El Progreso del Peregrino / La Peregrina, de John Bunyan

22 DE JUNIO DE 2023 · 18:00

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Un fragmento de “El Progreso del Peregrino / La Peregrina” (Este volumen de la Biblioteca de Clásicos Cristianos está coeditado entre Abba y Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Comienza el sueño del autor:
 Cristiano, convencido de pecado,
Huye de la ira venidera, y Evangelista lo dirige a Cristo

 

Iba yo caminando por el desierto de este mundo, cuando

me encontré en un paraje donde había una cueva. Me recogí

en ella fatigado, y habiéndome quedado dormido, tuve el

siguiente sueño.

Vi a un hombre en pie, cubierto de andrajos, vuelto de espaldas

a su casa, con una pesada carga sobre sus hombros y un libro en sus

manos. Fijando en él mi atención, vi que abría el libro y leía en él, y según

iba leyendo, lloraba y se estremecía; hasta que, no pudiendo contenerse más,

emitió un doloroso lamento y exclamó:

—¿Qué haré?1.

 

En este estado regresó a su casa, procurando reprimirse todo lo posible

para que su mujer y sus hijos no se percatasen de su dolor. Mas no pudiendo

disimularlo por más tiempo, porque su malestar aumentaba, se descubrió

ante ellos y les dijo:

 

—Queridísima esposa mía; y vosotros, hijos de mi corazón: yo, vuestro

amante amigo, me veo perdido por razón de esta carga que me abruma.

Además, sé ciertamente que nuestra ciudad va a ser abrasada por el fuego

del Cielo, y todos seremos envueltos en una catástrofe terrible si no hallamos

remedio para escapar, el cual hasta ahora no he encontrado.

 

Grande fue la sorpresa que estas palabras produjeron en todos sus parientes:

no porque las creyesen verdaderas, sino porque las consideraban resultado

de algún delirio. Y puesto que la noche estaba ya muy próxima, se

apresuraron a llevarlo a la cama, con la esperanza de que el sueño y el reposo

calmarían su cerebro. Pero la noche le resultaba tan molesta como el día: sus

párpados no se cerraron para descansar, y la pasó entre lágrimas y suspiros.

Interrogado por la mañana acerca su estado, respondió:

 

—Me siento peor, y mi mal crece a cada instante.

Y como empezase a repetir las lamentaciones de la tarde anterior, se endurecieron contra él, en lugar de compadecerle. Intentaron entonces recabar

mediante la aspereza aquello que con la dulzura no habían conseguido: unas

veces se burlaban, otras le reñían, y otras le dejaban completamente abandonado.

 

No le quedaba, pues, otro recurso que encerrarse en su cuarto para orar y llorar —tanto por ellos como por su propia desventura—; o salirse al

campo y desahogar en su espaciosa soledad la pena que tenía en el corazón.

En una de estas salidas lo vi muy decaído de ánimo y sobremanera desconsolado; leyendo en su libro, según tenía por costumbre. Y mientras leía le oí de nuevo exclamar:

 

—¿Qué debo hacer para ser salvo?2

 

Sus miradas inquietas se dirigían a una y otra parte, como buscando un

camino por donde huir; pero permanecía inmóvil, porque no lo hallaba.

Entonces vi venir hacia él a un hombre llamado Evangelista, y escuché el

siguiente diálogo:

Evangelista.— ¿Por qué lloras?

Cristiano.— (Tal era su nombre). Este libro me dice que estoy condenado

a morir; y que después he de ser juzgado3; y yo no quiero morir, ni estoy

preparado para el Juicio.

Evang.— ¿Por qué no has de querer morir, cuando tu vida está plagada de

tantos males?

Crist.— Porque temo que esta carga que llevo sobre mí me ha de hundir

más hondo que el sepulcro, y que he de caer en Tofet4. Y si no estoy preparado

para ir a la cárcel, menos lo estoy para el Juicio, y muchísimo menos para

el tormento. ¿Cómo no quiere que llore y me estremezca?

Evang.— ¿Entonces, por qué no tomas una resolución? Ten, lee.

 

Crist.— (Recibiendo un rollo de pergamino y leyendo). «Huye de la ira

venidera!»5. ¿Adónde y por dónde debo huir?

Evang.— (Señalando a un campo muy espacioso). ¿Ves esa puerta angosta?6.

Crist.— No.

Evang.— ¿Ves allá, lejos, el resplandor de una luz?7.

Crist.— ¡Ah, sí!

Evang.— No la pierdas de vista: ve derecho hacia ella y encontrarás la

puerta; llama, y allí te dirán lo que debes hacer.

 

Notas

1 Hechos 2:37

2 Hechos 16:30-31

3 Hebreos 9:27

4 Isaías 30:33

5 Mateo 3:7

6 Mateo 7:13-14

7 Salmo 119:105; 2 Pedro 1:19

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