“La comunidad atractiva”, de Mark Dever y Jamie Dunlop

Debemos evangelizar. Y debemos enseñar a cada nueva generación de conversos a observar todo lo que Cristo ha mandado. En otras palabras, debemos discipular.

13 DE MAYO DE 2021 · 18:00

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “La comunidad atractiva”, de Mark Dever y Jamie Dunlop (Editorial Peregrino, 2021). Puede saber más sobre el libro aquí.

Lo que perdemos cuando la comunidad no es evidentemente sobrenatural

En el primer capítulo de este libro, argumenté que cuando construimos una comunidad de iglesia principalmente en torno a algo diferente al evangelio, ponemos en riesgo los propósitos de Dios para la iglesia. Pero, ¿qué estamos dejando de lado exactamente? Comencemos con el mandato de Jesús a su iglesia que se encuentra al final del libro de Mateo:

Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén (28:18-20).

Con el riesgo de simplificar demasiado, hay dos claves principales en esta Gran Comisión. Somos llamados a compartir el evangelio con todas las naciones; bautizando a aquellos que creen. En otras palabras, debemos evangelizar. Y debemos enseñar a cada nueva generación de conversos a observar todo lo que Cristo ha mandado. En otras palabras, debemos discipular.

Cuando cultivamos una comunidad de iglesia local que no es evidentemente sobrenatural, ponemos en riesgo ambas claves de nuestra comisión. Ponemos en riesgo nuestra evangelización y ponemos en riesgo nuestro discipulado

 

1. Ponemos en riesgo la evangelización

Las palabras de Jesús en Juan 13 describen nuestro poder en la evangelización: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (v. 35). Y no cualquier tipo de amor servirá. El versículo anterior establece el estándar para este amor: «como yo os he amado, que también os améis unos a otros». El amor que identificará a los creyentes como seguidores de Jesús es el mismo tipo de amor que Jesús nos muestra: costoso, que exalta a Dios y sobrenatural. Es un amor con la profundidad de la cruz; es un amor con una amplitud que llega desde el Cielo hasta la tierra. «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Jn. 4:19).

Ahora, ¿existe amor en una comunidad que está formada en torno a algo diferente al evangelio? Claro que sí. Piensa en el tipo de comunidad que encontrarías en los alcohólicos anónimos, en algún club o en la página de Facebook de tu banda favorita. Existe una amistad allí —incluso afecto— que es maravilloso y real. Pero, ¿es este el amor —inexplicable sin Dios— que Jesús describe en Juan 13? No. Es el amor natural que el mundo reconoce. El amor de Juan 13 y Efesios 3 es sobrenatural. Cuando la comunidad de la iglesia local desafía la explicación natural, confirma así el poder sobrenatural del evangelio. […]

 

2. Ponemos en riesgo el discipulado

Pero la evangelización no es la única que muere. Una comunidad que no es evidentemente sobrenatural también pone en riesgo el discipulado. […]

En Mateo 28, Jesús nos ordenó enseñar a sus discípulos que guarden todas las cosas que él ha mandado. Debemos permanecer fieles a la enseñanza de Jesús nosotros mismos, y luego encomendarla a los que vienen después de nosotros (2 Ti. 2:2). En Efesios 4, vemos este mandato en acción:

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (vv. 11-16).

Observa el versículo 14 nuevamente: «para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error». Esto es discipulado en acción: estabilidad en doctrina, resistencia a las falsas enseñanzas, y perseverancia para guardar todo lo que Jesús nos ordenó, sin importar lo que venga.

Dios usa a maestros fieles para preservar nuestro discipulado de Jesús, ¿no es así? ¡No! No exactamente. Fíjate en la cadena de causa y efecto en el pasaje. Comienza con Cristo, quien nos da ministros de la Palabra (v. 11). Pero estos líderes no nos protegen directamente.4 En cambio, son llamados a «perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (v. 12). El enfoque está en la congregación. Ahora, ¿qué significa ser edificados? Veamos el versículo 13: «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo». Esto es lo que finalmente completa esta cadena de oro que tiene como resultado un discipulado inquebrantable. Cristo nos da líderes. Ellos preparan a la congregación para el servicio. Como resultado, la congregación crece en unidad y madurez. Y es a través de esta fortaleza congregacional que resistiremos ser «llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (v. 14).

     Los credos, las confesiones y las declaraciones de fe son útiles. La responsabilidad denominacional es beneficiosa. La enseñanza pública sana no tiene precio. Pero nada protege el evangelio como la comunidad sobrenatural de fe que la predicación de ese evangelio produce. Pierde lo sobrenatural de esa comunidad y me temo que en una generación o algo así, habrás perdido el evangelio.

