Ramón de Garciasol

Considerado como uno de los principales representantes de la poesía social de su tiempo, fue un gran estudioso de Cervantes, Rubén Darío, Quevedo, Unamuno y de otros gigantes de la literatura española.

27 DE ENERO DE 2023 · 11:50

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Imagen de Austin Mabe en Unsplash.

Su nombre auténtico era Miguel Alonso Calvo. El propio escritor dice que con el seudónimo Ramón de Garciasol trataba de ocultar su nombre con el que había escrito Alba de sangre en 1937 y sus poesías por temor a la represión franquista de la postguerra.

Garciasol nació el 20 de septiembre 1913 en Humanes, Guadalajara. Hijo de humildes artesanos dedicados a la confección de alpargatas, hizo los estudios primarios en el lugar de su nacimiento. Beneficiándose de becas y con mucho esfuerzo sacó el bachillerato en el Instituto Brianda de Mendoza en Guadalajara. De aquí pasó a la Universidad Central de Madrid, donde estudió Derecho, carrera que nunca ejerció. De ideas progresistas participó, al igual que otros escritores, contra el golpe de Estado de julio de 1936 en defensa de la República. Considerado como uno de los principales representantes de la poesía social de su tiempo, fue un gran estudioso de Cervantes, Rubén Darío, Quevedo, Unamuno y de otros gigantes de la literatura española. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas. Sus libros en español son difíciles de encontrar por haber tenido tiradas cortas. En el apartado de ensayo son numerosos sus estudios sobre autores españoles y cultura hispánica. Uno de los más destacado fue sin duda su Meditación del Quijote. En 1955 ganó el Premio Enrique Ureña y en 1962 el Premio Fastenrath. Murió en Madrid el 14 de mayo 1994.

 

Hombre en soledad

 

Qué tristeza me doy, perdido en todo,

y todo mudo, tan lejano y cerca,

cada vez más presente ante mis ojos

en un mutismo que no se revela,

con el corazón loco por Saberte,

preguntando en la noche que se adensa.

 

Con voz de espadas clamo por mi sangre,

rebusco con mis manos en la tierra

y escarbo en mi cerebro con mis ansias.

Y silencio, silencio, mudez tensa.

 

Dios, pobre mío, todo lo conoces.

Para Ti todo ha sido: nada esperas.

Hasta lo que me duele y no me encuentro.

Tú lo conoces ya, porque en mí piensas.

 

Yo no conozco nada, Dios, y tengo

socavones de amor llenos de inquietas,

oscuras criaturas que me gritan

palabras, no sé dónde, que me queman,

preguntas que me tuercen y retuercen,

sábana viva chorreando estrellas.

 

Qué compasión me tengo, Dios, pequeño

llamando siempre a la inmutable puerta

con las palmas sangrando, a la intemperie

de mis luces y dudas y tormentas.

 

Qué compasión te tengo, Dios, tan solo,

siempre despierto, siempre Dios, alerta,

sin un pecho bastante, Dios, Dios mío,

que ofrezca su descanso a tu cabeza.

 

Cómo me dueles, Dios. Cómo me duelo

herido por la angustia que te llena,

sin poder descansarte, sin caberte

en mis entrañas ni aun en mis ideas.

 

Contigo vengo, Dios, porque estoy solo,

me huyes cada vez, más te me alejas.

 

¿No tienes qué decirme, Dios, qué darme?

¿No ves, Señor, no ves, Dios, cómo tiembla

este vaho que se alza de mi vida,

hierbecilla perdida que se hiela?

 

Encallece mi alma, Dios. Haz dura

la mano y la mirada: hazme de piedra.

 

Quítame el sentimiento que me escuece.

Borra, Señor, con sol, mi inteligencia.

Déjame en paz, en flor, en roca, en árbol,

en muda, resignada, dulce bestia

caminante con ritmo y sin sentido

por un mundo de instintos e inocencia,

o dame con la luz aquel sosiego

original del prado que apacientas.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Dios en la poesía religiosa española - Ramón de Garciasol