La sequía espiritual
La sequía espiritual, una amarga prueba (I)
Varias metáforas bíblicas nos ilustran la naturaleza de la experiencia cristiana presentándola como una vida exuberante y fructífera. El salmista afirmó que el creyente es «como árbol plantado junto a arroyo de aguas, que da su fruto a su tiempo y su hoja no cae» (Sal. 1:3)
11 DE JULIO DE 2008 · 22:00
Y en el último libro de la Escritura se nos presenta la nueva Jerusalén regada por «un río limpio de agua de vida... en medio de la calle de la ciudad, a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida... y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones» (Ap. 22:1-2).
Todo nos da a entender que la fe nos une a Dios en comunión vivificante. Y en esa comunión hallamos paz, gozo, esperanza, vigor y una invitación a su servicio que da sentido pleno a nuestra vida. Cuando vivimos esta experiencia entendemos el significado espiritual del agua y damos gracias a Dios por sus efectos.
Pero no siempre vivimos «junto a arroyos de aguas», pues no siempre nuestra comunión con Dios es lo que debiera ser. De vez en cuando (¿o con frecuencia?) pasamos por la experiencia de la sequía espiritual. David expresó esta situación con un lamento angustioso: «Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas» (Sal. 63:1). Si terrible es una sequía física pertinaz, más lo es la sequía espiritual.
I. CÓMO SE MANIFIESTA
En los periodos de sequía el creyente es víctima de la apatía y de una cierta insensibilidad. Lee la Biblia, pero ésta no le dice nada; la encuentra árida (¿proyección de su propia aridez interior?), carente de mensaje para su alma.
Ora, pero la oración ha perdido fervor. Ha degenerado en rutina fría; se tiene la impresión de que no sube más allá del techo; no se espera que tenga efectos objetivos, y subjetivamente resulta ineficaz.
La asistencia a los cultos de la iglesia se convierte en una carga, pues no encuentra en ellos nada que le estimule.
La comunión con los hermanos más bien le molesta. Aunque le amen, él sólo ve sus defectos; a veces los tiene a todos por hipócritas. No se siente a gusto a su lado.
Se produce un debilitamiento en la lucha contra el pecado y las influencias mundanas, así como un retraimiento ante oportunidades de dar testimonio de su fe.
Consecuencia global: un sentimiento amargo de desolación interior. Un vacío insoportable.
En las dos siguientes semanas veremos las causas de la sequía espiritual, y cómo podemos enfrentarnos a ella.
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