Los hijos pródigos y el padre de la misericordia

Nada nos separa más de los demás que el deseo de ser superiores y nada nos separa más de Dios que un corazón altivo y arrogante que lo llama a cuentas de un modo insensato.

08 DE ENERO DE 2023 · 17:00

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Imagen de Juliane Liebermann en Unsplash.

LUCAS 15:11-32

La parábola del hijo pródigo es uno de los relatos más emocionantes de todo el evangelio, sobre todo, porque nos muestra de un modo incontestable cómo es Dios y, al mismo tiempo, cómo somos nosotros. Por un lado, pone de manifiesto la misericordia compasiva, la gracia y el amor de un creador apasionado por sus criaturas. Pero, a la vez, desnuda las motivaciones y miserias más oscuras del corazón humano cuando se deja enjaular por la letra de la ley y la idea de mérito.

Ante un episodio tan cálido y dramático, a la vez, cabría preguntarse como hipótesis: ¿Por qué se fue el hijo menor? La casa del padre no es un lugar donde cada uno vive su vida independiente de los demás, claro está. La casa del Padre es un lugar social donde se vive y convive en una comunidad plural. El hijo menor era responsable de lo que hizo sin paliativos. Pero ¿Se alejó de la casa del Padre solo porque quería vivir lejos de él? ¿O también lo hizo porque quería huir de un hermano santurrón, fariseo e hipócrita que le amargaba la vida y le despreciaba creyéndose mejor que él? Cuando leemos la historia completa no parece muy descabellado sopesar esa posibilidad.

¿Qué hubieses ocurrido si el hijo pródigo, en vez de encontrar al padre a su regreso, se hubiese tropezado de frente con su hermano mayor?

Opción 1. Le hubiera mirada de arriba abajo con actitud perdonavidas ignorándole.

Opción 2. Se habría enfrentado con él despreciándole e insultándole.

Opción 3. Le habría sermoneado con un discurso moralista.

Opción 4. Le hubiera sometido a un examen para que aceptase por decreto las reglas de “La Casa del Padre”.

No hubiera sorprendido en absoluto cualquiera de estas reacciones, porque el hijo que nunca ha roto un plato, desde su perfeccionismo patológico, siempre se ha sentido seguro en su hacer, en su escrupulosa respuesta al precepto laboral que impone la sacrosanta pertenencia a la casa del Padre. Este es un calculador, un triste burócrata de la virtud. No se percibe en él espontaneidad, ni alma, ni creatividad. Se trata, sencillamente, de un cumplidor de academia. Este tipo es un sepulturero de la alegría que parece no haberse permitido salir de fiesta en toda su “santa” y cumplidora vida.

Como contraste, el padre de esta historia ha salido a buscar al hijo menor y lo ha abrazado acogiéndolo de nuevo en su casa. Más tarde, sale también a recibir al hijo mayor invitándole a entrar en la misma casa para sentarse a la mesa del banquete con su hermano, pero no quiere ¿Por qué? aquí está la respuesta: “Tantos años te sirvo no habiéndote desobedecido jamás y nunca me has dado un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo… Hijo: tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas” (Lc. 15:29-31).

El hijo que nunca ha roto un plato no quiere tomar nada del Padre, lo que quiere es que el Padre se lo dé, porque está convencido de que se lo merece. Su trabajo en la casa del Padre siempre ha tenido “un precio”. Ahí se encuentra el origen de sus motivaciones y la razón última de sus actitudes y comportamientos. Nada nos separa más de los demás que el deseo de ser superiores y nada nos separa más de Dios que un corazón altivo y arrogante que lo llama a cuentas de un modo insensato. Por tanto, importa preguntarse: ¿Cuál de los dos hermanos se encontraba más lejos de la casa del Padre? Conviene meditar con detenimiento en estas cosas.

¿Estamos dispuestos a acoger a los que están lejos desde el mismo espíritu misericordioso del Padre? ¿Sin reproches, sin juicios paralelos, sin actitudes perdona-vidas de falsa superioridad? Somos hijos del Padre y estamos en Su casa para recibir, acoger, perdonar, amar e impartir compasión y gracia a los demás, exactamente igual que lo hace él. Porque el centro de la casa no es el reglamento, sino el corazón del Padre.

Somos hijos del mismo Padre y estamos en su casa para crear un clima limpio y puro donde se pueda respirar una vida nueva no contaminada, en la que puedan entrar y quedarse todos los hijos que hoy están y en la que todos los hijos que un día se fueron puedan regresar perdonados, acogidos y recibidos desde la misma gracia que nosotros lo hemos sido. Soli Deo Gloria.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - En el camino - Los hijos pródigos y el padre de la misericordia