[…]

La comunidad cristiana hace que la fe sea plausible. Cuando soy tentado a creer las mentiras de este mundo, la comunidad me ayuda a recordar que la verdad de Dios es perfecta. Repite ese retorno a la fe después de un momento de duda o tentación una docena de veces, y tendrás una semana típica en mi vida. Repítelo cientos de veces, y tienes una semana fiel en la vida de una iglesia. Repítelo un millón de veces más y el evangelio se preserva para la próxima generación. Debemos mantener «firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza» (He. 10:23) conforme nos estimulamos «al amor y a las buenas obras» (v. 24), por lo que nunca debemos descuidar congregarnos (v. 25). La iglesia local es el mecanismo de Dios para proteger un evangelio no adulterado. Por eso es que Pablo puede llamar a la iglesia «columna y baluarte de la verdad» (1 Ti. 3:15).

Vale, podrías decir, entiendo que la comunidad cristiana es parte de la preservación de nuestro discipulado de Cristo. Pero, ¿no serviría cualquier comunidad cristiana? ¿No valdría el club de running de mi iglesia? ¿O mis amigos cristianos de mis días de universidad? ¿Qué tiene esto que ver con la comunidad «sobrenatural» de la iglesia local?

Piensa por un momento en esas dimensiones de amplitud y profundidad en la comunidad que mencioné en el capítulo 1. Evaluémoslas para un individuo cuya comunidad cristiana principal son sus amigos de la universidad. Tienen mucho en común, por lo que son muy cercanos. Pero el compromiso del uno con el otro no es necesariamente más profundo que la afinidad natural que comparten. Compara eso con un creyente judío y un gentil en la iglesia de Éfeso. Tienen poco en común desde un punto de vista mundano. Por tanto, de una forma contraria a la intuición, la profundidad de su compromiso mutuo es mucho mayor. En vez de depender de la afinidad natural, depende del amor de Cristo, que es sólido como una roca. Podrías tener esa profundidad de compromiso con tus amigos de la universidad, pero no necesariamente; ya que hay muchas más razones superficiales para estar comprometidos el uno con el otro. En una iglesia local donde los creyentes se comprometen a partir de la obediencia a Cristo, existe una profundidad de compromiso que da poder para hablar con coraje la verdad en amor (Ef. 4:15). En un grupo de amigos de la universidad, donde la profundidad de la relación proviene de la afinidad natural, no hay tal garantía.

La comunidad del tipo «amigos universitarios» falla en su falta de amplitud también. En Efesios 4:16, Pablo explica cómo funciona la cadena de oro que describí: cuando cada parte del cuerpo funciona adecuadamente. Pero cuando algunas partes faltan, ¿cómo puede suceder esto? Según Pablo, necesitamos todo el cuerpo para preservar nuestra doctrina, no solo las partes con las que nos sentimos más cómodos. Necesitamos personas que sean diferentes a nosotros para mantenernos fieles al evangelio.

     ¿Por qué existe tu iglesia en primer lugar? Ciertamente una parte clave de su propósito es ir y hacer «discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado». Tu iglesia puede conseguir muchas cosas sin una comunidad sobrenatural, pero estará muy limitada a la hora de cumplir la misión dada por nuestro Maestro y Hacedor.

 

¿QUÉ HACE QUE UNA COMUNIDAD SEA SOBRENATURAL?

[…] En Lucas 7, una mujer pecadora lava los pies de Jesús con sus lágrimas y los unge con perfume; para el horror de Simón el fariseo, que observaba. Jesús responde explicando una parábola sobre cómo un hombre al que se le perdona una gran deuda ama a su acreedor más que un hombre al que se le perdona una deuda pequeña. Luego él resume todo en una declaración: «Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama» (v. 47).

Las palabras de Jesús captan la justicia propia del fariseo y le dan la vuelta a todo. El fariseo pensó que estaba perdonado por Dios por lo mucho que amaba a Dios. Y al principio, eso parece ser exactamente lo que Jesús está diciendo: «sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho». Amamos a las personas para que Dios nos ame.

Sin embargo, a medida que Jesús sigue nos damos cuenta de que no se trata de esto. «Mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama». El amor no causa el perdón. Es al revés, ¿cierto? ¡El perdón causa el amor! De esto se trataba la parábola de Jesús. El erudito bíblico G. B. Caird resumió esto bien: «Su amor no fue el fundamento de un perdón que ella había venido a buscar, sino la prueba de un perdón que llegó a agradecer».6 Y por eso Jesús le asegura: «Tu fe te ha salvado, ve en paz» (v. 50).

