Una nueva generación

La España de finales del siglo XIX cambió gracias a una revolución. Sin bombas, sin dinero, sin intereses personales ni personalistas. El poder de la palabra, de la idea altruista, de la convicción que no se rinde, fueron las armas de la generación llamada del 98, que quería la regeneración de España. Machado, Unamuno, Maeztu, Pío Baroja, Azorín, Valle Inclán… Hoy la España “secular” y la España “evangélica” necesitan una nueva generación y una regeneración.

27 DE NOVIEMBRE DE 2006 · 23:00

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La decadencia española, con su valle en la pérdida de Cuba, la imagen lamentable de España que había caido en la apatía y el desinterés fue lo que movió, con muy diferentes perspectivas, a los hombres de la generación del 98. Y hoy vivimos una decadencia fruto de caer en lo mismo que toda la sociedad está cayendo, en creer que el dinero y el poder pueden lograr cambios. Porque hay quien cree que se puede cambiar un pueblo comprando cosas, pero sólo comprará sus intereses, nunca un cambio de corazón. Porque hay quien cree que se puede cambiar un pueblo por la fuerza, pero sólo doblará el cuello dolido y resentido (o apático), pero nunca alcanzará el cambio de dirección consecuencia de la voluntad libre. El dinero es una herramienta útil pero secundaria y prescindible; y el poder es convencer, no vencer, como dijo el tan cercano Miguel de Unamuno. Necesitamos que se levante una nueva generación que alce su voz como aquella del 98. Miramos atrás, y de la generación que lideró el movimiento protestante español sólo quedan algunos testigos, de ellos los más activos e incombustibles Juan Antonio Monroy y Jose María Martínez, junto al querido pero enfermo José Cardona, y Juan Luis Rodrigo, y el más “joven” Manuel Espejo. Se fueron Juan Gili, Rodolfo Loyola, Elfriede Fliedner… Y miramos a nuestro alrededor, y casi no vemos ni oimos voces, ni ideas, sino moralina, intereses o liberalismo. Y ni seguimos una moral ni al falso liberal; seguimos a Jesús, que nos llevará a la moral correcta y a la libertad con límites. No es extraño que la generación del 98 fuese anticlerical (que no antireligiosa), salvo Maeztu y Azorín. Porque el clericalismo (católico, evangélico o de cualquier religión) ahoga la fe, estrangula la vida del cristiano, de la misma forma que el permisivismo y la amoralidad deforman la identidad hasta hacerla una caricatura. Y hoy vivimos entre un clericalismo de capillita, de formas sin vida, y un liberalismo clerical destructor en nombre de una falsa libertad. En lo que no queremos coincidir con la generación del 98 es con su visión pesimista y atormentada de la vida. Hay esperanza y motivo de optimismo: Jesús vivió las mismas situaciones, y el supo salir triunfante de ellas… a través de una cruz y una tumba ya vacía. ¿Queremos seguir sus pasos? ¡Levántate, generación nueva, que tu luz resplandezca entre la penumbra de quienes tienen los ojos cerrados, para que alumbren, para que brille como la aurora!

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