“Ese venero, ese manantial”: Presencia de la Biblia en la cultura de Occidente (I)
“La Biblia, más que un libro, es una literatura”. La variedad de géneros y estilos, de temas y relatos, hacen de la Biblia un auténtico venero, un océano de posibilidades para ver desplegada la experiencia humana en todas sus variantes.
14 DE MAYO DE 2015 · 20:50

Me gusta remojar la palabra divina, amasarla de nuevo, ablandarla con el vaho de mi aliento, humedecer con mi saliva y con mi sangre el polvo seco de los libros sagrados y volver a hacer marchar los versículos quietos y paralíticos con el ritmo de mi corazón. Me gusta desmoronar esas costras que han ido poniendo en los poemas bíblicos la rutina milenaria y la exégesis ortodoxa de los púlpitos para que las esencias divinas y eternas se muevan otra vez con libertad. Después de todo, digo otra vez que estoy en mi casa. El poeta al volver a la Biblia, no hace más que regresar a su antigua palabra, porque ¿qué es la Biblia más que una Gran Antología Poética hecha por el Viento y donde todo poeta legítimo se encuentra? […]
León Felipe, “Qué es la Biblia?”, en Ganarás la luz (1943)
El impacto de una “literatura sagrada”
Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, escribió sobre la excepcional riqueza y diversidad de los documentos reunidos en la Biblia que hacen justicia al significado original de esta palabra, pues la Biblia es una auténtica biblioteca:
¡Qué idea excepcional, la de reunir textos de distintos autores y distintas épocas y atribuirlos a un autor único, el Espíritu! ¿No es maravilloso? Es decir, obras tan dispares como el Libro de Job, el Cantar de los Cantares, el Eclesiastés, el Libro de los Reyes, los Evangelios y el Génesis: atribuirlos todos a un solo autor invisible. Los judíos tuvieron una magnífica idea. Es como si alguien pretendiera conjuntar en un solo tomo las obras de Emerson, Carlyle, Melville, Henry James, Chaucer y Shakespeare, y declarar que todo proviene del mismo autor (“La literatura de mis días”, 1983).
En su caso, y como él mismo dio testimonio varias veces, llevaba la Biblia “en la sangre”. Prueba de ello son las múltiples alusiones a lo largo de su obra y los prólogos que escribió a las traducciones del libro de Job y del Cantar de los Cantares, de Fray Luis de León.
Asimismo, sus poemas sobre el Eclesiastés y los Evangelios son magníficos; así, el dedicado a “Juan 1, 14” es ejemplar: “He encomendado esta escritura a un hombre cualquiera; / no será nunca lo que quiero decir, / no dejará de ser su reflejo. / Desde mi Eternidad caen estos signos”.
Y en otro momento, resumió: “La Biblia, más que un libro, es una literatura”. La variedad de géneros y estilos, de temas y relatos, hacen de la Biblia un auténtico venero, un océano de posibilidades para ver desplegada la experiencia humana en todas sus variantes.
Asomarse a su influencia en la cultura de Occidente, es una magnífica oportunidad para constatar la manera en que estos textos sagrados han contribuido a modelar el pensamiento, las creencias y las mentalidades, a tal grado, que resulta impensable imaginar el mundo, tal como se ha conocido hasta hoy, sin su presencia en todos los niveles de la existencia.
Con ello no se quiere decir que el aprecio que tiene se refleje necesariamente en las estructuras sociales, políticas o educativas de los diversos países, sino más bien que el legado bíblico permea ampliamente su espectro cultural y rebasa, con mucho, los esfuerzos institucionales que se realizan para promover su lectura e interpretación.
Hace algunas décadas, dos estudiosos evangélicos latinoamericanos indagaron este tema desde perspectivas diferentes: don Aristómeno Porras (más conocido por su seudónimo Luis D. Salem) lo hizo en un par de cuadernillos atinados y sensibles.
Más tarde, Luis Rublúo Islas dedicó una columna periodística a dar cuenta de las aficiones bíblicas de un centenar de estadistas, escritores, músicos o artistas, y la lista es verdaderamente larga.
