Inicios de los bautistas en México, de Rubí Barocio Castells (II)

Teófilo Barocio Organza, bisabuelo de la autora, fue el primer pastor bautista mexicano de la capital del país.

14 DE FEBRERO DE 2020 · 09:30

Foto de familia de la Convención Nacional Bautista de 1910 en Ciudad de México.,
Foto de familia de la Convención Nacional Bautista de 1910 en Ciudad de México.

En el capítulo tercero de la obra de Rubí Barocio Castells desemboca de manera natural la investigación sobre el inicio de la obra bautista en la República Mexicana. Es el más amplio (casi 160 páginas) y en él se despliega la vida, obra y legado de Teófilo Barocio Organza, bisabuelo de la autora, el primer pastor bautista mexicano de la capital del país. En el primer apartado del capítulo se expone la actuación de los misioneros pioneros en México, a saber, Tomás Westrup y Santiago Hickey, entre 1861 y 1869. El trazo cronológico de esta temática arranca desde los años en que James Thomson estuvo en el país (1827-1830 y 1842-1844), en medio de la conflictividad política propia de una nueva nación, para luego abundar en los sucesos previos a la nueva presencia misionera bautista que reaparecería en 1861. Según Barocio Castells, Hickey “representa al típico misionero y pastor del siglo XIX” (p. 105) que llegaba a un país de cultura y costumbres diferentes para hacer una auténtica labor de apostolado, en este caso, muy influido “por el movimiento misionero que crecía dentro de las asociaciones bautistas inglesas en aquellos días: la fundación de Sociedades de las misiones extranjeras, de la Sociedad Bíblica de Inglaterra y de los informes de los misioneros que llegaban desde Asia y África”.

Hickey se estableció en Matamoros, Tamaulipas, y desde allí viajaría a otros estados como estados como Nuevo León, Coahuila y Zacatecas. Durante cuatro años (1862-1866) recorrió Nuevo León y otros poblados vecinos, coincidiendo con la presencia de Westrup, “quien, al morir Hickey, tomaría su puesto como agente de la Sociedad Bíblica Americana, el 1 de febrero de 1867”. Westrup había llegado a México desde 1852 procedente de Inglaterra. La familia Barocio, a su vez, remitía su origen al arquitecto italiano Vicencio Baroccio y Escaiola, quien apareció en el país alrededor de 1656. Esta familia se estableció en Nuevo León a principios del siglo XVIII y emparentó con otros grupos locales de cierta importancia. Los antecesores de Teófilo Barocio se remontan hasta 1728. Su padre, Rafael, se casó en 1852 con Dolores Ondarza, como parte de la población de Montemorelos, donde eran conocidos por sus ideas liberales, su liderazgo y su apego a la lectura. En medio del revuelo social causado por las pugnas entre los liberales y los conservadores de la época, Hickey llegó a ese lugar a vender libros y documentos anti-católicos (resúmenes de las ideas bautistas) a principios de 1866, algunos de los cuales fueron adquiridos por los Barocio. “Estos textos y la literatura política liberal del momento mostraban otra opción de creencia y de vida. Los libros mencionados volvían al lector hacia la sencillez del Evangelio, por lo que podemos afirmar que esas lecturas debieron de haber sido de gran influencia en las mentes y corazones de aquellos hombres y sus familias” (p. 119).

La lectura y discusión de esos textos ocasionó que esta familia decidiera aceptar la nueva fe y los gemelos Rafael y Miguel fueron bautizados por Juan Westrup el 5 de mayo de 1869, aunque con el rito anglicano, por lo que Tomás Westrup los volvió a bautizar por inmersión 20 días después. Así nació la iglesia evangélica de Montemorelos y entre 1864 y 1880 la presencia de esta confesión comenzó a crecer en otras localidades cercanas a Monterrey, la capital del estado. No dejó de haber, ya desde esos momentos iniciales, rencillas entre las diversas denominaciones representadas (específicamente bautistas y presbiterianos), pues buscaban adjudicarse el mayor número de espacios ganados. Barocio Castells señala concretamente los conflictos entre Melinda Rankin (aunque la autora la llama Melissa) y Hickey, y puntualiza que ella “escribió y envió informes a la Junta Americana en los cuales se daba el crédito de ser la primera misionera en haber entrado al norte de México” (p. 124). En 1870 la iglesia de Montemorelos optó por definirse como bautista, después de varios intercambios desagradables.