Nuestro amor es proporcional a nuestro entendimiento del perdón. Y puesto que nuestro perdón es sobrenatural, tenemos la habilidad, como cristianos, de amar a Dios de manera sobrenatural.

Además, amar a Dios es amar a otros cristianos. No existe excepción para esta regla. «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso» (1 Jn. 4:20). De ahí la declaración anterior de Juan: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (4:19). Habiendo quitado todo lo demás, este es el núcleo iridiscente y radiactivo de una comunidad sobrenatural en la iglesia local. Un perdón sobrenatural produce un amor sobrenatural. Consideremos cada uno por separado.

 

1. Un perdón sobrenatural

Los cristianos son aquellos cuyos pecados han sido perdonados a través de la muerte expiatoria y resurrección de Jesucristo. ¿Qué hace que nuestro perdón sea sobrenatural? El hecho de que, aparte de lo milagroso, es imposible. Entra en la doctrina del pecado. Nuestra rebelión voluntaria contra un Dios bueno y santo ha ofendido su justicia perfecta y ha provocado su ira justa contra nosotros. Estamos, como dice un antiguo credo, «por naturaleza completamente desprovistos de esa santidad requerida por la ley de Dios, inclinados totalmente hacia la maldad; y por tanto bajo justa condenación hacia la ruina eterna, sin defensa o excusa».7

Nuestro problema más fundamental no es la falta de significado en la vida. No es que nos sintamos poco realizados, insatisfechos o desconocidos en la comunidad; o cualquier otra cosa que tan a menudo tratamos de «vender» en nuestra evangelización.

Nuestro problema es el pecado. Nuestro pecado es atroz. Y nuestra salvación no es concebible por la imaginación humana. Si hemos transgredido la justicia de un Dios infinitamente buen y santo (y lo que es más, si lo hemos hecho porque queremos ser dios en su lugar) ¿qué podemos hacer? Si Dios pasa por alto nuestro pecado, deja de ser bueno. Si nos juzga, somos condenados al Infierno. Y aun así, como dice ese maravilloso verso en 2 Corintios, «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (5:21). El milagro de la expiación es que hay un camino para que Dios sea ambas cosas, tanto el justo como el que justifica a los pecadores (para parafrasear Ro. 3:26). La misericordia y la justicia se encontraron cuando el Hijo de Dios sin pecado fue sacrificado, de un modo imposible, en nuestro lugar. Nuestro perdón como cristianos es profundamente sobrenatural.

 

2. Un amor sobrenatural

Amamos a Dios en la medida que entendemos su perdón. Y, claro, amar a Dios es amar a aquellos que están a nuestro alrededor. Lo que Jesús dice en Lucas 7 pudiera llamarse una ley inviolable del universo espiritual. Aquellos a los que se les ha perdonado mucho amarán mucho. No hay excepciones. Citando 1 Juan nuevamente: «Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (4:20). Nuestro amor el uno por el otro es la señal visible de que comprendemos el amor de un Dios invisible. Un corazón frío que no ama sugiere una de dos cosas. O nunca ha sido perdonado o no aprecia la profundidad de su perdón. De hecho, gran parte de nuestro crecimiento en Cristo simplemente es crecimiento en nuestro entendimiento de lo que Cristo ha hecho por nosotros.

Nunca podemos ser perdonados más de lo que lo somos en el momento de nuestra salvación. Sin embargo, a medida que entendemos mejor nuestro pecado y entendemos la cruz, mejor entendemos nuestro perdón; lo cual fluye hacia fuera como más amor. Entonces, ¿qué es lo sobrenatural en cuanto al amor que existe en una comunidad de la iglesia local? Este amor es potenciado no porque las personas sean fáciles de amar o por nuestra propia bondad, sino por el perdón sobrenatural de Cristo en la cruz.

La comunidad sobrenatural en la iglesia local se da cuando este principio se lleva a cabo cientos de veces cada semana. Las personas en nuestras iglesias comprenden su pecado. Comprenden lo aparentemente absurdo —y sin embargo la realidad— del perdón en Cristo. Esa chispa se convierte en amor por Dios, lo cual a su vez crea amor por los demás. Por tanto, no aman por su propia fortaleza humana, sino por la fortaleza sobrenatural de Aquel que les amó primero.

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