En Un prefacio a la Biblia hebrea (1996), el notable crítico George Steiner ha delineado con gran profundidad el impacto de ese texto sagrado en la civilización occidental al momento de acompañar a los lectores en el peregrinaje intelectual, espiritual y existencial que representa acercarse a esos textos antiguos, pero siempre vivos:
En Occidente, pero también en otras partes del planeta donde el “Buen Libro” ha sido introducido, la Biblia determina, en buena medida, nuestra identidad histórica y social. Proporciona a la conciencia los instrumentos, a menudo implícitos, para la remembranza y la cita. Hasta la época moderna, estos instrumentos estaban tan profundamente grabados en nuestra mentalidad, incluso —tal vez especialmente— entre gentes no alfabetizadas o pre-alfabetizadas, que la referencia bíblica hacía las veces de auto-referencia, de pasaporte en el viaje hacia el ser interior de la persona.
Semejante familiaridad hace de la Biblia un libro casi omnipresente, directa o indirectamente: “No hay otro libro como éste; todos los demás están habitados por el murmullo de ese manantial lejano”.
Y agrega también un recuento muy elocuente acerca de los diversos desdoblamientos del texto bíblico en el seno de las culturas, poniendo el énfasis en la literatura como ambiente natural, sin olvidar las demás áreas porque un panorama así quedaría incompleto si no se incluyen los demás espacios del saber y la existencia:
Todos nuestros demás libros, por diferentes que sean en materia o método, guardan relación, aunque sea indirectamente, con este libro de libros. Guardan relación con los hechos de un discurso articulado, de un texto dirigido al lector, con la confianza en unos medios léxicos, gramaticales y semánticos, que la Biblia origina y despliega en un nivel y con una prodigalidad no superados desde entonces. Todos los demás libros, ya sean historias, narraciones imaginarias, códigos legales, tratados morales, poemas líricos, diálogos dramáticos, meditaciones teológico-filosóficas, son como chispas, muchas veces desde luego lejanas, que un soplo incesante levanta de un fuego central.
Steiner lleva a cabo una constatación indiscutible que documenta con gran sensibilidad: “Parece evidente que la Santa Biblia […] es el acto lingüístico más publicado y difundido sobre la faz de la tierra”. Existen diversas formas de abordar tal influencia de las Escrituras judeo-cristianas en el mundo occidental: una de ellas, bastante elemental, consistiría en observar cómo los textos que la conforman, especialmente el Antiguo Testamento, son la base de nuevas historias, como sucedió con Thomas Mann en José y sus hermanos (1933-1943).
En el caso del Nuevo Testamento, podemos hablar de una visión más universal y amplia de la cultura y el diálogo con la fe, a partir del hecho de que las enseñanzas de Jesucristo salieron de las fronteras del antiguo Israel para traducirse, en todos los sentidos del término, en espacios que las recibieron y las incorporaron de manera peculiar.
Ese diálogo cultural ha producido con el paso del tiempo expresiones variadas que forman parte del patrimonio de las sociedades y de las iglesias. Aunado a esto, debe subrayarse que la fuerza de estas manifestaciones se debe también a la profundidad con que los textos sagrados abordan las grandes zonas de la experiencia humana.
En ese sentido, es obligado subrayar la intuición visionaria de los profetas y los sabios bíblicos que vislumbraron una evolución continua en las formas de religiosidad a fin de superar los estadios más primitivos también evidenciados en sus páginas milenarias.
Al intentar esbozar la presencia y el impacto de la literatura bíblica en la cultura, primeramente, y después, de manera específica, en la cultura occidental, saltan a la vista varios aspectos que merecen una explicación para el gran público, debido a las vastas dimensiones del tema.
Primeramente, hay que decir que toda buena literatura se ve reflejada en muchas zonas de la realidad humana y, en el caso de la Biblia, ella misma ha contribuido a conformar mediante sus historias y enseñanzas buena parte del imaginario cultural de Occidente.
Lo mismo podría decirse de otras tradiciones culturales, como en el Oriente, adonde la influencia también se echa de ver en el mismo tenor, aunque con desarrollos distintos. El simple hecho de hablar de “literatura bíblica” ya es un salto cualitativo para buscar en el seno de la cultura las formas en que se ha desplegado y desenvuelto como una presencia viva y dinámica.
De esa manera, al hablar de cultura es posible remitirse no sólo a las diversas creaciones musicales, literarias o pictóricas sino también a las producciones del ámbito popular donde, por otro lado, se aprecian intensamente los asuntos bíblicos transfigurados en una multitud de variaciones.
(Fragmento del texto que aparecerá en la Biblia de la Reforma, de la Sociedad Bíblica de España.)
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