Teófilo Barocio nació el 8 de enero de 1867. Ese año fue derrotado el emperador austriaco invasor Maximiliano de Habsburgo y tomó de la gubernatura de Nuevo León el general liberal Jerónimo Treviño. Como buen niño evangélico, creció en un ámbito donde la lectura se practicaba intensamente: “El ambiente en que creció Teófilo fue de gran cercanía a los misioneros y misioneras, a su doctrina, a sus trabajos y a sus conflictos. La influencia de estos adultos significativos fue fundamental en la formación de esta primera generación de padres y maestros evangélicos” (p. 133). Fue bautizado en abril de 1887 y siguió desarrollándose en el contexto religioso comunitario hasta que alrededor de 1888 se trasladó a la Ciudad de México para trabajar como impresor de la revista bautista La Luz. Allí, la obra denominacional comenzó seis años antes con el misionero Guillermo T. Green. Varias páginas se dedican a la reconstrucción de esos inicios misioneros (pp. 136-146).

Inicios de los bautistas en México, de Rubí Barocio Castells (II)

Primera Iglesia Bautista de Ciudad de México.

La Luz (iniciada en 1885 por W.H. Sloan, mismo año en que apareció El Faro, de la iglesia presbiteriana) se sumó a otras publicaciones bautistas anteriores, como El Coadjutor, El Aductor, El Mexicano Bautista (la misma, con sus cambios de nombre) y El Heraldo Mexicano. En esa revista, Barocio Ondarza se desempeñó como editor y escritor dando a conocer artículos y exposiciones de temas bíblicos. Asimismo, participó en las reuniones de la Alianza Evangélica, un grupo interconfesional que reunió a diferentes líderes eclesiásticos. Se casó en agosto de 1889 y dos años después llegó a ser pastor adjunto de la Primera Iglesia Bautista de la capital. A partir de 1892 ejerció como secretario de la iglesia y ese mismo año fue electo secretario de la Alianza Evangélica (no siempre bien aceptada por la iglesia bautista, que finalmente rompería con ella), desde donde se lanzaron varios proyectos conjuntos. Posteriormente sería el cronista oficial de su iglesia y, más tarde, enfrentaría dificultades con la llegada de un nuevo pastor estadunidense (quien lo cuestionó por ejercer sin ser ordenado), aun cuando fue ratificado. Finalmente, fue el primer pastor ordenado por los bautistas en la capital mexicana en diciembre de 1894, a partir de la cual participó en diversas actividades interdenominacionales. En julio de 1895 se trasladó para ser pastor en San Luis Potosí, adonde nacieron sus dos hijos menores.

Entre 1899 (luego de la Gran Convención Nacional Evangélica celebrada en San Luis) y 1905 fue uno de los primeros misioneros bautistas extranjeros en Cuba, desde donde envió notas informativas a La Luz, bajo el título “Noticias de Santiago de Cuba” y, más tarde, en la sección “Brisas del campo”. El 6 de mayo de 1990 se dedicó el primer templo bautista de esa ciudad. Desde allí colaboró en la elaboración de una Concordancia Española de las Santas Escrituras. “Durante su estancia en Cuba, el pastor Barocio, no sólo participó en reuniones de tipo religioso sino que también concurría a todos los actos conmemorativos de la Patria y en muchas ocasiones dejó oír su elocuente palabra ante las tumbas de Martí y Céspedes. También colaboró en la redacción del periódico bautista El Cubano Libre” (p. 175). En 1901 enfermó de fiebre palúdica. Barocio buscó “hacer crecer el espíritu nacionalista entre los miembros de sus iglesias y misiones en Cuba. Las fiestas tenían un carácter de tipo nacionalista puesto que se decoraban con la bandera del país y con lemas como ‘Cuba para Cristo’. Se iniciaban con oraciones, luego un sermón con la participación de los pastores y finalmente los miembros de la iglesia tomaban la palabra” (pp. 177-178).

Además, cooperó en la publicación del primer periódico bautista de la Convención de Cuba Oriental, El Mensajero, cuyo primer número vio la luz en enero de 1904, sin perder de vista lo que acontecía en México, adonde volvería en enero de 1905, en “una nueva época de trabajo […], con la experiencia que ya había tenido en Cuba, llega con nuevas fuerzas y a una sociedad muy diferente a la que conocía años atrás” (p. 194). Empezaría así una nueva y fructífera etapa en su ministerio que marcaría el final de su vida.

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