¿Para qué corremos tanto?

Vamos a distinguir las cosas en que vale la pena apresurarse.

11 DE MAYO DE 2025 · 10:00

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Foto de John Cameron en Unsplash

El primer día de la semana, muy de mañana, antes incluso de amanecer, María Magdalena fue al sepulcro y vio que estaba quitada la piedra que tapaba la entrada. Volvió entonces corriendo adonde estaban Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto quería y les dijo: — Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.  (Juan 20:1-2 La Palabra)

 

Para sacar nuestra propia conclusión

Los distintos relatos de la resurrección del Señor Jesús subrayan ciertos detalles del evento que, a primera vista, ante la mirada crítica de quienes no quieren creer, se presentan como aparentemente contradictorios. Hay que decir que en algo tan importante como la resurrección de Cristo no puede haber ni la más mínima sospecha de cohecho o fabricación de una versión oficial. Por eso desde el principio los cristianos permitieron la existencia de varias formas de contar la resurrección. Porque esas variaciones añaden credibilidad. Si todos los testigos dijeran exactamente lo mismo, cabría la sospecha en cuanto a que se ha fabricado un suceso y se ha inventado una versión, y el testimonio sería ficticio, débil y cargado de sospecha. En cambio, la existencia de varias perspectivas del evento da evidencia de que efectivamente, algo sucedió: la fuerza de la muerte fue derrotada desde adentro, porque el Señor Jesús resucitó.

La primera parte del capítulo 20 de Juan nos presenta una perspectiva muy humana. No hay terremoto ni ángeles, no hay luces radiantes ni guardias romanos petrificados de miedo. Solamente hay una mujer que, siendo todavía de noche, ha hecho un hallazgo: encontró que la tumba de Jesús estaba abierta, e inmediatamente sacó una conclusión: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto”.

En esta historia de resurrección hay mucha prisa. María Magdalena fue corriendo a decirle a Pedro y Juan lo que había visto y su conclusión apresurada: Se robaron el cuerpo. Luego ellos dos también irán corriendo a la tumba, en una carrera angustiosa, inundados de una prisa mañanera, corriendo para comprobar que Cristo está vivo. Es un relato de pistas detectivescas que están ahí para que el observador saque su propia conclusión. Al mirar estas evidencias tendremos que admitir que no hay otra explicación posible: El crucificado ha resucitado.

El evangelista Juan no acaba ahí su relato de la resurrección. De hecho, el de Juan es el Evangelio que contiene más texto sobre Jesús resucitado, con enseñanzas muy profundas sobre lo que dice y hace el resucitado Jesús, incluyendo una pesca milagrosa. El resucitado en el Evangelio según Juan es un gran protagonista que todavía sigue entre nosotros, y que si se escribieran todas las cosas que hizo y que hace, “no cabrían en el mundo entero los libros que podrían escribirse”.     

Hoy queremos sacar nuestra propia conclusión y comprobar si Cristo realmente resucitó y qué significa eso para nuestra vida en este momento.

 

Corre por tu vida

En el relato de aquella mañana de la resurrección hay mucha prisa. María Magdalena ha venido corriendo a avisar a Pedro y Juan. Todavía sin poder recuperar el aliento, ella les ha dicho que el Señor no está en la tumba, y les ha dado su primera hipótesis: que alguien se ha robado el cuerpo del Señor – no sabemos dónde le han puesto.

Ella corrió, y ellos también corrieron. Pedro y el discípulo que se identifica a sí mismo como “el discípulo amado” van corriendo al sepulcro. Imaginamos esa carrera. Dos hombres que angustiosamente van de prisa –corren de prisa para ver que Cristo ha resucitado.

En el mundo de hoy corremos por muchas causas. Vivimos de prisa. Todo lo queremos de manera instantánea. No sabemos esperar. Todos tenemos prisa cuando vamos de un lugar a otro, y sentimos que no podemos dilatarnos un poco más en la fila de los restaurantes de comida rápida. No sabemos discernir en qué momentos sí hay que apresurarse y cuándo no.

“Dios no creó la prisa” –dice un refrán finlandés. Quiere decir que hay muchas cosas que no hay que tratar de apresurar, porque salen mal. Es una invitación a bajar la velocidad, a vivir más tranquilos y no tan acelerados. Hay cosas que deben seguir un proceso que lleva tiempo, y hay que aprender que, como decía Teresa de Ávila, “la paciencia todo lo alcanza”.

