La hija de faraón

Esta hija del Faraón fue una madre adoptiva. Su acción se halla precedida de un amplio y detallado contexto que arranca desde el primer capítulo del Éxodo, segundo libro en la Biblia.

25 DE DICIEMBRE DE 2019 · 10:00

Detalle del cuadro Paisaje con Moisés salvado de las aguas del Nilo, de Claudio de Lorena. / Wikimedia Commons,
Detalle del cuadro Paisaje con Moisés salvado de las aguas del Nilo, de Claudio de Lorena. / Wikimedia Commons

Una madre que adopta ¿es menos madre que otra que pare?

Opina la psicóloga Magda Maldonado: “No hay mamás biológicas ni mamás adoptivas. Así como no hay hijos de sangre o hijos adoptivos. Ser madre nada tiene que ver con un hecho fisiológico, ser madre, mamá, tiene que ver con la capacidad de amar y proteger incondicionalmente a tus hijos”.

Una madre adoptiva cuenta su propia experiencia.

Se trata de la cantante mexicana Yuri, quien años atrás lanzó un disco titulado Mi hijita Linda. Yuri adoptó a una niña de siete meses que ya tenía el nombre de Camila. En una entrevista en televisión de su país, dijo: “Camila no ha nacido de mi vientre. Ha nacido de mi corazón. Ha nacido de mis entrañas. No creo que una madre biológica quiera a su hija con más amor del que yo quiero a la mía”.

Esta hija del Faraón fue una madre adoptiva. Su acción se halla precedida de un amplio y detallado contexto que arranca desde el primer capítulo del Éxodo, segundo libro en la Biblia.

Después de la muerte de José, encumbrado por el Faraón de su tiempo, llegó al trono de Egipto otro Faraón que no conoció a José y que, en nuestros días, lo calificaríamos de antisemita. Enterado de que el pueblo judío se estaba multiplicando excesivamente en el país, promulgó una orden cruel: “Habló a las parteras de las hebreas y les dijo: Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces que viva” (Éxodo 1:16).

Orden tan bárbara horrorizó a un matrimonio de la familia de Leví, Amram y Jocabed, asentados en Egipto. Jocabed dio a luz un niño hermoso y le tuvo escondido durante tres meses. La mujer se arriesgaba. Si lo que estaba haciendo era descubierto por las autoridades egipcias podía ser condenada a muerte. Una madre siempre está dispuesta a sacrificarse por el bien del hijo. “No pudiendo ocultarle por más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río. Y una hermana suya se puso a lo lejos, para ver lo que acontecería” (Éxodo 2:1-4).

Esta hermana era María, una adolescente de entre quince y dieciséis años.

En este punto una hija del Faraón acudió al río a bañarse. En la Biblia no consta el nombre de la princesa. Una antigua tradición egipcia sostiene que se llamaba Termutis. La misma tradición sugiere que estaba casada, pero no tenía hijos. Termutis no acudió sola al río. Un grupo de doncellas la acompañaban. Todas correteaban por la ribera del agua.

Termutis vio la cuna. Captó su atención. Se asombró por el descubrimiento. Inmediatamente llamó a una de las doncellas o a la esclava de más confianza y le pidió que sacara la cuna del río y se la llevara. Pronto supo que se trataba de hijo de una mujer hebrea. Pudo haber recordado la orden del padre Faraón y haber entregado al niño para ser sacrificado. Pero su instinto maternal fue más fuerte. El niño lloraba. Lo tomó en sus brazos. En esto aparece la astuta hermana, María, que estaba al acecho y le propone buscarle una nodriza. La princesa asintió. María llevó al niño a su propia madre biológica, Jocabed. Una nodriza egipcia no se habría prestado a ello por miedo.

Se ha insinuado que Jocabed conocía las costumbres de la hija del Faraón y envió a la hija a la hora precisa.

De haber sido Ramsés II el Faraón de entonces, de él se dice que tuvo 45 hijos. Otros datos de escritores antiguos afirman que el número de hijos pasaba del centenar. Es probable que la princesa tuviera su palacio separado del palacio real.

Flavio Josefo, en su libro Historia de la guerra de los judíos contra los romanos, escrita a mediados del primer siglo, afirma que cuando Jocabed devolvió el niño a la princesa éste tenía ya tres años. La Biblia silencia el dato.

Tampoco sabemos por la Biblia el nombre que entonces ostentaba. Sí leemos que al prohijarlo la princesa “le puso por nombre Moisés, diciendo: porque de las aguas lo saqué” (Éxodo 2:10).

Si Moisés hubiera quedado en el hogar humilde de Amram y Jocabed, nada sabríamos de él. Educado en el palacio real dice Esteban que “fue enseñado en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en sus palabras y obras” (Hechos 7:22).

Todo se lo debía a una mujer que siendo él un bebé, sin haberlo visto antes, en el momento que lo tuvo en sus brazos lo hizo suyo. Lo crió. Lo educó. Lo adoptó legalmente, porque la ley egipcia exigía que el prohijado fuera tenido por hijo natural.

En su comentario al Pentateuco Alberto Colunga recuerda una historia del tercer milenio antes de Cristo, según dice, que por su belleza y parecido en algunos aspectos con la de Moisés, reproduzco aquí:

“Sarrukin (Sargón), rey fuerte, rey de Agadé, soy yo. Mi madre era sacerdotisa; a mi padre no lo he conocido; el hermano de mi padre vivía en la montaña. Mi ciudad era la ciudad de Azupiranu, que está a orillas del Éufrates. Me concibió mi madre la sacerdotisa, me dio a luz a escondidas, me colocó en un cesto de juntos y cerró mi puerta con asfalto. Me abandonó al río, pero no me sumergió. El río me llevo hacia Akki, el derramador de agua. Akki, con benevolencia, me miró y me retiró. Akki, el derramador de agua, como a su jardinero me colocó. Cuando yo era jardinero, amándome Istar, ejercité el reinado durante cincuenta y cinco años”.

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