Andanzas y lecciones de Don Quijote (20): el barco encantado

El naufragio más peligroso que cuenta al Nuevo Testamento ocurrió frente a la isla de Malta. El apóstol Pablo era conducido a Roma en calidad de prisionero.

12 DE MAYO DE 2022 · 17:00

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Foto de Filip Mroz, Unsplash.

Dice Diego Clemencín que después de las historias del mono adivino y la del rebuzno, Don Quijote y Sancho sólo tardaron cinco días en llegar a los márgenes del río Ebro. Ver el río “fue de gran gusto a Don Quijote, porque contempló y miró en él la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales, cuya alegre vista renovó en su memoria mil amorosos pensamientos”.

Con todo, tampoco aquí faltó la aventura.

Enfrascado en estos pensamientos estaba nuestro caballero cuando se le ofreció a la vista un pequeño barco sin remos ni otras jarcias algunas que estaba atado en la orilla a un tronco de árbol. En su cerebro comido por los libros de caballería que había leído, el ahora Caballero de los Leones interpretó que aquel barco lo estaba llamando y convidando a que entrara en él y fuera a socorrer a algún caballero o a otra persona principal necesitada de él. Dando un salto cortó el cordel que lo ataba a tierra y el barco se fue apartando poco a poco de la ribera. Intuyendo el peligro, Sancho, que le había seguido, comenzó a temblar de miedo y luego a llorar. Montado en cólera, Don Quijote le dijo:

¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequilla? ¿Quién te persigue, o quién te acosa, ánimo de ratón casero, qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia? ¿Por dicha vas caminando a pie y descalzo por las montañas rifeas, sino sentado en una tabla, como un archiduque, por el sesgo curso deste agradable río, de donde en breve espacio saldremos al mar dilatado?”.

Se calmó Sancho cuando observó que el barco se deslizaba sosegadamente por mitad de la corriente sin que nadie lo manejase ni lo guiase ningún caballero escondido.

Don Quijote persiste en la idea del encantamiento. Dice a Sancho que desde el barco se descubría la ciudad con sus castillos y fortalezas donde debía estar algún caballero oprimido o alguna reina, infante o princesa mal parada, a cuya llamada de socorro había llegado él.

Sancho pretende sacarlo del engaño y volverlo a la realidad. Le dice que lo que a él parece castillos o fortalezas son aceñas o molinos instalados a orillas del río para moler el trigo.

En esto el barco había entrado en mitad de la corriente del río y aumentando la velocidad-.

Los hombres que trabajaban en los molinos vieron que corría peligro y salieron con presteza muchos de ellos con varas largas a detenerle. Representaban una mala vista, cubiertos de harina los rostros y los vestidos. Daban grandes voces diciendo: “¡Demonios de hombres! ¿Dónde vais? ¿Venís desesperados? ¿Qué queréis? ¿Ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas?”

¡Era lo que faltaba a Don Quijote para creer que había llegado su hora! Puesto en pie en el barco, con grandes voces comenzó a amenazar a los molineros, diciéndoles:

Canalla malvada y peor aconsejada, dejad en su libertad y libre albedrío a la persona que en vuestra fortaleza o prisión tenéis oprimida, alta o baja, de cualquiera suerte o calidad que sea; que yo soy Don Quijote de la Mancha, llamado el Caballero de los Leones por otro nombre, a quien está reservada por orden de los altos cielos el dar fin felice a esta aventura”.

Y diciendo esto, echó mano a su espada y comenzó a esgrimirla contra los molineros; los cuales, oyendo y no entendiendo aquellas sandeces, se pusieron con sus varas a detener el barco, que ya iba entrando en el raudal y canal de las ruedas”. (El Quijote, segunda parte, capítulo XXIX).

Sigo creyendo que Don Quijote no estaba loco. Dudo que un loco pueda coordinar las ideas con tanta perfección, sean equivocadas o ciertas.

Sancho Panza, de rodillas, pedía devotamente al cielo que le librase de tan manifiesto peligro, cosa que el cielo hizo con la intervención de los molineros, que lograron detener el barco, pero no pudieron evitar que Caballero y escudero cayeran al agua. Don Quijote sabía nadar, pero el peso de las armas le llevó dos veces al fondo. Los molineros se arrojaron al río y con mucho trabajo sacaron de él a los dos. Una vez en tierra, más mojados que muertos, Sancho, puesto de rodillas, junta las manos y con los ojos puestos en el cielo, pidió a Dios con una larga y devota plegaria le librase de allí en delante de los atrevidos acontecimientos de su señor.

Nada ni nadie quitaba a Don Quijote su convicción del encantamiento. “En esta aventura –dice–se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco, y el otro dio conmigo al trevés. Dios lo remedie; que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más”.

Diciendo esto se concertó con los pescadores y pagó por el barco 50 reales. Pescadores y molineros se preguntaban quienes eran aquellos dos hombres tan fuera del uso de los otros hombres y los tuvieron por locos. Don Quijote y Sancho volvieron a sus bestias y este fin tuvo la aventura del barco encantado.

Las embarcaciones, con el nombre general de nave son frecuentes en las páginas del Antiguo Testamento, primera parte de la Biblia, donde se mencionan las naves de los marineros fenicios, las naves que iban a Tarsis, los lujosos navíos de Tiro y otros.

Las pequeñas barcas, semejantes a la que montaron Don Quijote y Sancho en el río Ebro sólo se dan en el Nuevo Testamento. Los apóstoles Pedro, Andrés, Juan y Santiago tenían sus propias barcas. En una de ellas iban los discípulos cuando estuvieron a punto de naufragar a causa del fuerte viento; Jesús respondió al viento y nada ocurrió.

El naufragio más peligroso que cuenta al Nuevo Testamento ocurrió frente a la isla de Malta. El apóstol Pablo era conducido a Roma en calidad de prisionero. En el barco iban otros presos. Después de un viaje calamitoso llegaron a la isla de Malta. Al tratar de acercarse a la playa, la nave encalló de proa en la arena, mientras la popa era destrozada por los golpes de las olas. Aunque con dificultad, todos los que iban en la nave pudieron llegar a tierra. Después de tres meses en Malta, Pablo y sus acompañantes embarcaron en una nave alejandrina que iba a Italia.

Este naufragio tuvo lugar porque allí no estaba Jesús para calmar los vientos ni los pescadores y molineros del río Ebro para impedir la muerte segura de Don Quijote y Sancho Panza.

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