Don Quijote con fondo bíblico: Sancho y la duquesa
En numerosas ocasiones a lo largo de la novela Sancho manifiesta estar dispuesto a dar su vida en defensa de su amo y señor. Pero ante la duquesa se porta como un escudero desleal.
06 DE MARZO DE 2025 · 20:14

Después de la comida de la que se ausentó el eclesiástico, Don Quijote se retira a dormir la siesta. Sancho decide imitarlo; tenía por costumbre, si las aventuras no se lo impedían, «dormir cuatro o cinco horas las siestas de verano».
La duquesa interrumpe las intenciones de Sancho. Le pide que renuncie a la siesta y le cuente las aventuras habidas en torno a Dulcinea del Toboso, reales o ficticias. Subido de tono y algo traidor, Sancho dice a la duquesa: «Yo tengo a mi señor Don Quijote por loco rematado, puesto que algunas veces dice cosas que, a mi parecer, y aún de todos aquellos que le escuchan, son tan discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores».
¡Sancho, Sancho! ¿no oíste decir que de los doce apóstoles que Cristo escogió, uno le negó y otro le vendió? ¿Qué se ha hecho de tus tantas veces declarada lealtad hacia tu buen señor Don Quijote? ¿Estás dando la razón al eclesiástico en presencia de la duquesa? ¿Te muestras risueño con el cuchillo bajo la capa que te cubre?
No aprueba la duquesa las razones de Sancho, antes las vuelve contra él: «pues Don Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato y Sancho Panza, su escudero, lo conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenído a las varias promesas suyas, sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo».
Sancho encaja el golpe de la duquesa. Teme que al pensar de él como tonto no le den la ínsula a la que aspira. La duquesa lo tranquiliza: «Ya sabe el buen Sancho que lo que una vez promete un caballero procura cumplirlo, aunque le cueste la vida. El duque, mi señor y marido, aunque no es de los andantes, no por eso deja de ser caballero; y así, cumplirá la palabra de la prometida ínsula, a pesar de la envidia y de la malicia del mundo».
Continúa la duquesa en su empeño con Dulcinea. Dice a Sancho que ella también la considera encantada. Que el brinco que dio sobre la borrica una de las tres aldeanas que andaban calleteando el Toboso era en verdad Dulcinea. «Créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió; y cuando menos lo pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive».
Ni descerebrado puede llegar el lector a admitir que la duquesa creyera todo aquello sobre el encanto de Dulcinea. En sus aparentemente serias palabras había una nueva forma de burla, la que la hace merecedora de condenación, porque decir lo contrario de lo que se cree es blasfemia y herejía. La ilustre pensadora gallega del siglo XIX Concepción Arenal dejó escrito que «no hay estruendo tan infernal como el de las grandes voces que blasfeman». Sancho tenía a la duquesa por una gran voz que siempre apuntaba la verdad, incapaz de blasfemar.
En este capítulo XXXIII aparece la dueña de la casa de los duques, doña Rodríguez, en conversación con Sancho. Dice el escudero que «las trovas de los romances antiguos no mienten». Salta la dueña: «¡Cómo que no mienten! Un romance hay que dice que metieron al rey Rodrigo, vivo, en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos, y que allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con voz doliente y baja: Ya me comen, ya me comen por do más pecado había».
La dueña se refiere a la muerte de don Rodrigo, el último rey visigodo de España.
Puesto que la dueña aparecerá en otros capítulos del Quijote, escribiré aquí algunos datos sobre ella: La tal señora, doña Rodríguez de Grijalba, «era asturiana al servicio de los duques… viuda de linaje empobrecido…resulta utilizada por los duques para aumentar las burlas».
Concluye la conversación entre la duquesa y Sancho. Ella le pide que se marche a reposar, pero Sancho piensa en su rucio y pide a la señora que tenga cuenta de él, «porque era la lumbre de sus ojos». Pregunta la duquesa a qué rucio se refiere y responde el escudero que a su asno, que por no nombrarle con este nombre suele llamarlo rucio. La duquesa lo tranquiliza siguiendo la burla: «por ser alhaja de Sancho yo lo pondré sobre las niñas de mis ojos». Tan rápido y tan agudo como su señor Don Quijote, el escudero aclara a la duquesa que basta con que ordene que lo cuiden en la caballeriza, «que sobre las niñas de los ojos de vuestra grandeza ni él ni yo somos dignos de estar sólo un momento y así lo consentiría yo como darme de puñaladas».
