El tiempo apremia
El tiempo nos sentencia, nos consume y a la vez nos acerca al umbral de la eternidad.
19 DE ABRIL DE 2015 · 13:50

Es indudable que la vida de nuestras ciudades y el mundo actual, en general, transcurren a una velocidad de crucero. Casi todo es muy rápido e instantáneo, a la vez que inmediato. Las autopistas de la información, las redes sociales, y el voraz mundo de los negocios bursátiles son una prueba cotidiana de ello. Aunque muchos quisieran sustraerse de este imparable ritmo de vida, difícilmente lo consiguen. Los “nuevos ingenieros sociales” están tratando de incluir en estas frenéticas corrientes un estilo más atenuado y pausado, que han bautizado con el nombre de low (ritmo de baja intensidad). Sin embargo, son muy pocos los que se afilian a esta novedosa corriente que nos propone vivir con más tranquilidad, descomprimiendo nuestras apretadas agendas personales y palpitando la vida en cámara lenta.
El tiempo es más valioso que el oro porque nuestro tiempo es, en su pura esencia, la vida misma en versión kronos. Nuestra vida temporal es algo así como un paréntesis de la eternidad; con razón el salmista nos propone en su oración una importante valoración del tiempo haciendo buen uso de él: “Señor, enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90: 12).
El tiempo no nos pide permiso, es inexorable, es irreversible porque su fugacidad nos resulta irreparable. El tiempo es un regalo, una oportunidad incomparable, es el taller del gran Artesano Divino para modelar nuestras delicadas almas o, en el peor de los casos, es como una corriente incontrolable que nos arrastra por las azarosas circunstancias de la vida. Nuestra humana temporalidad viene a ser como un verso suelto de la eternidad celestial. Ni siquiera el científico y cosmólogo Stephen Hawking es capaz, en última instancia, de poder describir con exactitud la paradoja del tiempo en versión cuántica.
Lo realmente imposible para cualquiera de nosotros es poder parar o hacer retroceder el tiempo de alguna manera. El tiempo nos sentencia, nos consume y a la vez nos acerca al umbral de la eternidad. Cuando un hombre o una mujer vive su vida temporal a la luz de la eternidad, todo cambia. La vida adquiere otra dimensión y un nuevo y apasionante sentido. Los problemas humanos se minimizan, las miserias terrenales se empequeñecen y las fronteras del tiempo se expanden hacia Olam, el Dios eterno (Isaías 40: 28).
Aunque “para Dios un día es como mil años y mil años como un día”, la Escritura nos viene a confirmar, una vez más, que el Dios que vive en el presente eterno puede acortar o acelerar los tiempos como Él quiera, en Su soberana voluntad (2ª Pedro 3: 8). Esta sensación de apremio que detecta nuestro espíritu, entra en consonancia con un mesurado sentido de urgencia en este inminente tiempo final; esta bendita percepción es una clara evidencia de que el Dios nuestro y, a la vez, el mismo Dios de la historia, tiene hoy más prisa que nunca para el retorno de Su Hijo Jesús, el Mesías universal. En poco más de medio siglo los acontecimientos históricos se han precipitado meteóricamente hacia su punto final, que es el gran Omega, la última Palabra de Dios para clausurar la historia.
Sin prisa pero sin pausa. No queriendo alimentar falsas expectativas, sino en función de las ciertísimas perspectivas proféticas que nos declaran las Sagradas Escrituras, nos disponemos a “aprovechar bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5: 16-17).
Nuestro tempo no acostumbra a coincidir fácilmente con el tempo de Dios, ni tampoco con nuestros ansiosos ritmos de vida. Así también nuestra complaciente comodidad ralentiza los propósitos de Dios en nuestra vida, cuando no, los paraliza.
Recordando las siguientes palabras del Maestro, descubro un sereno pero, a la vez, radical sentido de urgencia en el corazón de Dios: “Porque el que quiera salvar su vida (tiempo), la perderá; pero el que pierda su vida (tiempo) por causa de Mí y del evangelio, la salvará” (Marcos 8: 35). Esta es la divina paradoja de perder para ganar el tiempo.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El Tren de la Vida - El tiempo apremia