Profetas del apocalipsis

El adjetivo apocalíptico es una figura que apunta hacia lo misterioso. Lo equívoco, lo confuso, lo fatídico, lo horrible, todo lo trágico y lo desesperante.

Algunos profetas de lo negro se han encargado de recordarnos con sadismo las plagas simbolizadas en los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Estos profetas de la desdicha son agoreros, visionarios soberbios que se consideran portavoces únicos de la divinidad; vivales y locos que comercian con el miedo de la gente. Desgraciadamente, abundan. Se imaginan a sí mismos como intérpretes exclusivos de las profecías bíblicas y solo ellos, nadie más, conoce el pensamiento de la divinidad.

Son profetas de apocalipsis que imaginan y transmiten toda clase de calamidades sobre la humanidad del futuro. A mi parecer, ven el mundo con un ojo tuerto y el otro ciego. No distinguen la estrella en el horizonte, ni la flor que tiembla, ni los niños que ríen, ni el amor que triunfa. Creen que el mundo es tan negativo como su propio espíritu y se desbordan en amenazas.

En este punto del artículo me acerqué a mi biblioteca para ver si encontraba algún libro sobre el tema que estoy escribiendo y en el segundo estante, poco visibles estaban los del norteamericano Hal Lindsey. Este autor plasmó sus visiones apocalípticas en tres principales libros: La agonía del gran planeta Tierra, Satanás vivo y activo en el gran planeta Tierra y La liberación del gran planeta Tierra.

En los escritos de Lindsey todo cuanto existe en el mundo es dantesco. Lo único que nos rodea, según él, es fuego, azufre, gusanos, hedor, podredumbre. Las visiones infernales de Mahoma, Tomás de Aquino y Dante son tartas de cumpleaños con las denuncias apocalípticas del señor Hal Lindsey, representante de una pléyade de visionarios cuyo tema es el derrotismo y la desesperanza.

Pese a su gran autoridad histórica y filosófica tampoco anduvo acertado el alemán Oswald Spengler en su obra Decadencia de Occidente, donde anticipó los males de nuestra civilización y anunció su próxima ruina, minada por el mismo cáncer que consumió a las antiguas civilizaciones de Egipto, Grecia y Roma. Quien haya leído a Splenger confirmará que el famoso filósofo siempre estuvo condicionado por su negrura interior, incapaz de descubrir los fundamentos seguros de la vida, que descansan en Dios.

En esta línea de pensamiento, mucho más optimista que Lindsey y que Splenger se encuentra el historiador y filósofo inglés Arnold Toynbee. De su libro Estudio de la Historia cito este largo párrafo: “Aún cuando han perecido ya dieciséis civilizaciones –según nuestro conocimiento– y otras nueve están a punto de morir, nosotros, que formamos el número veintiséis, no debemos someternos al arbitraje ciego de las estadísticas. La chispa divina del espíritu creador continúa viva y poderosa en nosotros; si descubrimos la gracia de convertir esa chispa en llama, las estrellas en su curso y el tiempo serán incapaces de impedir nuestro esfuerzo en la conquista de los objetivos humanos”.

Queden los agoreros profetas de apocalipsis, visionarios de la negrura luciferina en sus predicciones catastróficas y vivamos nosotros confiados en las promesas de Dios sobre el futuro del mundo y el optimismo de la vida. Saludemos el nuevo día con la esperanza que nunca muere. Está escrito: “No se dormirá el que te guarda”.