Las razones de Sancho provocaron la risa de la duquesa. Lo mandó a reposar y ella fue al encuentro del duque, a quién contó la conversación que había mantenido con el escudero. Lo que sigue me llena de tristeza el alma, aún sabiendo, como sé, que estoy ante una fábula: «Entre los dos dieron traza y orden de hacer una burla a Don Quijote, que fuese famosa y viniese bien con el estilo caballeresco».
¿Otra burla? ¿Otra diversión a costa del bueno de Don Quijote? ¿Otro cachondeo a sus espaldas, seguros de que Don Quijote confiaba en ellos y todo lo daba por verdadero? Indignos duques ¿Dieron cobijo a Don Quijote en su palacio para someterlo a mofa, cuchufleta, recochineo, chanza, cachondeo, rechifla, guasa, vejamen, sarcasmo, bufonada, mojiganga, escarnio, juguete?
¿Era merecedor de tal infamia el hombre de quien dijo el cervantista José Quintana en su obra Vida de Cervantes?: «No se sabe que admirar más en Don Quijote, si la fuerza de la fantasía que pudo concebirle, o el talento divino que brilla en su ejecución. Todas estas dotes que esparcidas hubieran hecho la gloria de muchos escritores, estaban reunidos en un solo hombre».
A todo esto, ¿quiénes eran los duques? han sido identificados como Carlos de Borja y María Luisa de Aragón, duques de Villahermosa. La síntesis que de ellos hace César Vidal no les favorece: «En los duques contemplamos el retrato de una nobleza moralmente corrompida que no tiene empacho en vivir por encima de sus posibilidades gastando en banalidades lo que no posee, que gusta de burlarse cruelmente de los que considera inferiores».
Téngase esto en cuenta para mejor comprender el comportamiento nefasto con Don Quijote y Sancho en los próximos capítulos de la novela.
Ya hemos leído sobre la deslealtad y traición de Sancho al decir a la duquesa que aunque seguía a su amo, lo tenía por loco de remate.
De acuerdo que se trata de un juicio puntual, pues en numerosas ocasiones a lo largo de la novela se manifiesta en sentido contrario, hasta el punto de estar dispuesto a dar su vida en defensa de su amo y señor. Pero ante la duquesa se porta como un escudero desleal.
Esto nos lleva a un episodio parecido que tuvo lugar en vida de Cristo. El apóstol Pedro conoció a Jesús al comienzo del ministerio del Maestro en Galilea. Poco después fue agregado al grupo de los doce, quienes le tenían como autentico líder. En su devoción por Jesús confiesa que es el Cristo, el esperado Mesías. Arrestan a Jesús y lo conducen al palacio de Caifás, donde lo someten a juicio. Pedro llega hasta el patio de palacio.
Lucas dice que habían encendido un fuego y Pedro se calentaba. Allí, Pedro, como otro Sancho Panza, niega a Jesús tres veces. Lo hace ante tres criadas que lo acusan de pertenecer al grupo del Galileo. La tercera vez, cansado del empeño de las criadas, «comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre».
Increíble. Llevaba tres años a su lado. Ni Sancho llega a tanta vileza. Incluso considerando que la muerte de Cristo hubiese sido inevitable, no por eso Pedro dejaría de ser un hombre desleal, un traidor. En descargo de él y de Sancho es oportuno decir que se cometen más traiciones por debilidad que por decidido deseo de traicionar. A este grupo de hombres pertenecen Sancho y Pedro. El escudero continuó siguiendo, defendiendo y abanderando a su señor. Pedro, arrepentido, llegó a ser abogado de la divinidad de Cristo y un gran líder en la Iglesia primitiva.
Cervantes o Cide Hamete cierran el capítulo XXXIII de esta segunda parte diciendo que el duque y la duquesa «ordenaron de hacer una burla a Don Quijote, que fuese famosa y viniese bien con el estilo caballeresco; en el cual se hicieron muchas, tan propias y discretas, que son las mejores aventuras que en esta grande historia se contienen».
Tiempo tendremos en los próximos capítulos para sacar los pañuelos y continuar llorando ante el escarnio cometido contra Don Quijote de la Mancha, Caballero de los leones.
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