Origen y destino del alma

Morir consiste en la separación entre cuerpo y alma, con destinos diferentes.

07 DE OCTUBRE DE 2015 · 08:03

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Suzanne Vega es una famosa cantante de origen hispano. Nació en Santa Mónica, California. Creció y se formó en los Estados Unidos. En los años 80 cosechó grandes éxitos con canciones estilo pop que ella misma componía. De sus trabajos se han vendido millones de discos en todo el mundo. El pasado mes de julio estuvo en Madrid para presentar su último álbum, TALES FROM THE REALM OF THE QUEEN OF PENTACLES. Aprovechando su estancia en la capital de España el periodista Darío Prieto mantuvo con ella una entrevista que fue publicada en el diario EL MUNDO (18-7-2015).

Según la autora, el contenido de este álbum es una divagación entre lo material y lo espiritual, entre el mundo de la carne en el que vivimos y el mundo del espíritu que desde aquí vislumbramos. Vega, que ahora tiene cincuenta y seis años, confiesa al periodista: “a medida que me hago mayor, veo gente nacer, otra morir, otros que van de paso. Y en un momento lo normal es preguntarse qué sucede, de dónde viene el alma y adónde va”.

Las preguntas de Suzanne Vega son las más radicales que los seres humanos se han venido haciendo desde el origen de los tiempos. Unos mil años antes de Cristo Job cavilaba al modo que lo hace la cantante de pop: “si el árbol fuera cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aún, y sus renuevos no faltarán. Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al percibir el agua reverdecerá, y hará copa como planta nueva. Mas el hombre morirá y será cortado; perecerá el hombre, y ¿dónde estará él?... Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:7-10 y 14).

En la literatura española la idea de la muerte y el destino eterno del alma está presente desde sus primeras letras, especialmente entre los poetas, desde Lope de Vega a Bécquer, desde Cervantes a Unamuno, desde Quevedo a Machado. Juan Ruíz, conocido como Arcipreste de Hita, se lamentaba en el siglo XIV:

La mayor pena que Dios

quiso dar a los ocupados,

conocida,

es que fuesen estos dos, alma y cuerpo,

divididos y apartados

de la vida.

 

La visión de la muerte en los versos del arcipreste es la misma que domina en toda la Biblia. Morir consiste en la separación entre cuerpo y alma, con destinos diferentes. La muerte no es sino un cambio de lugar. El cuerpo vuelve a la tierra, de donde salió, y el alma vuelve a Dios, que la dio. Una historia que se cuenta en la primera parte de la Biblia confirma este razonamiento. El profeta Elías se encuentra en la casa de una viuda cuyo hijo, pequeño y único, había muerto. La mujer hace partícipe de su dolor al profeta. Elías “se tendió sobre el niño tres veces y clamó a Jehová y dijo: “Jehová Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de éste niño a él. Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió” (1º de Reyes 17:17.22).

El niño estaba realmente muerto. Se excluye toda interpretación naturalista como falta de respiración, desvanecimiento o catalepsia. Los efectos de la oración de Elías no dejan duda sobre la muerte del niño: “revivió”. El alma estaba en el cuerpo del niño, como está en cada cuerpo. Y la vida del cuerpo es atribuible al alma.

Suzanne Vega quiere saber de dónde viene el alma. Depende a quién se pregunte y quién responda. Para el materialismo ateo el alma no existe. Siguiendo a antiguos filósofos griegos como Epicúreo, Demócrito, Eurípides y otros, Carlos Marx, en su teoría del materialismo histórico, mantiene que los seres humanos carecemos de alma o de cualquier otra naturaleza espiritual. Somos simplemente átomos materiales y al morir desaparecemos en las profundidades de la tumba o en el fuego del crematorio. El célebre escritor norteamericano Jack London, seguidor de las teorías marxistas, escribió este párrafo, que figura en LA BIBLIA DEL ATEO: “soy un materialista incurable. Para mí el alma no es más que la suma de las actividades del organismo”.

Según la doctrina de la Biblia sólo se puede hablar de dos elementos constitutivos de la naturaleza humana: cuerpo y alma. Uno material, llamado polvo, tierra, carne, y otro superior, espíritu, alma. Cuando Dios crea a Adán del polvo de la tierra “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). La línea fundamental de este texto es el origen del alma. Dios plasma su propia imagen en el hombre, hasta ahora sólo polvo, alentando en su nariz un soplo de vida que lo convierte en un ser vivo en toda la línea de la vida, también la espiritual.

No podemos negar que tenemos cuerpo.

No podemos negar que tenemos sentimientos.

No podemos negar que tenemos razón, conocimiento.

¿Por qué ese empeño en negar que tenemos alma, naturaleza espiritual e inmortal?

Al cuerpo lo vemos nacer. ¿Cómo nace el alma? ¿Cuál es su origen? ¿Dónde, cuándo el alma se une al cuerpo? La Biblia no ofrece una respuesta concreta. Se ha especulado mucho. Entre las teorías avanzadas por teólogos cristianos destaco aquí las tres más comunes.

Preexistencia. Dice que las almas existen en un estado previo y son introducidas en el cuerpo en algún momento de los primeros períodos del desarrollo del feto.

Creación inmediata. Esta segunda teoría enseña que el alma es creación inmediata de Dios, quien la une al cuerpo en el curso de la evolución del feto.

Traducianismo. Es la teoría más aceptada, la que más se ajusta a la razón y a la enseñanza general de la Biblia. Sostiene que tanto el alma como el cuerpo se producen por la generación natural. Es decir, cada cuerpo de niño o de niña que vienen al mundo ya están dotados de alma. A esta teoría se puede objetar que hace al alma tan material como el cuerpo, pero no. La vida es don de Dios. El hombre y la mujer son instrumentos de Dios para transmisión física y espiritual de la vida. Así lo entendía el autor del Salmo 22, cuando dice, dirigiéndose a Dios: “Tú eres el que me sacó del vientre; desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios”.

¿A dónde va el alma después de la muerte? Esto lo tenemos más claro, clarísimo desde el Génesis al Apocalipsis en las páginas de la Biblia. El capítulo uno en el primer libro de la Sagrada Escritura afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Dios es inmortal, por lo mismo el hombre también lo es, tanto si después de la muerte su alma entra a un lugar de salvación como si entra a otro lugar de condenación. Y en el último libro de la Biblia el apóstol Juan ve en el cielo “las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían”. Luego la pregunta de Suzanne Vega, a dónde va el alma después de la muerte, tiene una respuesta firme y verdadera: a la eternidad, al otro lado de la tumba.

De esta seguridad participaba el gran poeta francés Víctor Hugo, según lo dejó escrito. Dijo: “Cuando el cuerpo muerto desciende a la tumba no termina todo, sino que comienza una nueva vida…. Cuando yo baje a la tumba podré decir, como muchos: ha terminado la faena del día, pero no podré decir: ha terminado mi vida. Mi trabajo comenzará a la mañana siguiente. Mi tumba no es un callejón sin salida; es un camino abierto que se cierra con el crepúsculo de la noche y abre con la aurora. No valdría la pena vivir si tuviéramos que morir por completo. Lo que aligera el trabajo y santifica nuestros esfuerzos, es la visión de un mundo mejor que contemplamos a través de esta vida. ¡Tierra, no eres mi abismo!”

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