influencia de Camilo Torres, el sacerdote guerrillero. Agrega Sucre: “Aun así, sigue concibiendo la Revolución como la obra de Dios y no de los hombres que no cumplen su mandato. ‘Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido / ni asiste a sus mítines’, dice en el verso inicial de su primer ‘salmo’. Aun confiesa taxativamente en otro: ‘Yo no rindo culto a los líderes políticos’”. Estas palabras las cumplió a cabalidad cuando se enemistó con el actual presidente de Nicaragua pues no dejó de señalar su traición a los ideales de la revolución sandinista.

Juan Pablo II amonestando en público a Ernesto Cardenal.

Juan Pablo II amonestando en público a Ernesto Cardenal.

Este crítico destaca también otra de las grandes cumbres de la obra cardenaliana, Apocalipsis (1965), adonde se hace gala de una imaginería escatológico-política impresionante, otra gran paráfrasis de inspiración bíblica, directamente contextualizada en los acontecimientos del momento, con una crítica feroz al predominio económico estadunidense, sin olvidar su contraparte soviética: “El exterminio atómico universal, que en él se prefigura, es provocado por la Bestia tecnológica, descrita además, de manera significativa, en estos términos:

y el ángel me dijo: esas cabezas que ves a la Bestia son dictadores

y sus cuernos son líderes revolucionarios que aún no son dictadores

pero lo serán después y lucharán contra el Cordero

y el Cordero los vencerá

Me dijo: las naciones del mundo están divididas en 2 bloques —Gog y Magog—

pero los 2 bloques son en realidad un solo bloque

(que está contra el Cordero)

y caerá fuego del cielo y los devorará”.

El remate de ese poema es también digno de recordarse por su rescate de la visión utópica del libro bíblico en su carácter de promotor de esperanza para la humanidad y la creación, con el toque agregado de la aportación cientificista:

Pero los hombres eran libres y esa unión de hombres era una Persona

—y no una Máquina—

y los sociólogos estaban pasmados

Y los hombres que no formaron parte de esta especie quedaron hechos fósiles

y el Organismo recubría toda la redondez del planeta

y era redondo como una célula (pero sus dimensiones eran planetarias)

y la Célula estaba engalanada como una Esposa esperando al Esposo

y la Tierra estaba de fiesta.                      

(como cuando celebró la primera célula su Fiesta de Bodas)

y había un Cántico Nuevo

y todos los demás planetas habitados oyeron cantar a la Tierra

y era un canto de amor.

Ernesto Cardenal y la gran poesía latinoamericana del siglo XX

Cardenal en 1980.

Ciertamente, como sucedió con algunos “poetas militantes” (Neruda, Mario Benedetti, Gelman, Roque Dalton), Cardenal corrió el riesgo de repetirse o de asumir un lenguaje panfletario cuestionable, aunque su perspectiva religiosa fue la que lo sacó a flote con todo y que no le preocuparon tanto los énfasis estrictamente teológicos, pues nunca buscó escribir sobre esos temas desde un énfasis que no fuera literario o tendiente a la fenomenología de lo místico. (En ese sentido, Telescopio en una noche oscura, de 1993, afirma la unión entre sexualidad, erotismo y mística de un modo absolutamente audaz, todo ello anclado en aspectos muy concretos de la biografía del poeta.) Al respecto, puede vérsele en sus últimos años leyendo en su casa el libro La mística de Jesús: desafío y propuesta (Sal Terrae, 2017), del jesuita español Gabino Uríbarri Bilbao, miembro de la Comisión Teológica Internacional. Por su parte, reunió en Este mundo y otro (Trotta, 2011) seis reflexiones sobre ése y otros asuntos. En la que da título al volumen, escribe, como parte de una conclusión muy personal:

En cuanto a Dios (palabra que procuro ocupar lo menos posible) lo único que se puede decir, resumiendo toda la mística en pocas líneas, es que es totalmente incognoscible para nosotros, no podemos pensar en Él, tan sólo podemos amarlo. Lo conocemos por el amor. Thomas Merton se pregunta cómo uno sabe en la oscuridad de la contemplación que “ve a Dios”, y se responde: no lo sabe. Ve a Dios sin saber qué ve, porque en realidad no ve nada. […]

Cristo es el fundamento de la cosmología (p. 58, énfasis agregado).

Unas palabras de la también notable poeta nicaragüense Gioconda Belli, a manera de homenaje, lo pintan de cuerpo entero:

Era místico, pero tenía sus raíces bien plantadas en la tierra. Le gustaba la comida, las salchichas alemanas, el vino, pero vivía como un monje en su casa de Managua, una habitación con una cama, una mesa de noche y una hamaca. […]

Ernesto Cardenal concentraba en él dos rasgos esenciales de la identidad nicaragüense: el espíritu de lucha por el país amado y el amor por la poesía. Sus poemas de juventud, sobre todo sus epigramas, son lo mismo poemas de amor, que filosas condenas contra la dictadura de Somoza. La trapa en Kentucky en la que estuvo en los años cincuenta y donde hizo una amistad inmensa con Tomás Merton, su maestro de novicios, le enseñó que su vocación religiosa no era contemplativa. […]

Harto de la política, Cardenal se sumió en una vida reclusa, y en esa vida, sin embargo, apuntó su telescopio a la noche oscura y empezó a hurgar al Dios del universo. Fascinado con el misterio de la vida humana en medio de esa inescrutable inmensidad, escribió su monumental Cántico cósmico “Somos polvo de estrellas” escribió.

Ahora él está allí, seguramente bien recibido en la Vía Láctea. Para nosotros, Nicaragua, es duro verlo desaparecer. Extrañaremos su boina negra, su figura, su voz leyéndonos poesía, su santa indignación contra la tiranía (“Ernesto Cardenal, poeta del universo”, en El País, Madrid, 2 de marzo de 2020).

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