Sin embargo, en la Biblia hay algunos casos en los que sí hay que darse prisa. Cuando se trata de darnos cuenta de que el Señor Jesús ha resucitado, y todo lo que ello implica para la vida del universo entero, sí hay que darnos prisa. Es correr con Pedro y Juan. Porque es correr para vivir.

En Éxodo 12 se describe cómo debía comerse la pascua. La carne, asada (es decir, la manera más rápida de hacerla comestible) y el pan, sin levadura (es decir, la manera más rápida de hacer pan). Esta comida de preparación rápida debía comerse con las sandalias y la túnica puesta, y con el bastón en la mano, y de prisa, ya listos para salir a la libertad que hay en Dios.

La pascua se debía comer de prisa porque es la prisa para ser libres. En la pascua está representado el rescate que Dios realiza a favor de su pueblo. Hay una buena razón para apresurarse. Cuando sabemos que Dios nos quiere dar libertad, hay que acudir con prisa a la cita. La prisa que es buena es la prisa para ser libres. Es la prisa para conocer al Señor, para andar en su camino, para acercarnos a Dios. Por eso sí hay que correr. Corre por tu vida.

Que el Señor nos ayude a reconocer las cosas por las que vale la pena apresurarnos. Que nos libre de una existencia afanosa que se apresura sólo para la vanidad. Queremos correr hacia Cristo.

 

Los lienzos puestos allí…

La carrera apresurada de Pedro y Juan —para tratar de corroborar la información dada por María Magdalena— termina en la entrada del sepulcro abierto del Señor Jesús. Se han apresurado por algo que sí vale la pena. Corrieron porque su vida entera dependía de este asunto.

Juan arribó primero, pero no entró, aunque sí pudo ver la disposición de las vendas que habían envuelto el cuerpo de Jesús. Luego, cuando llegó Pedro, no se detuvo en la entrada, sino que con el impulso de su carrera entró hasta el interior del sepulcro, que era una oquedad labrada en la roca.

La frase de Juan 20:5, que se traduce “los lienzos puestos allí” es una pista detectivesca, una indicación de que algo extraordinario ha ocurrido. Es la evidencia forense de la resurrección. Esa frase da a entender que la manera en que estaban las vendas es lo que convencería a cualquier observador. El cuerpo no pudo haber sido robado, como primero lo supuso la Magdalena.

Si alguien se hubiera robado el cuerpo, se lo habrían llevado con todo y los lienzos. No había forma en que los supuestos ladrones pudieran haber dejado “los lienzos puestos allí”, es decir, todavía con los dobleces, nudos y vueltas de las vendas que cubrían las piernas y el torso del Señor Jesús. Los lienzos estaban como un capullo hueco, colapsado sobre sus propios dobleces, porque el cuerpo que envolvían ya no estaba. Jesús había salido de esa envoltura sin necesidad de ir deshaciendo los dobleces de los lienzos.

Esa disposición de los lienzos, puestos allí, es lo que convenció al discípulo amado, y creyó. Con mucha franqueza, el autor del Evangelio confiesa que creyó hasta que examinó la evidencia, de tipo investigativa, de la resurrección. En lugar de haber creído desde que su Maestro les anunció que así sucedería. Aunque varias veces Jesús les había dicho con anticipación, ellos no lo entendían y no creyeron sino hasta que vieron la evidencia de “los lienzos puestos allí”.

Y nosotros, ¿qué necesitamos para creer que Jesús resucitó? En su gracia, el Señor nos tiene paciencia y nos provee una señal y otra y otra más para que veamos que está vivo hoy.    

Que nuestra vida quede inquieta con la realidad de la resurrección. Que podamos responder sumándonos al pueblo de Dios que vive hoy en la vida resucitada.

 

Era necesario que él resucitase

Nos preguntamos, ¿por qué era necesario que él resucitase? ¿Por qué no podía simplemente pasar a la historia como un buen hombre, que enseñó ideas revolucionarias, y que dejó un buen ejemplo a seguir?

Primero, la resurrección del Señor Jesús era necesaria para demostrar que su vida deshace las cadenas de la muerte. El Señor Jesús entró al cuarto de mando y deshizo los planes desde adentro. Entró a la sala de máquinas y cortó los cables, desactivó la bomba. La muerte ya no tiene dominio sobre la vida humana, “y todo aquel que vive y cree en Cristo, por siempre entonará nueva canción”.

Esto lo logró por el poder de su Espíritu, y por el tipo de vida que él vivió. Esta es la segunda razón de la resurrección. Era necesario que él resucitase para demostrar que su vida vale la pena. El tipo de vida que Jesús vivió es ese tipo de vida que no debe acabarse, sino que debe perdurar. Hay vidas que por sí mismas proclaman que prefieren no existir, vidas amargadas y odiosas, que no son un canto a la vida ni un poema al amor. Pero la vida de Cristo es una vida que ama y sirve, y esa vida sí es necesario que resucite.

La tercera razón por la que era necesario que él resucitase de los muertos es porque la resurrección valida todas sus enseñanzas. Todo lo que dijo es verdad. Es verdad que la amabilidad es más poderosa que la violencia. Es verdad que es mejor perdonar que guardar un rencor. Es mejor ser apacible y no violento. Es mejor ser generoso y no tacaño. Es mejor dar que recibir.

Y hay todavía una cuarta razón para la resurrección de Cristo: Él comenzó así una nueva historia de la humanidad. María Magdalena lo confundió “correctamente” con un jardinero, porque Cristo resucitado es un nuevo Adán que está puesto en el jardín de Dios para comenzar de nuevo la humanidad. Podemos vivir una nueva historia gracias a que el Señor Jesús resucitó.

Podemos vivir en medio de este mundo descompuesto y corrupto, pero como espías de un mundo mejor que viene de manera implacable. Vivimos el futuro de Dios, que es futuro de paz y justicia, de bondad y alegría, alumbrando con la luz del resucitado desde este día lleno de tinieblas.  

Cristo resucitó y ya comenzó el nuevo día, en el cual se vive con alegría y humildad. Que el Señor nos otorgue la bendición de vivir hoy según el tipo de vida que vale la pena resucitar. Que nos ayude a vivir la victoria de la resurrección sobre todos los poderes de la muerte.

 

Para qué apresurarse

Hay cosas que sí se deben acelerar. Hay una prisa buena: es la prisa para ser salvos. Es la prisa para corregir el rumbo de la vida. Es la prisa para salir a la libertad. La pascua representa eso precisamente: Dios quiere dar libertad a su pueblo, y para ir a la libertad, hay que apresurarse. Por eso la preparación de los alimentos de la pascua debía ser acelerada –la carne asada al fuego, las hierbas amargas y el pan sin levadura. Además, el Señor manda que se coma a toda prisa, listos para salir a la libertad…

Cuando viene una oportunidad crucial en la vida, que servirá para mejorar el corazón, hay que apresurarse. Hay que correr como María Magdalena, Pedro y Juan en la mañana de la Resurrección; salir a toda prisa a recibir a Jesús como María de Betania cuando –en pleno duelo por su hermano Lázaro—le avisaron que el Señor finalmente había llegado. Hay que apresurarnos como Zaqueo cuando el Señor Jesús le avisó que vendría a cenar a su casa hoy mismo.

Esa prisa sí es buena. Es correr para salvar la vida. Es apresurarse para acercarse al Señor. Es apresurarse a tender ese puente de perdón y reconciliación –una llamada telefónica, un mensaje de texto, una conversación pendiente que se ha pospuesto por semanas, meses, o años. Esa persona necesita oír de tu parte que la aprecias y que la perdonas.

Hay que apresurarse a servir, a abandonar la posición cómoda de sólo ser servidos en la comunidad de fe, de sólo recibir. Apresúrate a organizar, coordinar, trabajar y servir en el ministerio de la iglesia. ¡Pronto, la noche llega, cuando nadie puede trabajar! Hay que trabajar ahora mismo, cuando todavía tenemos fuerzas… hacer lo que podemos y sabemos hacer por la causa del reino de Dios.

Hoy es el día de salvación. Apresúrate a reconciliarte con Dios y con tus hermanos. Apresúrate a que el tiempo que te queda de vida lo vivas en paz, en relaciones sanas, en una dimensión de vida limpia y justa. Busca al Señor, búscalo hoy mismo. Corre por tu vida. Cuando se trata de aquello que hace bien a tu corazón, que te coloca en el buen camino de salud y paz, de salir a la libertad que hay en Dios, hay que acelerar el paso y hacerlo hoy mismo.       

Señor, enséñanos a ver aquello para lo que sí hay que apresurarnos, y que podamos correr hoy mismo para buscar tu salvación y tu paz. Amén.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - ¿Para qué corremos tanto?